"LA cresta de la colina quedaría como una pista de despegue al cielo abierto sobre la mar entre las dos señales como de aeropuerto, a la izquierda el promontorio de Urgull, a la derecha el de Ulía". Eso iba a ser el cementerio de Ametzagaina: "Una construcción espacial vacía y sagrada que simbolizaría religiosamente una estación de salida desocupada de ferrocarril o aeropuerto".

Así definía el escultor Jorge Oteiza el espíritu de su proyecto Izarrak Alde. Fue en los años 70 cuando el Consistorio donostiarra decidió construir un nuevo camposanto en la ciudad, eligió la sima de Ametzagaina y convocó un concurso de ideas en 1985. Oteiza presentó su proyecto, aunque no ganó (el diseño vencedor, del navarro Antonio Vaíllo, tampoco llegó a materializarse).

El Museo San Telmo inauguró hace unos días una muestra en la que se presenta con detalle el proyecto de Oteiza: los visitantes podrán observar las maquetas con las que trabajó el escultor, sus explicaciones en torno a la obra e imaginarse en qué podría haberse convertido el entorno de Ametzagaina. La exposición estará abierta hasta el 11 de noviembre y se complementará, asimismo, con una serie de charlas de expertos que intentarán explicar el plan de Oteiza.

El oriotarra no planteaba un cementerio al uso y se basaba en considerar la muerte como un viaje, no como una ciudad de llegada, de ahí el símil con el aeropuerto: "Se apoya en un mito preindoeuropeo nuestro de metamorfosis sobre la muerte como hijos del cielo". De ahí, también, el título de su obra, que apela a las estrellas y que tampoco es muy habitual en la terminología relacionada con un cementerio.

La idea era que el camposanto fuera un parque abierto y visitable y, al mismo tiempo, incluyera un campus para una universidad popular, con grandes espacios para instalar museos relacionados con los camposantos, la muerte y los mitos. En una zona estarían los enterrados y en lo alto de la colina diseñó un gran edificio que pretendía servir de lugar de encuentro y educación: "Mientras en la zona sur enterramos a nuestros muertos, en la norte se trabaja en el desenterramiento de ciudadanos que sonambulean vida", escribía el escultor en referencia a su proyecto.

En esta iniciativa Oteiza trabajó con los arquitectos Juan Daniel Fullaondo, Marta Maíz, Enrique Herrada y María Jesús Muñoz. El camposanto iba a ser un gran monumento, una escultura arquitectónica, un monumento funeral y vital. "Implicaba pensar el cementerio no solo en la función higiénica, sino como lugar de producción cultural trascendental, un capital artístico portador de valor pedagógico y social". La ciudad como obra de arte, reivindicaba Oteiza.

El objetivo era, por lo tanto, añadir al gran espacio verde del cementerio una construcción completamente vital, convertirlo en un lugar de encuentro. El gran edificio que proyectó en la sima de Ametzagaina sería visible desde gran parte de la ciudad y sería, además, la puerta de entrada al cementerio.

problemas con las bases

"Se ha fallado contra la ciudad"

Tenía las estrellas a su favor, pero Izarrak Alde no ganó el concurso convocado en 1985 por el Ayuntamiento donostiarra. El jurado descartó la propuesta de Oteiza por una cuestión técnica: al parecer, no estaba permitido acompañar el proyecto con fotografías de las maquetas y el escultor oriotarra lo hizo así.

"Se ha fallado contra nosotros, se ha fallado contra mí, se ha fallado contra la ciudad". El hecho de no haber sido admitido encendió el enfado de Oteiza, que en varios periódicos de la época criticó muy duramente a los responsables y técnicos municipales (los llamó sepultureros) por la manera en que habían convocado el concurso: "Despreciable conformismo el de este jurado que no podía ignorar que sobre la estupidez de las bases, estaban obligados a servir a la ciudad".