Una primera ministra europea espera conocer en los próximos días el resultado de una prueba de detección de estupefacientes. Convencida de que dará negativo porque no los ha tomado nunca, Sanna Marin (Helsinki, 1985) quiere dar carpetazo a un intento de escándalo sobre el que trata de surfear la extrema derecha finlandesa y tras el que exministros europeos como el luso Bruno Maçaes ven la mano del Kremlin. Filtrado el vídeo, el viernes se acercó adonde estaba la prensa y se sometió a preguntas claras, directas y sencillas. “¿Consumió sustancias tóxicas en esa fiesta?”. Ella dijo que sí: “Bebí alcohol”. Sin entrar en que no todo el mundo calificaría el alcohol como sustancia tóxica, la clave –la única con estricta relevancia pública– reside en si la primera ministra estaba en condiciones de tomar cualquier decisión inmediata propia de su cargo. Situaciones que se dan más bien pocas, como ella misma recordó. Todos los demás comentarios que aún hoy se vierten poco tienen que ver con el quid de la cuestión. Algunos se quedan en el cotilleo de Radiopatio que vive de meterse donde no le llaman. Otros llegan al machismo. Barra libre de comentarios que retratan más a quien los hace que un vídeo en una fiesta privada, porque aunque el vídeo sea lo que más se vea, es el menor de los problemas.