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La Donostia señorial abre sus puertas

Lola Horcajo y Juan José Fernández Beobide repiten en su ruta por las villas y palacios de la capital de Gipuzkoa, aunque lo que buscan es traspasar las paredes y acercar al lector a la historia de las gentes que las habitaron.

La Donostia señorial abre sus puertas

Detrás de las paredes de las señoriales villas y palacios que poblaron y pueblan las calles y rincones de Donostia se esconden historias varias que Lola Horcajo y Juan José Fernández Beobide se han propuesto desentrañar saltando sus muros.

Lola Horcajo habla con entusiasmo de ese paseo que se inició con un volumen anterior, en el que se recogían las historias de quienes alumbraron o mantuvieron once villas de la ciudad.

De forma casi inesperada, así lo reconoce Horcajo, el libro se agotó con rapidez y hubo que sacar al mercado una segunda remesa que también se vendió. Así las cosas, esta pareja en la investigación y en la vida, Horcajo y Fernández son matrimonio, decidieron seguir con su paseo en el que, asegura la historiadora, importa mucho más las vivencias de las personas que los propios edificios.

En la segunda parte de Villas Donostiarras de la Belle Époque, se recogen las situaciones vividas en catorce villas y palacetes de Donostia. En la lista aparecen edificios que aún permanecen en pie y otros que ya forman parte de ese baúl de los recuerdos que toda ciudad guarda a buen recaudo.

Entre los que ya no se podrán volver a ver se hallan Villa Oroimena, situada junto al palacio Miramar; Villa Trelles, en el paseo del Duque de Baena, o Altxuenea, que desapareció en 1992 de la vaguada de Amara Zaharra.

Pero todavía podemos disfrutar, a mayor o menor distancia, de edificios singulares como La Cumbre, Villa Belén, Toki Eder, la Torre Satrústegi, Villa San Martín, las Torres Arbide, El Pinar y, sobre todo, el Palacio de Aiete y sus majestuosos jardines que son obra de Pierre Ducasse, aunque la mágica zona de las cuevas y las cascadas sean fruto de la imaginación de Eugene Combaz.

Lola Horcajo, historiadora y docente, se refiere con cariño a las gentes que poblaron estas villas, como si les conociera de toda la vida. Así habla de María Dolores Collado, duquesa de Bailén y donostiarra de nacimiento, que a buen seguro impulsó la compra por parte de su marido del Palacio de Aiete, que contó con jardines antes de con un edificio que se acabó de construir en 1878. Este palacio se convirtió, por invitación de Collado cursada a una embarazada y viuda reina María Cristina, en residencia de verano de la regente desde 1887. Los motivos y el devenir del palacio se recogen, de forma clara y amena, en el libro de Horcajo y Fernández.

En El Pinar, cerca de los cuarteles de Loiola, jugaba a la pelota José Vergarajáuregui ? de la Unión Cerrajera de Mondragón? amante de la jardinería que cada fin de semana subía de su residencia en La Concha a cuidar de las plantas y a practicar su deporte favorito con el jardinero de un pabellón que fue su sueño. Muchos, muchos años después El Pinar acogió las grabaciones de la serie Goazen, entre las estatuas italianas de terracota que mandó colocar el empresario amante del arte.

Nombres y más nombres, muchos de ellos de mujer, han hecho posible que Donostia cuente en su nómina de edificios con algunas joyas a proteger. Un ejemplo lo hallamos en La Cumbre, edificio que actualmente hace las funciones de almacén de los muebles retirados del palacio Miramar y que compró Martina Maíz Bagazgoitia , de Algodones de Vergara, a su sobrino para pasar en Donostia sus últimos años de vida y legar la villa a la iglesia aunque, por vericuetos del destino, acabó siendo propiedad del Gobierno central.

Muchas historias, como la que une a Cartier a la villa San Martín, tienen acomodo en un libro que, si es secundado por los lectores, tendrá continuidad en otro trabajo en el que Horcajo ya contempla incluir el palacio del Duque de Mandas. l