La lista de los juguetes que los niños han pedido al Olentzero y a los Reyes Magos es interminable. Pero hay un juguete que no encontrarán en las cartas enviadas por los niños de Urretxu y Zumarraga, por mucho que busquen: un castillo, ya sea en su versión Playmobil, Exin o Lego. No en vano, los niños de estos dos pueblos ya tienen un castillo que le da mil vueltas a los de juguete: el que instaló el Ayuntamiento de Urretxu en la plaza Belaustegi. Tiene tanto éxito que este parque se ha convertido en el favorito de los niños y mucha gente conoce a esta plaza como la plaza del castillo. Como la de Pamplona, pero, esta sí, con el elemento que da nombre a la plaza.

Siempre que no llueve, el parque suele estar a rebosar de niños y padres. Mientras los primeros corretean por el castillo, juegan al escondite aprovechando sus múltiples rincones o bajan por los toboganes, los segundos conversan en los bancos o en las cafeterías cercanas.

Uno de los habituales de esta plaza es el urretxuarra Koldo Agirre. Tiene dos chavales de 7 años y les encanta ir al castillo de la plaza Belaustegi. “Todos estamos muy contentos con este parque. Los chavales lo pasan en grande y suele haber muy buen ambiente. Sobre todo los viernes, pues en la zona hay dos bares (Geltoki y Café 33) y los dos participan en el pintxo-pote”.

Los niños le piden todos los días ir al parque del castillo, cosa que no le extraña. “Quieren ir siempre al castillo y es normal. En nuestros tiempos había muchos menos parques y no eran, ni mucho menos, como este. ¡Si nosotros hubiésemos pillado un parque así con 7 años también le habríamos sacado chispas!”.

Además, considera que el castillo y su entorno están muy bien cuidados por el Ayuntamiento. “El parque suele estar muy limpio y recientemente han renovado el suelo. Hubo un problema con un juego y, después de algún accidente, lo sustituyeron por un columpio de los de toda la vida. Estamos muy contentos”.

Eso sí, los padres están siguiendo de cerca la obra que se está haciendo en el solar que ocupaba la casa Ormazabal. “La plaza se va a ampliar y no sé qué intenciones tiene el Ayuntamiento. Va a quedar una plaza enorme y, si cubriesen la zona del parque, sería la gloria”.

Los hosteleros, contentos Pero los niños y los padres no son los únicos que le dan las gracias al Ayuntamiento por haber instalado este castillo en la plaza Belaustegi. Inés Martín, del bar Geltoki, también se muestra agradecida. No en vano, su negocio se ha visto favorecido por el castillo. “Desde que lo pusieron, empecé a notar que al bar entraba gente que hasta entonces no era habitual. Era gente que venía al parque. Es el único parque del pueblo que tiene un elemento especial y me ha venido muy bien”, comenta.

El castillo ha provocado que su pub se haya convertido en una cafetería, pues hoy en día su clientela la forman principalmente los padres que vienen al parque con sus niños. “Llevo en el bar desde el año 1991. Al principio, el principal reclamo era la discoteca Golden y trabajábamos mucho de noche. Cuando el Golden empezó a decaer, nosotros también notamos un bajón. Eso nos dejó fuera de onda. La plaza se quedó muerta y el parque vino a darle un poco de vida. Esto era un pub y tuvimos que adaptarlo a la demanda de la gente. Ahora trabajamos sobre todo como cafetería. Hay también algo de poteo, pero lo que mejor funciona es la terraza. Sobre todo en verano, claro”.

Fue una suerte que le pusieran un parque justo al lado del bar y que, además, este parque contara con un elemento diferencial. “Todos los parques no tienen una terraza tan cerca. Desde las mesas los padres pueden controlar a sus hijos y eso es algo que agradecen. Hay cuadrillas de padres que vienen casi todos los días”, añade.

Se puede decir que el castillo ha salvado su negocio. “A esta zona no llegan las fiestas del pueblo ni las de la estación, para los que vienen a la feria de Santa Lucía estamos de paso... Me vino muy bien que pusieran el parque”, concluye.

El Ayuntamiento instaló el castillo en 2007 para dar vida a una plaza poco utilizada y está claro que ha conseguido el objetivo: un pequeño efecto Guggenheim, por 120.000 euros.