Si ha existido durante siglos un oficio duro y enormemente sacrificado, ese es el de minero. La cruda coyuntura a la que se enfrentaban estos trabajadores era inimaginable, expuestos a las inclemencias meteorológicas y sin herramientas tecnológicas que facilitasen sus tareas. Sus labores eran, única y exclusivamente, manuales.

Este oficio experimentó su momento de mayor influencia durante el siglo XIX y la consolidación de la industrialización. Gipuzkoa no fue una excepción, y las minas de Aizpea, en Zerain, más conocidas como la Montaña de Hierro, son uno de los mejores exponentes de lo vivido en aquella época en el territorio. Sin embargo, la explotación de hierro en las 150 hectáreas que componen las minas de Aizpea no arrancó en el siglo XIX, sino muchísimo antes, allá por el siglo XI. 

Gracias a su paisaje especial y apasionante historia, la Montaña de Hierro, situada dentro del parque natural de Aizkorri-Aratz, ha conseguido la denominación de Conjunto Monumental del Departamento de Cultura del Gobierno Vasco.

Aloña Aramburu, de la Oficina de Turismo de Zerain, cuenta que “la mayor parte de la información la tenemos a partir de 1892, con la llegada de los trabajadores ingleses a las minas. Fue entonces cuando se confeccionó la empresa, compuesta por alrededor de 150 empleados. Desde los 14 años ya se podía trabajar y las jornadas eran de diez horas diarias”.

El material que extraían en mayor cantidad era la siderita, un mineral de hierro. El coto minero contaba con tres hornos de calcinación, cuya labor era aumentar la pureza de la siderita. Una vez pulido el mineral, se exportaba a distintos puntos de Europa, también a las ferreterías situadas en los ríos Urola y Oria, las cuales se alimentaban del hierro de Zerain.

“Los mineros desempeñaban diferentes funciones”, explica Aramburu. “Algunos trabajaban dentro de las galerías mineras, mientras que otros se encargaban de los explosivos o eran los responsables de los hornos, cuya temperatura ascendía a los 800 grados. Asimismo, se disponía de un ferrocarril interno que recogía el material”.

Unas condiciones durísimas

Los ingleses permanecieron en las minas de Aizpea hasta 1925, momento que coincidió con la llegada de los alemanes. Según relata Aramburu, la presencia extranjera era minoritaria. Eran, principalmente, ingenieros que poseían los puestos de mando, pero la mayoría de los trabajadores eran procedentes de Zerain. “Sus jornadas eran absolutamente maratonianas. Su día no finalizaba tras las diez horas dentro de las minas, sino que posteriormente iban a trabajar al campo. Se pasaban el día fuera de casa”, explica.

Además, ser minero no era, precisamente, agradable. Todo lo hacían con las manos, ya que no tenían maquinaria que les ayudase. Ya en aquellos tiempos, finales del siglo XIX y principios del XX, estaba considerado un oficio peligroso. No tenían ropa adecuada que les protegiese de la dinamita, y el humo era un implacable enemigo para los pulmones. Tales eran los riesgos, que sus contratos incluían servicios farmacéuticos y médicos.

Asimismo, como indica Aramburu, el humo no solo afectaba a los trabajadores, sino también a la naturaleza: “Es muy triste ver fotografías de la época. Todo el barrio se quemó. No quedó ni un árbol en pie”.

La importancia de las mujeres

El de minero era un empleo ejercido exclusivamente por hombres. Las mujeres se quedaban en los caseríos, cuidando del ganado y de los hijos, una labor indispensable para que las familias pudieran salir adelante.

“Durante esos años la percepción del trabajo era completamente diferente a la de ahora. Ser minero era incluso motivo de celebración, no de sufrimiento, ya que una vida dedicada solamente al campo era aún más dura”, cuenta Aramburu.

A partir de la segunda mitad del siglo XX se comenzaron a introducir medidas de prevención y seguridad en las minas de Aizpea, que cerraron sus puertas en 1960, cuando la actividad dejó de resultar rentable.

En opinión de Aramburu, poner en valor el indispensable trabajo llevado a cabo por los mineros es un asunto que tenemos pendiente como sociedad: “Considero que merecen un gran reconocimiento. Su labor permanece, sigue ahí durante generaciones”.