Todos los periodistas tenemos cadáveres en nuestros armarios, es decir, reportajes que no van a ganar un Pulitzer. En mi caso, desde luego, son unos cuantos, incluyendo uno en el que se preguntaba al donostiarra si en Semana Grande los helados se comen antes o después de los fuegos, algo muy kaskarina pero que solo responde a una realidad estadística: el 33,3% lo hará antes; el 33,3%, después y el 33,3% restante, los más golosos, antes y después. De cualquier modo, hay otra pieza de mi época de becario que suelo recordar, no porque quiera hacerlo, sino gracias a un nutrido grupo de amigos que no permite que me olvide de ella. El domingo se cumplieron doce años de la publicación de un reportaje en el que, con un experto, se intentaba dilucidar si había aumentado la población de gaviotas o no. Es imposible hacer entender a mis amigos que se trata de un tema de interés público sobre el que, incluso, se puede volver. Cuando les dije que retornaba a mi puesto, después de un año francamente duro, me dijeron que me lo tomase con tranquilidad y que empezase con un tema fácil, hablando de gaviotas. A estos y a todos los que me han ayudado y me han aguantado este año les dedico de corazón esta columna y les digo que cada vez que sacan a colación lo de las gaviotas pienso en aquello de “como vosotros de idiotas”.