LA calle Prim de Donostia es un auténtico corredor de arte. Las fachadas y portales que revisten ambos lados de la avenida engalanan esta parte de la ciudad de la riqueza incomparable del siglo XIX. Tal es así que dicha parte del centro de Donostia se ha convertido en uno de los puntos de visita obligado para muchos de los turistas venidos de cualquier parte del mundo, que observan con admiración la elegancia sin igual de los edificios.
Como todo en la vida, para entender la singular arquitectura de esta calle, es necesario echar un vistazo a la época de su nacimiento y, a golpe de enciclopedia, sumergirnos en la Belle Époque donostiarra, allá por el siglo XIX. Es en esta etapa cuando la reina María Cristina instala su residencia veraniega en Donostia e impulsa de esta manera la ciudad comercial y turística. Florecen así los edificios más reseñables de la capital guipuzcoana como la catedral del Buen Pastor, el palacio de Miramar o el hotel María Cristina, así como el resto de edificios de la denominada Área Romántica, todos ellos con un marcado estilo afrancesado y aburguesado. No es de extrañar, por tanto, que por un lado se propiciara el desarrollo de la actividad turística a escala europea, y por otro lado, que Donostia se convirtiera, según algunos cronistas, en merecedora del sobrenombre de Pequeña París.
un paseo romántico
Portales
La primera parada obligada en la calle Prim es el portal número 7, que da paso al edificio construido por Manuel de Echave en 1896. En 1923, Lucas de Alday reconstruyó parte del inmueble debido a la destrucción de la cubierta por un incendio. En él se aprecian detalles ornamentales de finales del siglo XIX como las manillas alargadas y el grueso zócalo inferior de color oro, que inevitablemente llaman la atención. Una gran alfombra, que recuerda a la entrada de cualquier palacio del siglo XIX, lleva hasta el ascensor. Pero no es un ascensor como los de hoy en día, sino de hierro y cristales y, desde fuera, se puede distinguir la maquinaria y las cuerdas. Este elevador carece de puertas automáticas por lo que no se cierra cada vez que se intenta entrar o se lleva la compra a otro piso si uno se despista un segundo. Sus piezas de hierro conforman figuras realmente hermosas y, en este caso, viajar en ascensor se convierte en un placentero momento.
La siguiente parada digna de contemplación es el número 10 de la calle, construido entre 1901 y 1905 por Pedro Arístegui y Carlos Ibero. Esta fachada sigue la tradición neoclásica pero adaptada a las influencias eclécticas del momento. A este respecto se hacen notar los aparejos con junta simulando encadenados de piedra en las esquinas y en verticales intermedias con el objeto de dividir la pared con una decoración. Otro elemento destacable son sus vidrieras y forjas del estilo art nouveau.
Otro alto en el camino obligatorio para los amantes de la arquitectura es la fachada del número 17, construida en 1904 por Ramón Cortázar, el diseñador del ensanche donostiarra. Su estilo modernista sobresale por las cerámicas de la fachada, que representan los típicos dibujos de la escuela artística francesa.
Una de sus vecinas se muestra muy orgullosa al confesar que el pórtico está "intacto" desde su construcción: "Hicimos obras hace tres años, pero solo se limpió la fachada y se pintaron las paredes". La privilegiada moradora asegura que no se modificó absolutamente nada de la arquitectura original, además, "el Ayuntamiento lo prohíbe". Sin embargo la prohibición de la Casa Consistorial no es el motivo principal por el que se ha mantenido la arquitectura inicial del edificio, ya que, según señala la habitante, los vecinos están muy orgullosos del edificio tal y como está: "No queremos que se cambie absolutamente nada de la edificación antigua, nos gusta esta estampa del pasado y precisamente ahí está su encanto".
Las alturas de los techos de este portal son diferentes en cada piso. Las primeras plantas son más altas que las demás. Concretamente, la altura del techo de la casa de esta vecina llega casi a los cuatro metros. Ella cuenta orgullosa que su vivienda también mantiene intactos los techos y suelos desde su construcción y no tiene ninguna intención de cambiarlos. Es, precisamente, lo que más le gusta de ella. Las vistas de los miradores dan directamente a la plaza Bilbao y la alegría y ritmo de la calle Prim llenan de luz y vida su hogar.
Un poco más adelante, a la altura del número 25, se eleva una fachada datada en 1905 y construida por Manuel Domínguez Barros. Su arquitectura se incluye dentro del conjunto del estilo más modernista de esta zona y es uno de los ejemplos más claros de la decoración art nouveau de la capital guipuzcoana.
Este mismo arquitecto, un año más tarde, construyó el edificio del número 30, última parada del recorrido. Los rasgos más distintivos de esta fachada se encuentran en el mirador de la calle Prim rematado con pendientes inclinadas.
Sin duda, los habitantes de la calle Prim son unos privilegiados, pero los paseantes y turistas de la ciudad también lo son, al poder disfrutar de un agradable paseo y viajar al pasado contemplando el paisaje que esta mágica calle ofrece.
Con el fin de proteger la riqueza arquitectónica de esta singular calle y sus alrededores, el Ayuntamiento interpuso una serie de restricciones para la ampliación o modificación de las fachadas que, sin duda, han ayudado a su conservación.