La propia Mathilde Carré dice en sus memorias que jamás pensó que llegaría un día en que se lanzaría al monte en busca de arriesgadas aventuras que le podían suponer la muerte inmediata. Tampoco sospechaba que poseía la sangre fría necesaria como para engañar a los servicios secretos aliados y alemanes con un doble juego que, en muchos casos, suponían la delación y ejecución de sus propios compañeros. Al final de la contienda fue condenada a muerte, indultada y reintegrada en una sociedad que difícilmente comprendió su postura… ni la de la Justicia francesa.

A Micheline Mathilde Carré, nacida en la localidad francesa de Bélard en 1909, le pilló el inicio de la II Guerra Mundial en Orán (Argelia) donde vivía con su esposo, un profesor que no conseguía sacarle del aburrimiento más absoluto ni darle hijos. Se puso a dar clases como maestra en un intento de ocupar su tiempo libre. Cuando estalló la guerra, su marido fue destinado a Siria muriendo al poco en el campo de batalla.

Mathilde no lo pensó dos veces. Marchó a París alistándose en la Cruz Roja. Descubrió su faceta aventurera cuando, trasladada al frente, supo lo que significaba el peligro. En los hospitales era la enfermera favorita de los acogidos para quienes no pasó por alto el irresistible encanto natural que poseía y que ella ponía a prueba en cuanto se le presentaba la ocasión. 

Mathilde Carré, conocida como ‘La Gata’, fue condenada por doble juego de espionaje. Cedida

Durante su destino en Toulouse conoció al coronel Roman Szarniawski, cuyo cuerpo había quedado destrozado tras las torturas a las que le sometieron los alemanes durante un tiempo como prisionero. La enfermera Mathilde le cuidó con tanto esmero que no tardaron en ser amantes y, entre confidencia y confidencia, “Armand” -como ella le llamaba para evitar la difícil pronunciación de su apellido- le confesó que en realidad era jefe de la sección de información del XX Cuerpo del Ejército francés. Ávida de acción y emociones, la mujer se integró en el grupo demostrando una gran actividad.

Felina como una gata

En Vichy fue adiestrada por el Deuxiéme Bureau en las tácticas del espionaje. La exmaestra resultó una alumna excelente, incluso en las técnicas de seducción que utilizaba por la noche para sonsacar información a militares alemanes de alta graduación con los que coincidía en el hall de los principales hoteles. Los ardides ciertamente felinos que utilizaba en su labor le hicieron merecer el sobrenombre de ‘La gata’ por el que se la conoció.

En noviembre de 1940 creó Interaliada, su propia red de espionaje que llegó a ser la organización más importante de la Francia ocupada con cerca de doscientas personas trabajando para ella. Para intercambiar mensajes utilizaban como buzones los retretes de una escuela de idiomas y unos servicios públicos de la calle La Palette. La información así obtenida se enviaba a Marsella donde ‘Armand’ se ocupaba de hacerla llegar a Londres. 

‘La Gata’ hizo doble juego, fue condenada a muerte, consiguió la libertad y el éxito con su biografía.

El sistema funcionó a pleno rendimiento durante cerca de un año. Era tal el volumen de datos que facilitaba ‘La gata’ que se hizo merecedora de una emisora clandestina cuya utilización agilizaba el proceso. A partir de entonces, la voz de Mathilde cruzaba el Canal de la Mancha transmitiendo tal valiosa información que permitió la entrada clandestina de armamento para la resistencia, el establecimiento de puntos de desembarco, el pase clandestino de agentes por la frontera española y la ocultación de personas perseguidas.

El hilo del ovillo

Los nazis, conocedores del trajín informativo que se había establecido con Londres, no acertaban a dar con el hilo que les conduciría a la desarticulación de la red. Ante la ineficacia de los agentes establecidos en el sur de Francia, la Abwehr envió a su más astuto sabueso, el sargento Hugo Bleicher, cuyos métodos diferían de los utilizados por sus compañeros. A sus 42 años, Bleicher, que había trabajado en la Banca antes de la guerra, seguía manteniendo muy buenos modales. Era guapote, muy educado, gran pianista y hablaba correctamente inglés y francés. En sus investigaciones utilizaba la sagacidad. Nunca la violencia.

Carteles de ‘La Chatte’ y ‘La Chatte afila sus garras’, las películas sobre sus aventuras.

Carteles de ‘La Chatte’ y ‘La Chatte afila sus garras’, las películas sobre sus aventuras. Cedida

Examinando las declaraciones de un estibador de Cherburgo encontró un punto que había quedado pendiente: el hombre confesó que una mujer le había pagado por la información de la salida del puerto de un convoy alemán. Bleicher siguió la pista y así se enteró que la interesada era madame Buffet, quien confesó pertenecer a una red de la que era un pequeño eslabón. El agente germano fue desenredando la madeja y así llegó a enterarse del sistema que utilizaban para pasarse los avisos. El resto le resultó muy fácil.

A dos bandos

Paralelamente, ‘Armand’, crecido por los éxitos que cosechaba de cara a sus jefes de Londres, fue dejando a un lado las relaciones sentimentales que mantenía con Mathilde a favor de Renée Borni, otra de sus agentes que utilizaba el apodo de ‘Violette’. Huelga decir que las dos mujeres se odiaban a muerte de forma que cuando ‘Armand’ cayó en una redada, le faltó tiempo a ‘Violette’ para declarar que su amante carecía de importancia en el entramado a favor de ‘La gata’.


Mathilde acabó siendo detenida e ingresada en la cárcel de la Santé. Bleicher, consciente de que había llegado a la cabeza de la organización o estaba cerca de ella, empleó toda su astucia: Sacó a ‘La gata’ de su encierro y la trasladó al Hotel Eduardo VII, sede de los servicios secretos alemanes, donde fue obsequiada con un espléndido desayuno. En el transcurso del mismo se presentó elegantemente vestido y, según las propias memorias de Mathilde, con la cabeza cubierta con una boina, pieza que solía utilizar con frecuencia.


Directamente fue al grano y le ofreció un sueldo de 60.000 francos mensuales si cambiaba de bando y se convertía en agente alemana; de lo contrario sería fusilada inmediatamente. A partir de ese momento y en distintas redadas fueron cayendo todos los compañeros de Mathilde. Es más, los nazis mostraron a los detenidos el buen trato que daban a su delatora para que murieran ante el pelotón de ejecución sabiendo por qué estaban allí.


‘La gata’ no sólo se convirtió en amante de Hugo Bleicher, sino una de sus más estrechas colaboradoras. Así fueron cayendo los miembros de Interaliada sin que Londres sospechara nada. Las informaciones les seguían llegando, pero éstas eran controladas por la Abwehr alemana. Algunas eran ciertas, pero otras ocultaban operaciones militares de gran envergadura. Gracias a las notas falsas de ‘La gata’ se salvaron los cruceros germanos ‘Scharehorst’, “Opelsenau” y ‘Prinz Eugen’ que estaban en el punto de mira aliado. 


La eficacia de la exmaestra levantó las sospechas del agente aliado Pierre de Vomecourt, alias ‘Lucas’, quien obtuvo permiso para poner a prueba a tan precisa colaboradora.

Se salvó de la ejecución

Cuando Mathilde comunicó a la Abwehr que sus jefes de Londres querían felicitarle personalmente por su labor obtuvo el visto bueno sin tener en cuenta que lo que en realidad se pretendía era interrogarla y si procedía detenerla en suelo aliado. La espía, haciendo acopio de impresionante osadía, aceptó la invitación. Fue su gran error. Su doble juego fue descubierto a través de exhaustivos interrogatorios. 


No le libró de la cárcel la serie de informes valiosísimos que facilitó sobre el contraespionaje alemán entre los que figuraba un código que Bleicher le había revelado. El 3 de enero de 1949 se inició el proceso con gran expectación. Sus declaraciones ante los jueces confirmaron un cinismo y arrogancia a toda prueba. Declarada culpable, fue condenada a muerte. 


Salvó su vida merced a varios indultos. Eludió la cadena perpetua y finalmente consiguió la libertad. Sus memorias, auténticos éxitos editoriales, dieron pie a las películas, ‘La Chatte’ (1958) y ‘La Chatte afila sus garras’ (1960), con François Arnoul como protagonista. En unas y otras quedó constancia del importante papel que jugó una modesta maestra en el conflicto internacional. Mathilde Carré murió en París en fecha no determinada de la década de 1970.