El grupo mutrikuarra Ilarko se convirtió en la banda sonora de cientos de bodas en Debabarrena y su entorno desde su fundación en 1960 hasta que optaron por la retirada con un concierto de despedida en la plaza Txurruka, en 2002. En medio queda una historia de amistad protagonizada por una cuadrilla de amigos que se prolongó 42 años y dio lugar a infinidad de anécdotas, muchas de las cuales Pedro Soto, uno de los dos miembros del grupo, junto con Jesús Azpiazu que aún queda con vida, recoge en el libro Ilarko. Historia de la orquesta.

El origen de grupo está vinculado a la Banda de Música de Mutriku, de la que eran miembros. “Yo tenía ilusión por formar un grupo musical, un poco como hobby. Se lo planteé a Agustín Arrieta y al principio me dijo que no. Luego se lo pensó mejor y nos animamos a dar el paso junto con Hilario Iturrino e Iñaki Burgaña”, recuerda Soto. Con más ilusión que experiencia, llegó la hora de su debut con una boda en el Hotel Monreal de Deba. “No teníamos ni altavoces, ni micros ni nada, cantamos a pelo, pero se ve que gustamos y dos meses después tocamos en la boda de campeón del mundo de cesta punta Patxi Txurruka”

En aquellos primeros conciertos los jóvenes mutrikuarras eran conocidos como Los chicos del jazz, pero esa denominación duró poco. “Queríamos darle un toque más vasco al grupo y rebuscando en un diccionario de euskera topamos con la palabra ilarko. Tenía relación con lo lunático o con algo parecido, y pensamos que era un nombre adecuado para nosotros”.

El despegue del grupo fue fulgurante y se fue labrando un nombre más pronto de lo esperado. “De una boda salía otra y de esa otras hasta tener completa la agenda del año. Tuvimos muchos fines de semana tocando viernes y sábados, con sesiones de tarde y noche. También tocamos los jueves y hubo parejas que cambiaron el día de la boda porque teníamos reservada la fecha en la que preveían casarse. Tocamos en más de 3.000 bodas en los 42 años que estuvimos juntos”.

Pedro Soto ha sido el encargado de dar forma a la historia de Ilarko. 2 Reportaje y fotografía de Aitor Zabala

Lo cierto es que Soto y sus compañeros disfrutaban del baile tanto como los propio invitados. Zortzikos, rancheras, mambos o canciones de Nino Bravo se sucedían en unas actuaciones que en muchas ocasiones parecían no tener fin. “Los restaurantes que nos contrataban decían que éramos unos pelmas. Teníamos que terminar a las 20.00 para preparar el comedor para la noche, y muchas veces nos pasábamos de la hora. Estábamos a gusto, disfrutando con la gente, y nos costaba dar por finalizadas nuestras actuaciones. Si estuvimos tocando tanto años es evidente que no fue por dinero”.

En 1962 Pedro Soto fue llamado a filas lo que supuso la entrada de Jesús Azpiazu en el grupo y, poco después, la de Miguel Arrieta, el hermano de Agustín. Una sinusitis mal tratada trajo la muerte de Iñaki Burgaña, con tan sólo 23 años de edad, y su lugar fue ocupado por el que pasó a ser el cantante del grupo, Ricardo Garagarza. “Tenía una gran voz de tenor lo que le hizo ganar varios concursos. Cuanta más gente había, más se crecía. En una boda a la que estaban invitados los miembros del Orfeón Donostiarra, cantó el O sole mío sin decir nada a nadie, ni siquiera a nosotros, antes del vals con el que los novios abren el baile. Tuvo un éxito clamoroso. Puso en pie a todo el orfeón”.

Soto no olvida tampoco el exitoso paso de Ilarko por el concurso La Gran Ocasión que Miguel de los Santos presentó en la sala de fiestas Venecia, ni el enlace matrimonial que tuvo lugar en Azpeitia y puso en el mismo comedor a una familia falangista, que acudió de parte de la novia, y a otra, de parte del novio, en la que había personas vinculadas a ETA. “Unos querían oír el Cara al Sol y que no se cantara en euskera, y otros el Eusko Gudariak. Les dijimos que íbamos a tocar nuestros repertorio y, al final, la boda terminó bastante bien”. Otra boda con final inesperado tuvo lugar en el Hotel Miramar de Deba. “La pareja se había conocido en las fiestas de Ondarroa. El chico se presentó con un descapotable que no era suyo. Trabajaba en una carnicería y se hizo pasar por el hijo de un millonario. Ella no quiso ser menos y le dijo que su padre era armador y tenia tres barcos. Cuando llegamos con los instrumentos a la boda las familias de los novios estaban peleándose. Se acababan de enterar de que unos no eran millonarios y de que los otros no eran armadores. Empezaron a discutir sobre quién iba a pagar la boda y la situación terminó en una pelea”.

Estos hechos no son sino un parte de la historia que Pedro Soto recoge en su libro, que se puede adquirir en la librería Sabina de Mutriku al precio de 15 euros. Sus páginas son un recorrido por la vida de un grupo de amigos pero también el reflejo de un tiempo y de una sociedad muy alejada de la actual.