La tinta que borra la castaña
En siglo y medio, los frutos del castaño han dejado de tener peso en la alimentación de la población guipuzcoana, al igual que ha sucedido en el resto de la cornisa cantábrica. Un hongo difícil de combatir ha dejado diezmada la población de estos árboles.
lA afición por recoger castañas cuando llega el otoño sigue en boga en Gipuzkoa. El paseo por el bosque en busca de estos bocados de la tierra sigue reuniendo a no pocas familias, pero más como diversión que como modo de aprovisionarse de alimentos, ya que este fruto está en horas bajas.
Zonas concretas de Peñas de Aia, en Oiartzun, Asteasu, Leaburu-Gaztelu y muchas otras áreas boscosas son algunos de los puntos guipuzcoanos en los que las castañas caídas en el suelo hacen las delicias de los más pequeños, cuando llenan sus bolsas. Pero ni el grosor ni el sabor de los frutos son los deseados y en muchas ocasiones, además, hay gusanos en ellos. Los propietarios de los castañales, además, ni siquiera recogen los frutos y estos se quedan en el suelo, haciéndose tierra en compañía de los erizos que los guardan.
Está claro que la existencia de castañas en Gipuzkoa ya no es lo que era y, aunque existen manchas de castañales repartidas en distintos puntos de territorio, no son de suficiente entidad para su comercialización. De hecho, la Diputación ni siquiera cuenta con un mapa de castañales, ya que su presencia es testimonial. Tampoco existe un listado de productores porque los baserritarras no se dedican a este cultivo.
De los millones de árboles que existen en Gipuzkoa, los castaños, antaño importantes en la subsistencia local, no llegan, ni de lejos, al 1%, ya que enfermedades como la tinta y el chancro han diezmado estos frutales y les han dejado tocados de muerte. "Muchos árboles pueden llegar a tener quince o veinte años pero después se secan a causa de la tinta", explica el técnico Ignacio Javier Larrañaga, de la Unidad del Área Vegetal de la Diputación Foral de Gipuzkoa, que destaca la malignidad de este hongo, así como del chancro, que han reducido la población de castaños drásticamente.
Según el ente foral, la enfermedad llamada "de la tinta" (Phytohophthra cinnamomi) apareció en España en 1726, en la villa de Jarandilla de la comarca de la Vera de Plasencia, en la falda meridional de la Sierra de Gredos. De allí, fue extendiéndose por toda la península ibérica y fue en 1871 y 1872 cuando hizo su aparición en las costas del Cantábrico, concretamente en la zona de Bizkaia comprendida entre Ondarroa y Lekeitio. Entonces, los castaños constituían la tercera parte de los bosques y para los campesinos, sus frutos constituían una de las primeras materias alimentarias. En siglo y medio, sin embargo, este alimento básico ha pasado a convertirse en un vestigio del pasado.
Según las mismas fuentes, los síntomas de la enfermedad se muestran primero en algunas de las ramas más elevadas de los árboles, que presentan un menor desarrollo de hojas. Además, éstas van adquiriendo en verano un tono amarillo rojizo en lugar de verde claro y, al año siguiente, se secan las ramas en las que hizo aparición su aparición el mal. El chancro, por su parte, también contribuye al panorama de escasez de castañas actual.
Aunque en Gipuzkoa no se cultivan ahora estos frutos con destino a la comercialización, hace un par de décadas aún se recogían en algunos lugares en abundancia.
Según datos recopilados por el técnico Ignacio Javier Larrañaga, en 1987, el caserío Iturgaitza de Anoeta tenía conocimiento de seis variedades de castañas diferentes en la zona: Goiz gaztaña, Malkorra, Bizkai, Iru Berriketa, Zaharroa y Ori Gaztaña. En el caserío Markeskua de Urdaneta (Aia), conocían la Txapartua, Igar-tza -que consideraban la mejor-, Morkola, Ille Bera -de forma alargada)- y en la casa Maya Bekoa, del mismo núcleo rural, la llamada Igartza y la Gaztaña beltza, pequeña pero sabrosa.
Asimismo, en el caserío Galardi de Hernialde tenían constancia de variedades que entonces ya no existían, como la Bizkai, Markola, IñurriTxikia, OriGaztaña, Zakarroa, Metulatza y NekaZorua. La casa Sagasti de Zegama también tenía constancia de la Gaztain Beltza, Iru alea, Erdai y Zaspigaztaña.
1.800 kilos en asteasu Según la misma recopilación de datos, Juan Legarra, del caserío Agerrebeko de Asteasu, manifestó en 1992 que recogía 1.800 kilos de castañas que vendía en el mercado de Ordizia. En esta ocasión, los árboles los había plantado su padre y, al parecer, eran variedades japonesas.
El país del sol naciente tiene mucho que ver también en las castañas que pueden degustarse entre nosotros. En Iparralde, por ejemplo, existe un vivero que comercializa distintas variedades de castañas, algunas de ellas mezcla de frutos del país con otros traídos de Japón por los antepasados de los creadores de esta explotación agraria. Nada menos que 28 especies de esta fruta pueden adquirirse en los viveros Lafitte. La castañas siguen siendo muy apreciadas en Francia, donde se elabora el cotizado marron glacé (castaña confitada) y el clásico puré de castañas, poco conocido a este lado del Bidasoa.