A punto estuvimos de vivir una injusticia deportiva en la meta de Bilbao, la del corredor escapado que es sobrepasado en los últimos metros. Nada hay que inflame más a los espectadores menos avezados en el ciclismo. Lo viven con auténtico sufrimiento. Lo he comprobado muchas veces ante el televisor con las reacciones de mi madre o de otros familiares. Si un corredor marcha escapado, quieren que llegue el primero porque, piensan, se lo merece. Es una manera distinta de ver el ciclismo, con el prisma con el que miran el resto de la cosas de la vida. Por suerte, Marc Soler aguantó agónicamente el empuje de los lobos que se le echaban encima y traspasó la pancarta con varios metros de ventaja. Y todo ese público suspiró aliviado como si se hubiera evitado una catástrofe.

Marc Soler atacó con su estilo, que es el mismo que predicaba el antiguo corredor y hoy director de Movistar, Txente García, atacando al final del puerto, cuando más duelen las piernas. Sin duda, las lecciones de Txente aleccionaron a Marc cuando le dirigió en Movistar. Así ganó otra etapa en la Vuelta, en Aralar, como ayer, viniendo desde atrás, cuando los demás escapados ya no contaban con él. Como hizo entonces desde San Miguel de Aralar hasta la meta en Lekunberri, ayer se lanzó desde el Vivero hasta Bilbao. Es algo fácil de decir pero que solo está al alcance de pocos corredores, aquellos que tienen un gran pundonor y son capaces de sobreponerse al dolor muscular y resistir con un ritmo frenético una quincena de kilómetros. Algunos vieron en Marc Soler un corredor para grandes vueltas, incluso por su porte, un sucesor de Induráin, y parecía apuntar en esa dirección tras su victoria sobresaliente en su debut en la Paris-Niza, pero ese corredor no ha cuajado. En las grandes vueltas siempre ha padecido algún desfallecimiento, algún mal día que lo deja fuera de combate. Se perdió ese corredor pero se ganó este otro, capaz de destellos de clase como el de ayer.

La salida de la etapa en Irun constituyó un homenaje al ciclismo irunés. Irun y su ciclismo fueron uno de los focos del ciclismo vasco, y de donde salieron grandes campeones. Los más ilustres, aunque no suficientemente conocidos, fueron los hermanos Montero, Ricardo y Luciano. Los dos nacieron en Ávila, desde donde emigraron a Euskadi, afincándose en Gipuzkoa y defendiendo la camiseta del Real Unión, el club de fútbol que montó una sección de ciclismo, continuando la labor del Club Ciclista Irunés. Ambos eran los ídolos locales: Ricardo más duro, más escalador, ganador del Campeonato de España en 1925; y Luciano, más rápido y veloz. Luciano fue subcampeón del mundo en 1935. El mejor puesto en un mundial de un corredor nacional hasta que llegaron los Induráin, Olano y Valverde. Sin embargo, ese título, que mantuvo más de 70 años, no lo han hecho muy conocido. Quizá tenga algo que ver en ello la dictadura franquista, porque Luciano, de ideas republicanas, se exilió en Francia en 1939, y posteriormente en Argentina, donde abandonó el ciclismo.

Otro ciclista irunés muy destacado fue José Mari Errandonea, que venció, defendiendo los colores del equipo de la cooperativa mondragonesa Fagor, en el prólogo del Tour de Francia de 1967, una contrarreloj de 5 kilómetros en Angers. Dejó al favorito, Poulidor, con la miel en los labios. Ya había ganado el prólogo de la Vuelta el año anterior. Errandonea, que venía de la pista, era un excelente contrarrelojista. Había sido cinco veces campeón nacional de persecución, una prueba que se corre en cuatro kilómetros, por lo que los prólogos cortos eran su salsa. Aunque también se defendía en las contrarreloj largas, habiéndose impuesto poco antes del Tour en la crono de 48 kilómetros de la Vuelta a Suiza. En ese Tour de 1967, Errandonea saboreó la gloria y la amargura, pues afectado por un forúnculo muy doloroso, tuvo que abandonar cuatro días después de su triunfo.

Errandonea provenía del velódromo del Stadium Gal, el campo histórico del Real Unión que, en 1950, sustituyó las pistas de ceniza que rodeaban al césped por un velódromo. Durante casi un par de décadas, hasta su desaparición, el velódromo formó parte del circuito de grandes pruebas y por su pista pasaron figuras como Bahamontes, Bobet, Coppi, o Timoner. Junto a esta historia brillante, que se suma a la de los éxitos en la década de los 30 del Real Unión de fútbol, el Stadium Gal tiene otra dramática y negra. Fue utilizado como campo de concentración franquista hasta finales de 1942, encerrándose allí a los miles de republicanos que regresaban de Francia.

Otra historia ciclista de Irun es la de la carrera de los chiquitos que se celebraba cada año en los tiempos de la República. Los ciclistas subían por la calle San Marcial y bajaban hacia Behobia, hasta un tonel colocado en la carretera en torno al que había que girar y volver cuesta arriba. Junto al tonel había una mesa, donde unos tipos servían vino. Y en cada vuelta, todos los corredores debían parar y, obligatoriamente, beber un vasito de morapio. Es fácil comprender que terminaran muy pocos aquella carrera: o se caían en una de las eses que hacían, o extraviaban el pensamiento y abandonaban. No era propiamente ciclismo, pero nacía de su raíz popular.