Por increíble que les pueda parecer a los jóvenes de hoy en día, hace no tantos años había familias en las que el número de hermanos alcanzaba los dos dígitos. Es el caso de los Ugarte-Sagastizabal, del caserío Eguzkitza Goikoa de Brinkola (Legazpi): son once hermanos. Todos los años celebran una comida y la de 2018 fue el domingo.
Si en el musical de Hollywood buscaban siete novias para siete hermanos, los Ugarte son siete hermanas para cuatro hermanos: Arantza, Itziar, Begoña, Kontxi, Kutx, Jabier, Santi, Pili, Luis, Eva y Jaione. La mayor nació en 1944 y la menor, 20 años después. Entre todos tienen 24 hijos y 14 nietos. En cuanto a los oficios, hay de todo: algunos han trabajado en fábricas, dos hermanas son amas de casa, otra trabaja en Eroski, otro ha sido carnicero y tienen un guardabosques, una bióloga y una psicóloga.
La familia la formaron el oñatiarra Dámaso Ugarte y la legazpiarra María Sagastizabal. Tuvieron siete chicas y cuatro chicos y cabe destacar que en un caserío vecino (Muntegi) también tuvieron once hijos: siete chicos y cuatro chicas. Vamos, que además de jugar un partido de fútbol, podían haberse emparejado todos. Pero, curiosamente, ninguno de los once se casó con nadie del caserío vecino.
los trabajos A todos les tocó trabajar en el caserío desde niños y la mayoría prefirió emparejarse con kaleumes. Begoña recuerda que las chicas cuidaban de los hermanos pequeños, además de trabajar en el bosque. “Íbamos a cortar helecho, plantar pinos... Hay que tener en cuenta que las cuatro mayores somos mujeres. En cuanto los chicos crecieron, se encargaron ellos de estos trabajos”. En casa también tenían que trabajar. “Todas las noches limpiábamos los zapatos de todos. Y por las mañanas, preparábamos las alubias para la comida. Eso lo hacíamos desde niñas”.
Un caserío es una pyme en la que nadie se libra de trabajar. “Recuerdo a nuestra abuela desgranando maíz, mientras rezaba el rosario y nosotros le respondíamos”, comenta Kontxi. “Y a la ama meciendo una cuna mientras cocinaba”, añade Begoña.
Los cuartos se limpiaban una vez a la semana: los domingos. “Primero íbamos a misa y después limpiábamos los cuartos. En verano, de vuelta de misa, recogíamos menta que utilizábamos para la limpieza de debajo de las camas”, añade Kontxi.
En cada cama dormían dos o tres hermanos, distribuidos por sexos y edades. A pesar de ello, en invierno pasaban frío. “Solíamos llevar un ladrillo caliente o una botella con agua caliente”. Antes de instalar la ducha, se bañaban en la cocina, en un balde con agua caliente. Y si el retrete estaba ocupado, iban a la cuadra.
En aquellos tiempos, la vida era dura. Más aún para las familias que vivían en los caseríos. Begoña no recuerda haber jugado en la calle de niña. “La ama solía estar deseando que apareciera alguien en el caserío para que le echase una mano, pues el aita trabajaba en la fábrica”.
Solo tenían un capricho: caramelos. La abuela solía ir a Oñati a visitar a una hija, andando, y a la vuelta traía caramelos. “Traía los mismos para todos, para que no nos enfadáramos. También el aita nos traía siempre algo, cuando iba a las ferias. Y la ama, patxintxis”, cuenta Begoña.
La ama Le reconocen un gran mérito a su madre. “Lo que le tocó... Tenía carácter. Pocas veces le vi reír. Siempre ahorrando el dinero que traía el aita. A los mayores ni se nos pasó por la cabeza estudiar. Y menos mal que no tuvieron el mismo criterio con todos. Las menores fueron a la universidad, pero no era viable que fuésemos todos”, dice Begoña. “Gracias a lo que vimos en casa, todos hemos sabido salir adelante”, añade Jaione. “Pero no quiero para mí la vida que tuvieron ellos”, puntualiza Begoña.
Ninguno de ellos ha querido repetir la proeza de sus padres, pero Begoña comenta que su madre tampoco se marcó como objetivo tener once hijos. “Alguna vez hablé con ella sobre eso y me dijo que tuvo once hijos porque antes las cosas eran así. Eso no significa que no nos quisiese, aunque todos los días nos diese algún coscorrón. No hacíamos nada especial, pero no sería fácil atar en corto a tanto niño. Como es normal, no tenían la paciencia que tenemos nosotros con los niños”.
Consideran que tener diez hermanos tiene muchas cosas positivas. Se aprende a compartir y los encuentros familiares son toda una fiesta. “Nos encantaba que llegaran navidades, pues nuestras hermanas mayores venían con sus parejas y nosotras dormíamos en el desván sobre helecho”, recuerda Jaione.