La zarauztarra Maite Isasti lleva una década vendiendo artículos y productos relacionados con su pueblo. Su tienda está situada en el piso inferior del mercado, junto al ayuntamiento y frente a la Oficina de Turismo. Nada más pasar por allí llaman la atención los coloridos delantales de cocina, bolsas, trapos, mochilas, llaveros... todos ellos hechos a mano y bordados con el nombre de Zarautz o, incluso, personalizados. Pero lo que verdaderamente capta todas las miradas es la recreación artesanal de los icónicos toldos de la playa.

"Echaban de menos algo típico de Zarautz"

“Yo antes tenía una tienda de decoración en otro sitio de Zarautz. Estuve 17 años trabajando allí. Entraba mucha gente que venía de fuera diciéndome que tenía cosas muy bonitas, pero que echaban de menos algo típico de Zarautz. Todos los veranos era la misma historia”, comenta Isasti a este periódico.

Cuenta que su padre era delineante proyectista y que “una vez, comiendo con él, le dije lo que acabo de comentar y le pregunté qué era lo más típico de Zarautz. Él me dijo que los toldos de la playa. Cogió una servilleta de papel, la dobló varias veces y le dio forma de toldo. Ése fue el descubrimiento”.

Toldos de la playa de Zarautz creados por Maite Isasti. Pedro Amundarain

"Hice unas clases intensivas y empecé a coser"

Su primera intención fue buscar a alguien que fabricara los toldos para luego venderlos, pero su padre lo tuvo claro: tenía que hacerlo ella misma. “Yo no había cosido nunca, pero le dije a mi hermana, que le encantaba la costura. Hice unas clases intensivas y empecé a coser. Metí muchas horas y perfeccioné la técnica. Hoy hago cuatro versiones de toldos”.

Cuando ya dominaba su creación, fue a visitar a su padre, que estaba ingresado en una residencia, y le llevó varios toldos para enseñárselos. “Me cogió de la mano y me dijo que éste era mi proyecto, que me agarrara a ello. No me puso el freno, me dio las alas. Me dio tal apretón que tenía que dar un paso más. Patenté los toldos y me pidieron un nombre; Aitan Toldua (así se llama esta tienda también). Desde entonces todo han sido reconocimientos: han estado en Ifema, en El Intermedio...”.

Los primeros toldos los vendió en su antigua tienda y rápidamente tuvieron una gran acogida. Al trasladarse al mercado, amplió su catálogo con otros productos textiles, pero los toldos siguen siendo el emblema. “Estoy muy orgullosa. Antes era para los que venían de fuera, pero ahora son para los zarauztarras que quieren llevar algo típico de aquí a fuera”. 

Cambio de negocio

Cuando Isasti vio que el proyecto que comenzó “tontamente” empezó a coger forma y a “quitarme muchas horas de sueño” decidió apostar por ese negocio. “Dejé todo y me vine aquí. Poco a poco he ido ampliando todo: desde toalla hasta albornoces, paraguas, abanicos... Al principio cogí la tienda de enfrente, pero era más pequeña y no me entraban las cosas”. La de ahora era una cafetería y “cuando supe que lo dejaban sabía que quería coger yo ese espacio, aunque creo que también se me está quedando pequeño”.

Delantales, trapos de cocina, bolsos... de Maite Isasti. Pedro Amundarain

La zarauztarra destaca que “es una gozada trabajar de lo que quieres. Tienes ganas de venir hasta los lunes, cuando a todo el mundo le da pereza. También abro los domingos por la mañana. En verano funciona muy bien y en invierno baja un poco, pero los zarauztarras me encargan muchos productos”.

Historia de los toldos

Más allá del colorido y la costura minuciosa, lo que hace especial cada toldo es la historia que guarda. “La gente me cuenta cosas preciosas. Muchos zarauztarras han crecido y pasado el verano en esos toldos y guardan historias muy personales y muy bonitas. Aunque compren un producto, están comprando una historia y siempre que lo vean la recordarán”.

Ella también tiene la suya: “Nuestra familia también tenía un toldo y en él pasé la infancia con mis hermanas, mis primos... Recuerdo muchos momentos muy buenos, incluso tengo tatuado un toldo con el número 552 (el número que tenía el nuestro). Me acuerdo que en la playa había un señor que vendía patatas y barquillos, si nos portábamos bien nos compraban y sino no. Tenía tan buena relación con él que cuando se jubiló me regaló la cesta en la que llevaba el género”.