Siento recordarlo, pero se acabaron las vacaciones. De ellas solo quedan ya el recuerdo y los souvenirs. Un verano más, se habrán vendido millones de ellos en todo el mundo. Cuando hablamos de estos objetos a todos nos vienen a la cabeza pequeñas figuras decorativas: la bola de cristal con nieve, la barandilla de La Concha, la virgen de Aran-tzazu, una botellita de plástico con la forma de la virgen de Lourdes... Normalmente el recuerdo suele ser pequeño (para que no ocupe mucho sitio en la maleta) y no tiene por qué ser bonito (de vacaciones todo parece gracioso y precioso, pero de vuelta a casa adquiere otro aspecto). Las cosas cambian totalmente en el caso de los baserritarras que emigraron a América. Entre que el que ha hecho fortuna quiere que se note y que los baserritarras no se andan con tonterías, en la entrada de muchos caseríos se pueden ver souvenirs de América que son todo lo contrario a los habituales: grandes y bonitos. Se trata de árboles exóticos, en la mayoría de los casos palmeras.
En el caso de Urola Garaia, tres de las palmeras más espectaculares se encuentran en el caserío Zubiaurre de Brinkola. A pesar de que nos presentamos a una hora intempestiva (eran la 13.30 y Belén Madinabeitia y su marido José Ramón Gorospe estaban comiendo con sus nietos Aitzol y Oinatz), nos atendieron educadamente.
Madinabeitia contó que las palmeras las plantó su abuela Carmen Ariztimuño. “Ella no estuvo en América, pero entre sus familiares había muchos frailes y monjas y seguro que las trajo alguno de ellos”.
De América no llegaron solo los árboles que adornan la entrada de la casa, también parte del dinero que se necesitó para construirla. “Siempre he oído que el caserío se hizo con dinero que se envío de Cuba. Otros dos caseríos de Legazpi, Makatzaetxeberri y San Miguel, son muy parecidos a este. Los tres se hicieron con dinero de Cuba. El nuestro lo construyó mi bisabuelo Joaquín Iñurritegi. Utilizó piedra de su propia cantera. Decían que era un hombre tan fuerte que levantó las paredes con las piedras cogidas al hombro”.
Volviendo a las palmeras, en un principio plantaron dos y después salió una tercera. “No dan mucho trabajo. De vez en cuando las podamos y, cuando sale alguna planta, la sacamos y la ofrecemos a los conocidos. En Errotaburu, el caserío de al lado, tienen una palmera que empezó a crecer delante de nuestra casa. Otra fue a Burgos, con el que nos suele traer el jamón a casa. Tenemos que arrancar a tiempo las plantas, antes de que crezcan mucho y sea complicado sacarlas”.
La secuoya de Zumarraga Otro souvenir vegetal de Urola Garaia se encuentra en el parque Clara Larrañaga de Zumarraga. Se trata de una secuoya. Se cree que la plantó José Antonio Alberdi hace unos 150 años.
Él y su hermano Ignacio María emigraron a América a mediados del siglo XIX y volvieron a Zumarraga con una gran fortuna. Compraron los terrenos que actualmente ocupa la plaza Euskadi y posteriormente se los vendieron al Ayuntamiento para que este construyera la mencionada plaza y la casa consistorial. Ellos por su parte, edificaron sendas viviendas a ambos lados del ayuntamiento. José Antonio construyó la que hoy en día ocupa el batzoki y su hermano la que se conoce como Casa Itarte. Esta casa se aprovechó hace algunos años para ampliar las dependencias municipales.
El parque donde se ubica la secuoya lo construyó José Antonio y pertenecía a su casa. El PNV se lo cedió al Ayuntamiento cuando compró el edificio en el que se sitúa el batzoki. El rey del parque es la secuoya. Estos árboles son originarios de EEUU y aquí llegaron de la mano de los indianos. Así, la mayoría de ellos se plantaron en los jardines de sus palacetes.
El Gobierno Vasco incluyó el ejemplar de Zumarraga en su listado de árboles de valor especial y, por lo tanto, está protegido. No es de extrañar, pues estas coníferas gigantes son una maravilla de la naturaleza y despiertan la admiración de todo el mundo. Todos los datos relacionados con ellas son estratosféricos. De hecho, son los árboles más grandes y longevos del mundo. La mayoría de ellos se encuentran en California y pueden llegar a vivir 4.000 años. Muchos sobrepasan los 100 metros de altura.
Se adaptan bien Aunque no son especies autóctonas, tanto las secuoyas como las palmeras se adaptan bien en nuestro entorno. Ainara Osinalde, de la empresa de jardinería Ikerlora, comenta que también ha visto algún caqui. “Encima del campo de fútbol Bikuña de Legazpi hay otra secuoya, en enfrente de la iglesia de Legazpi una palmera... Son especies que se adaptan bien a nuestro terreno”.
Y les dan un toque exótico a nuestros pueblos. Me voy a tumbar a la sombra de una palmera, a ver si se me pasa el síndrome postvacacional...