Nos guste o no, es de una belleza aterradora y criminal a la vez. Arrasa con todos los símbolos del hombre: la casa, la escuela, la iglesia, las plataneras, las huertas, los árboles, el aire. Nos demuestra quién manda aquí y nos dice a los hombres que nos creemos la cúpula de la naturaleza, que somos un cero a la izquierda. Y no hay quién lo domestique. No es un perrito faldero ni un virus. Son las entrañas de la tierra, de la tierra en la que vivimos y nos desvivimos en domeñar, manejar para nuestro provecho y nuestra prole. Nos avisa de una cosa importante: que no podemos hacer lo que nos da la gana y cuando nos da la gana, como estamos acostumbrados. Es Saturno que se come a sus hijos. Pide respeto. Un poco de humildad tampoco nos viene mal de vez en cuando. Y este avisa y podemos salvar la vida, que es lo que importa. El volcán ruge, la vida sigue, aunque a muchos les haya comido de un trascado los 50 de años de trabajo de su vida. Es lo que tiene ser persona que nace en un paraíso y se convierte en un infierno, pero siempre nos quedará el amanecer, la primavera y el otoño. El que no se consuela es porque no quiere o no puede. Y los colores y el fuego.