El revolucionario mexicano Emiliano Zapata acuñó la frase La tierra para el que la trabaja. Esa misma reivindicación es válida para el resto de los sectores. También el de la construcción. Florentino Pérez, las Koplowitz... son los nombres más conocidos de ese mundo, los que se llevan el dinero, pero son sus trabajadores los que levantan las casas y construyen todo tipo de infraestructuras. Los que trabajan a pie de obra y consiguen superar los retos que se plantean en el día a día. En Gipuzkoa hablar de la construcción es hablar de la familia Garrido. El ciudadano de a pie conoce los nombres de las grandes constructoras del territorio, pero no hay constructora en Gipuzkoa que no conozca a los Garrido. Esta familia de encofradores ha trabajado para una lista interminable de promotores y ha participado en la construcción de cientos de edificios y carreteras.

Esta familia de Zumarraga es de origen gallego. Tras la guerra, Constantino Garrido y Carmen Núñez vinieron de Ourense a Gipuzkoa en busca de un futuro mejor. Él provenía de una familia de carpinteros y eso le sirvió para encontrar trabajo en la construcción. Incluso hizo de promotor: cuando se quemó la casa en la que vivían, que estaba en Urretxu, construyó un edificio de ocho viviendas en la calle San Isidro de Zumarraga.

Pero trabajó, sobre todo, para otros. Estuvo empleado durante 17 años en la empresa Orbegozo de Zumarraga y se ganó el aprecio del dueño, Saturnino Orbegozo. “Trabajaba en las obras y participó en la construcción de muchos pabellones. En cierta ocasión, tenían que picar el suelo y empezaron a hacerlo con martillos neumáticos. A nuestro padre se le ocurrió utilizar la pera de la grúa y así lo hicieron mucho más cómoda y rápidamente. Saturnino, en cuanto vio el trabajo, dijo que aquello solo podía ser obra de Garrido”, cuentan sus hijos Juan Ignacio y Manuel.

Ellos también se han dedicado a la construcción. De hecho, siendo todavía unos niños, colaboraron en la construcción de la casa familiar. Se puede decir que nacieron con un ladrillo bajo el brazo y llevan hormigón en las venas. Recuerdan que su padre abandonó Orbegozo porque el humo que se respiraba allí estaba afectando a su salud y después trabajó en la construcción de cientos de viviendas. Por ejemplo, las dos torres de la plaza de Los Leturia de Zumarraga. “Participamos en el levante y la albañilería, pusimos tarimas, ventanas y puertas... hicimos de todo”.

Obras en todo el Estado Zumarraga sufrió una transformación total en los años 60 y 70 y los Garrido fueron arte y parte. Trabajaron en las casas de las calles Okendo y Txurruka, en la de la ferretería Bravo... No había constructor que no les llamara. “Si te enseño mi vida laboral... La lista de promotores para los que hemos trabajado llena dos páginas: Irastortza, Sukia, Saiza, Beitia... Trabajamos en casi todos los pueblos de Gipuzkoa: en Antzuola, en la fábrica que tiene una torre con un reloj, la autovía de Leitzaran, la depuradora de Legorreta, las variantes de Zumaia, Mutiloa y Segura, el centro comercial Gorbeia de Vitoria, el vivero de marisco de Getaria, cementerios, pabellones...”, enumera Manuel.

También trabajaron fuera de Euskadi: en Canfranc, Candanchú, Panticosa, Madrid, Palencia... “En San Martín de la Vega, en Madrid, hicimos una planta para picar coches. Era la segunda más grande de Europa e hizo que en un mes desaparecieran casi todos los coches que se veían en los desguaces de la carretera a Andalucía”.

Junto a su padre, trabajaron también en la construcción de la central eléctrica de Ezkio-Itsaso. “Nuestro padre apenas sabía firmar, pero entendía de planos mejor que nadie. Estando en Orbegozo, un ingeniero belga se lo quiso llevar a su país. Le ofreció de todo y no se fue por nosotros”.

A sus hijos no les pudo dejar el dineral que le ofrecieron en Bélgica, pero sí todo su conocimiento. Ellos, a su vez, enseñaron lo que aprendieron de su padre a la siguiente generación: un hijo de Juan Ignacio y varios sobrinos también se dedican a la construcción.

Consideran que este mundo ha cambiado mucho. “Cuando empezamos nosotros no teníamos ni guantes. Así estoy ahora... Tengo cuatro hernias y me tienen que poner una prótesis en la cadera”, dice Manuel. “Cuando éramos jóvenes, lo llevábamos todo al hombro”, añade su hermano.

De todos modos, creen que sigue siendo un oficio duro. “Hay que estar a las duras y a las maduras. Con sol y nevando. Recuerdo que en una obra me puse hasta tres veces en calzoncillos para secar la ropa en el fuego. Todo eso pasa factura”. La actitud de algunos constructores hace que el trabajo sea más duro aún. “En cierta ocasión, en el Pueyo de Jaca, nos pidieron que restaurásemos unas casas. Les dijimos que iban a caerse y nos iban a sepultar. Que era mejor sacar fotos, tirarlas y hacerlas idénticas. No nos hicieron caso hasta que se cayeron dos casas”. Si les dejaban trabajar en condiciones, sus trabajos no tenían tacha. Los dos están jubilados y, como buenos jubilados y con más razón que el resto, se fijan en las obras. “En casi todas el aislante lo ponen mal y luego hay problemas de condensaciones”, indica Manuel. Miguel dice que una de las mejores casas que ha construido es la última: la de la sociedad Irrika de Zumarraga. “Trabajamos con materiales muy buenos”.

Su fama como encofrador era tal, que se acordaron de él cuando vieron que no había manera de construir la escultura del pantano de Arriaran. “Basterretxea hizo el diseño y un ingeniero hizo los planos, pero alguien tenía que darle forma...”

Reivindica que el de la construcción es un trabajo en equipo. “Cuando hicimos el puente de Berastegi, el constructor le dijo al diputado general que yo era el artífice del puente. Le respondí que los artífices éramos todos. Es un trabajo en equipo. Si quieres que quede bonito, alguien tiene que hacer un hormigón fino”.