Hay momentos en los que la playa de La Concha parece tener menos arena y es más corta. Pero la materia sigue ahí, solo que no se ve. Se queda en la bahía, bajo el agua. NOTICIAS DE GIPUZKOA se ha reunido con el director de la Unidad Marina de Azti-Tecnalia, Adolfo Uriarte, y con la concejal de Infraestructuras Urbanas y Servicios, Nora Galparsoro, para hablar sobre lo que esconden los arenales de la bahía donostiarra.

El investigador de Azti-Tecnalia recuerda, en primer lugar, que en el pasado lejano el río Urumea llegaba al mar por la bahía de La Concha. Si bien esa desembocadura desapareció bajo el agua, los investigadores pueden observar aún ese camino -llamado paleocanal- que cruzaba por los dos lados de la isla. "En este momento ese cauce sigue existiendo a 60 metros de profundidad, cubierto por materiales", indica Uriarte.

Mirando el paleocanal que cruza entre Santa Clara y el Aquarium se puede detectar la entrada y salida de material a la bahía. En este punto, el experto expone que "todos los estudios avalan" que, de forma general, exceptuando algunos casos puntuales, "ni sale ni entra arena al sistema" de La Concha.

Pero tan importante como lo que se ve es lo que no se ve. La playa no acaba cuando termina la zona de arena seca, sino que continúa descendiendo bajo la bahía. Uriarte explica que "en el País Vasco la playa, desde un punto de vista morfodinámico, termina cuando se alcanzan los 25 metros de profundidad", explica el experto. "Un grano de arena que salga de la zona de 25 metros de profundidad no vuelve nunca a la playa, mientras que si está en esa franja sí que puede volver".

Además, añade que en la actualidad sigue existiendo una "una lengua de arena" submarina creada por dos corrientes -una viene desde la zona del Náutico y otra, desde el Tenis- que chocan y dejan el material arenoso en el centro de la bahía delante de la isla, que hace de tope. Uriarte explica que ese proceso es muy similar al que existió hace miles de años y que culminó en la creación del tómbolo sobre el que se asentó posteriormente la ciudad. Las corrientes que venían desde Ulia y desde Igeldo chocaban y depositaban el material frente a Urgull creando el istmo sobre el que luego se construiría Donostia.

Los arenales no son algo fijo y estanco; se mueven y cambian de forma. "Dependiendo del oleaje, puede haber más o menos material acumulado", reconoce el experto, al tiempo que añade que las personas tienen que acostumbrarse "a convivir con la realidad de que es algo que se tiene que mover". Por ello, insiste en que cuando un arenal parece más estrecho no es que haya perdido arena, sino que esta ha trasladado a la zona alta.

Por lo general, en invierno los grandes oleajes erosionan las playas y arrastran la arena hacia el centro de la bahía creando lo que se denomina "barra". Esta provoca que las olas rompan en esta zona -sobre ella colocan los surfistas- y que no lleguen con fuerza suficiente para seguir arrastrando material de la zona alta de la playa. En verano ocurre el efecto contrario, la barra se rompe y deposita el material en la playa.

Este proceso, por supuesto, también modifica los perfiles de las playas de la bahía. En invierno los arenales son "tendidos", con "poca arena en la parte alta de la playa y muy largos". "En verano, en cambio, es al revés", relata Uriarte. El arenal es más corto y con mucha más pendiente que en invierno.

efecto humano

El más mínimo cambio tiene consecuencias

Muchas zonas de Donostia, como la primera manzana de villas de Ondarreta, han comido terreno a la playa. "Las playas, además de su uso lúdico, representan un importante objetivo de defensa de la costa", explica, dado que es capaz de "disipar la fuerza del mar". Como consecuencia, de ello y teniendo en cuenta que los arenales "no son algo rígido", estos cambian de forma y "se amoldan".

Uriarte resalta que cualquier modificación "por pequeña que sea" que se haga dentro de la bahía modificará la actitud del oleaje. En este punto, el experto concreta que si en las zonas de playa las olas pierden fuerza y se "amortiguan", en las zonas rígidas como el muelle o el Pico de Loro, las olas al chocar "no se amortiguan nada y se reflejan". La ola reflejada se dirige luego hacia la playa y la erosiona.

Pone como ejemplo que la nueva escollera que se ha construido en el exterior del muelle "absorbe más energía", por lo que hace que el oleaje se refleje de forma diferente y que la ola que ha rebotado en ella llegue con menos fuerza y erosione menos La Concha en algunas zonas.

naturaleza

Atractivo desde el punto de vista del ecosistema

Toda la playa es un ecosistema. Y muchas veces los deseos humanos se contraponen con la realidad de la naturaleza. "No podemos creer que todo lo podemos controlar en una playa, no queremos controlarla tampoco", apunta, por su parte, la concejal Nora Galparsoro.

La edil se refiere a las algas y las medusas que aparecen año tras año en las playas. "Hay que entender que son parte del ecosistema", indica y añade que las playas, dejando a un lado su uso lúdico, y atendiendo a sus características naturales, pueden llegar a ser "espectaculares". "Con esto no quiero decir que no haya que retirarlas, pero mirando esto desde el punto del ecosistema, pues tiene su atractivo. Aun así las retiraremos", asevera con una sonrisa.

Y es que el llamado marco incomparable es espectacular por muchos motivos, por sus vistas y también por la naturaleza.