La artista donostiarra Esther Ferrer, galardonada por unanimidad con el Tambor de Oro de 2022, como ratificó ayer el Pleno de Donostia, está dispuesta a recibir la distinción por cualquier medio telemático o simbólico, ya que considera que “el Tambor físico es lo de menos”, como explicó ayer en una entrevista concedida a Onda Vasca.

La creadora, de 84 años de edad, no viajará a Donostia para evitar contagiarse de covid y poner en peligro su salud y la de su marido, pero tampoco desea que nadie se acerque a París, donde reside desde 1973, para llevarle el Tambor de Oro y se pueda contaminar. “Tendríamos que empezar a pensar ya en acostumbrarnos a vivir las cosas de otra manera para evitar desplazamientos. Creo que es una solución que se haga una entrega por zoom o así porque también me angustia que otros cojan el virus, que alguien tenga que tomar un avión… pero mi agradecimiento es total. Es serio”, dice la artista.

Ferrer añade que estará conforme con la decisión que adopte el Ayuntamiento. “Las decisiones sobre la entrega la tomarán otros. Yo acepto lo que ellos digan. No conozco a los que han votado por mí, pero mi agradecimiento es total”, recalca.

A pesar de ello, Ferrer reitera que los premios que ha recibido, que no son pocos, siempre le producen angustia. “Parece como que estás robando algo a alguien que se lo merece verdaderamente”, explica.

Y añade: “Siempre cuando me reconocen me siento mal porque yo no he hecho nada más que mi trabajo lo mejor que he podido y siento como una obligación de responder a este reconocimiento”.

La creadora donostiarra recalca que “cada uno tiene su personalidad” y no puede evitar “una primera reacción de angustia” cuando le otorgan un galardón, “pero luego se me pasa”. “Luego estás contenta y me da muchísima pena no ir a San Sebastián, es la pura verdad, pero en esta situación y la de mi marido, con el covid, no es aconsejable; si no, por supuesto que hubiera ido”, recalca.

A pesar de que el Tambor de Oro reconoce la buena imagen que proyecta el premiado sobre la ciudad de Donostia, Ferrer no cree que ella cumpla esa faceta ni que su arte tenga que ver con la capital guipuzcoana.

“No siento nada de eso. Soy de San Sebastián, naturalmente, como tantísima gente, y hablo de la ciudad porque me acuerdo muchísimo de ella y hace casi tres años que no hemos podido ir y la verdad es que lo siento”, indica. “Es difícil saber cuándo podré ir. No hay futuro. Todos los planes que haces, cataplán, se cambian, se anulan y se retrasan”, añade.

De su ciudad echa de menos el mar. “En San Sebastián forma parte casi de tu personalidad”. “Cuando fui a estudiar a Madrid salía a pasear y tenía como una sensación de agobio. ¿Por qué será, por la polución? Y un día tuve una iluminación y es que estaba buscando el mar. En San Sebastián lo ves tanto que ni lo ves”.

Y aunque no cree que su ciudad natal haya tenido que ver a la hora de convertirse en creadora, sí opina que la época de la Guerra Civil en la que le tocó nacer y el posterior franquismo están en el origen de su naturaleza artística.

“No creo que me ha condicionado San Sebastián para ser artista, pero sí el hecho de que estuviera Franco y una dictadura, que me hizo decir 'me voy'”.

“El franquismo, desde que lo hueles, estás en contra. Todo lo que corresponde a una ideología que no es la tuya lo dejas de lado y me pregunto si no sería eso lo que me llevó a mis a hacer performances... Te hace ir a otros terrenos y paisajes mentales y te encuentras a gente que está en el mismo camino que tú, te enriquece y te ayuda”.

La artista, feminista desde siempre, reconoce que en el franquismo no había muchos artistas rompedores, como era ella, y que estaba “rodeada de hombres”, como Sistiaga, Zumeta, Amable Arias…“Había algunas mujeres como Laura Estévez y otras pero no teníamos mucho contacto”, recuerda.