No tengo nada que contarle. No se crea, a veces pasa. También a los periodistas. Sucede que en esta relación antinatural que llevamos usted y yo siempre habla el mismo. No vale el quedar un sábado como hoy para ver qué tal lo suyo. Que qué me cuenta. Y yo escucho. Sin decir nada. Eso tan necesario a veces, que estamos perdiendo por rellenar los silencios del otro en una sociedad hiperactiva de estímulos y de palabras radiadas, donde el silencio se confunde con una avería, con que algo va mal. Como en una vieja radio. Sin embargo, los jugosos silencios llegan cuando dos personas se entienden con la mirada o cuando dos personas que ni siquiera necesitan mirarse no se sienten incómodas por la ausencia de palabras. Qué bonito es llegar a eso. Pero usted viene a esta esquina de la página y espera encontrar algo que echarse a los ojos, a poder ser interesante, si acaso creativo y sobre todo resolutivo sobre la información del día. Hoy hago un parón en esta sección en multipropiedad que llevamos unos cuantos del periódico, pero mañana vendrá el director con lo suyo y le desvela las claves de algún hecho noticioso. Pero permítame que hoy no cuente nada, que tampoco es tan grave y le quedan 71 páginas y tres cuartos de periódico por leer y 68 más de revista.