En la carretera NA-4410 que va de Bera a Sara por el alto de Lizuniaga, a unos 500 metros de la muga y del monolito que recuerda a Paul Dutournier, hay un edificio que para los foráneos pasa desapercibido. Es la antigua aduana española, que en apariencia está abandonada, pero que desde los años 90 es un vivero musical, germen de un buen puñado de bandas. La historia de la aduana reconvertida en local de ensayo se recoge en Bera, un libro de Pablo Salgado Méndez que se presenta mañana y que repasa la enorme riqueza musical de la localidad. “Bera es el pueblo más interesante en toda Euskal Herria a nivel musical”, escribe el autor, que ha realizado más de 50 entrevistas para explicar la importancia que ha tenido, tiene y tendrá lo que alguien hace unos años acuñó como Bera sound. Como en este pequeño espacio es imposible citar a todos los que integran y han integrado el heterogéneo panorama musical de Bera, basta apuntar que en ese ecosistema conviven una escuela de música, dos estudios de grabación, cantautores y cantautoras consagrados, grupos, productores, trompetistas televisivos, una coral, profesores de Musikene, txistularis en la banda de Donostia y un largo etcétera. Decenas de músicos en un pentagrama que sigue sonando y se transmite de generación en generación.