El de taxista es un oficio que tradicionalmente han ejercido los hombres, pero en Legazpi están muy acostumbrados a ver mujeres al volante: Juanita Arsuaga ejerció este oficio de 1974 a 1998 y Puy Zalduendo le tomó el relevo en 2017.

Arsuaga nació en 1933. A sus 86 años, se conserva de maravilla. “Debe ser porque he pasado muchas horas metida en un taxi”, bromea. Comenzó a trabajar de taxista para no perder la plaza de su marido. “El hijo tenía 13 años y la hija 7. Mi difunto marido, Juanito Odria, trabajaba de taxista los fines de semana. Algunos empezaron a criticarle porque solo aprovechaba la licencia el fin de semana, ante el miedo de que le quitaran la plaza, me propuso sacar el carné. Era una manera de presionar al resto de los taxistas, para que le dejaran en paz: si me echáis a mi, vendrá mi mujer”.

Arsuaga se animó a sacar el carné. “Decidí intentarlo. Primero saqué el carné de segunda y después el de primera. Este último, con el camión. Al final, obligaron a mi marido a elegir entre el trabajo de la fábrica y el taxi. La fábrica no se podía dejar, por lo que tuvo que coger el taxi”.

Recuerda que sus comienzos fueron duros. “En aquellos tiempos no estaba bien visto que la mujer saliera de la cocina y cogiera un trabajo que se consideraba de hombres. Los hombres no aceptaban que una mujer trabajara con ellos. No me decían gran cosa, pero algunos me dejaban claro que no era bien recibida. Me hacían el vacío. Afortunadamente, otros me ayudaron mucho. El que más me apoyó fue Tomás Donazar. Los clientes, en cambio, no me hicieron sentirme mal. Todos me daban ánimos”.

En aquellos tiempos, apenas había mujeres taxistas. “Cuando yo empecé, era la única mujer taxista de Gipuzkoa. ¿O quizá había también una en Aia? No lo puedo asegurar. Después vi a una rubia en Eibar, a otra en el aeropuerto de Sondika...”.

En Legazpi los taxistas no tienen tanto trabajo como en Eibar o en un aeropuerto, pero Arsuaga consiguió salir adelante. “Trabajaba mucho con los enfermos que tenían que ir a los hospitales de Donostia. Las mujeres preferían que les llevara yo y se pasaban mi número de teléfono”.

Las mujeres conducen tan bien como los hombres y son, por lo general, más atentas. “A las personas mayores les acompañaba a la consulta, pues conocía bien el hospital de tanto ir allí. Ir conmigo les tranquilizaba y yo me sentía mejor ayudándolos. Eran otros tiempos y el taxi se podía dejar delante de la puerta del hospital. También trabajé mucho con las empresas. Iba a buscar a sus clientes al aeropuerto. Cuando las ambulancias comenzaron a hacerse cargo de llevar a los enfermos a las consultas, noté un gran bajón. Además, antes el transporte público era peor. Había menos autobuses y había gente que cogía el taxi hasta para ir a hacer los recados”.

Cuando su marido se jubiló, le propuso jubilarse a ella también, pero se negó. “¿Cómo lo voy a dejar ahora?, le dije. Eso sí, los últimos años no trabajé de noche. Tenía miedo de los borrachos y de la gente que se drogaba”.

Zalduendo sí trabaja de noche, pero solo con los clientes habituales. Esta legazpiarra de 49 años trabajaba en la planta de ArcelorMittal en Zumarraga. Al poco de que se cerrara esta fábrica, supo que todos los taxistas de Legazpi se iban a jubilar y el pueblo se iba a quedar sin ese servicio. Así, decidió trabajar de taxista. Para entonces, ya tenía todos los carnés. “Tuve oportunidad de conducir un autobús, pero para entonces ya me había comprometido a coger la plaza de taxista”, explica.

Está muy a gusto. “Trabajo principalmente para las empresas. Voy mucho al aeropuerto de Loiu. El viaje más largo lo he hecho a Alemania. Me pidieron que llevara una pieza con urgencia. El viaje más entrañable lo he hice a Madrid: llevé a tres señoras mayores a un funeral. Trabajo mucho con personas mayores y con enfermos. Acompañar a una persona que necesita ayuda es muy satisfactorio. Al igual que hacía Juanita, a los que están solos les acompaño hasta la consulta. Es un servicio extra que hago de corazón”.

También está comprometida con los jóvenes de Legazpi. “Los jóvenes me llaman por la tarde y me dicen a qué hora quieren que vaya a recogerles a la noche. Pongo el despertador y me levanto a la hora indicada. A las chicas, las llevo hasta su casa. Por las noches, las llamadas de números que no conozco, no las cojo. No sé quién es y en qué condiciones viene y no quiero arriesgarme”.

Sin horarios Un taxista no tiene horario. Ni ahora, ni antes. Eso sí, ahora no pierden el tiempo en la parada. “En la parada apenas tengo trabajo, por lo que el que me necesita no tiene más que llamarme. Puede hacerlo en cualquier momento”. Arsuaga recuerda que muchas veces le llamaban cuando estaba comiendo y dejaba el plato en la mesa para atender al cliente. “¡Después igual me tiraba toda la tarde sin trabajar! Pero hay que estar a las duras y a las maduras”.

Eso no ha cambiado. Lo que sí han cambiado son los coches. Los de ahora están mucho mejor equipados. Tienen, entre otras cosas, GPS. “Antes había que estudiar el mapa antes de salir de casa. El taxista no puede andar preguntando... Lo malo era cuando entrábamos en una capital. Si no estaba muy segura de dónde andaba, no tenía ningún problema en decírselo al cliente y permitir que me ayudara. El último recurso era preguntar”, recuerda Arsuaga.

Todavía tiene carné, pero ya no conduce. “El coche lo suele llevar mi hija. Pero gracias a los años en los que trabajé de taxista, tengo mi pensión”. Y abrió el camino a otras mujeres como Puy Zalduendo.

Puy Zalduendo trabajaba en la planta de ArcelorMittal en Zumarraga y cuando se cerró la fábrica decidió trabajar de taxista

Al marido de Juanita Arsuaga le pidieron que dejara su plaza porque trabajaba también en una fábrica y se la cedió a su mujer