hace unas semanas, en un corto intervalo de días, se estrenó la serie Intimidad y se conoció también la filtración de un vídeo de contenido sexual con el actor y presentador Santi Millán como protagonista. Dos caras de una misma moneda, si bien es cierto que las víctimas de la difusión de imágenes que atentan contra la intimidad personal son en su inmensa mayoría mujeres. Intimidad, que está filmada de una manera notable, con unas actrices que lo bordan y un Bilbao que luce en todo su esplendor, nos muestra hasta qué punto podemos arruinar la vida de una persona con un acto tan cotidiano como el reenvío o retuiteo de un vídeo que nos llega al móvil. Hasta qué punto la víctima sufre una revictimización porque, a ojos de buena parte de la opinión pública, es culpable. Y hasta qué punto ese juicio social al que se somete a la víctima le puede acompañar toda su vida o, peor, puede acabar con su vida. Porque Intimidad, desde la ficción, trae al recuerdo casos reales como el de la trabajadora de Iveco que se suicidó en mayo de 2019 tras la difusión de un vídeo sexual suyo divulgado entre los empleados de su empresa; el caso de Olvido Hormigos (que quedó impune aunque permitió luego cambiar la ley) o, por qué no, el vídeo sexual por el que condenaron a los exjugadores del Eibar Sergi Enrich y Antonio Luna.
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