“El secreto es hacerla como para casa, sin probar cosas raras”, afirmaba Tomás Núñez, de la sociedad Ilunpe de la Parte Vieja, que participó junto con José Manuel Irigoyen. La pareja tiene ya una larga experiencia en concursos de este tipo y también guardan algunos primeros premios en concursos de marmitako, ajoarriero o alubias. Mientras daban los últimos toques a su cazuela, confesaban que el plato podía ganar.
No andaban mal encaminados, aunque finalmente se tuvieron que conformar con el segundo puesto del concurso, tras la pareja formada por las hermanas Maite y Nieves Labaca Arteaga (Sisters Labaca), que se llevaron los 450 euros de premio con su plato. El podio lo completó, en tercera posición, el equipo Las Perejilias, formado por la donostiarra Pepa Eizaguirre y su hija Alexandra Besas, de once años, que viven en Madrid. “En realidad, yo soy la ayudante”, confesaba Pepa mientras su hija movía la cazuela preparando su merluza. Alexandra, aficionada a la cocina y que ha completado algún curso en el Basque Culinary Center, se esmeraba con un plato que, aunque ya había preparado antes, tampoco era su especialidad. “Tiene demasiado perejil...”, comentaba preocupada, aunque supo corregirlo y su plato logró el bronce.
Los tiempos
“Todavía no hay que echar la merluza, estamos esperando y calculando el tiempo para que no se pase cuando la pruebe el jurado”, afirmaba Edurne Alonso en un puesto cercano. Con su sobrina Miren Elezgaray y Ana Barrocal formó el equipo Pinpilinpauxak, de Urnieta, que tras la experiencia del año pasado en el concurso de marmitako este año decidió probar también en el de paella y merluza. Ayer calculaban los tiempos con una receta que han preparado “muchísimas veces en casa”, aunque confesaban que les preocupaba no cogerle el punto al fuego. “Venimos a ganar, pero también a entretenernos”, comentaba Elezgaray.
“A pasar el día y a pasarlo bien. Hay mucha competencia”. Ese era el objetivo de Irrintzi food, formado por los altzatarras Ángel Rubio y Lucas Quintana. “En realidad, yo soy de Irun”, apuntaba Quintana mientras su socio explicaba tocando la espina de uno de los lomos que ya estaba en su punto. Tras una experiencia juntos en un food truck, ayer volvieron a compartir risas con el delantal puesto aunque no lograron medalla.
Su plato y el de los otros nueve participantes llenaron de olor la calle Matía y abrieron el apetito de las decenas de personas que se acercaron atraídas por los fogones.