Concurso de tomate de Aretxabaleta: memoria agrícola de un territorio
La localidad guipuzcoana de Aretxabaleta celebra mañana, 14 de septiembre, la tercera edición del concurso de tomate autóctono, convertido en referente de la horticultura local y en ejemplo de cómo la recuperación de semillas tradicionales puede fortalecer la memoria agrícola de un territorio
El tomate de Aretxabaleta es, hoy, un icono. Un bocado dulce, carnoso y fresco que ha logrado convertirse en seña de identidad de un pueblo. Sin embargo, durante mucho tiempo permaneció en la penumbra, cultivado en huertas particulares. Su singularidad reside en el dulzor equilibrado y en una productividad que ha convencido tanto a quienes lo siembran como a quienes lo degustan.
La historia de su recuperación ha sido reconstruida por el investigador Marc Badal Pijoan en el libro Tomate de Aretxabaleta. Badal, especialista en agroecología y cultura rural, sitúa este proceso dentro de un fenómeno más amplio: el de la resistencia frente a la homogeneización agrícola y la defensa de la biodiversidad cultivada.
En la publicación, el alcalde de Aretxabaleta,Unai Elkoro Oianguren, afirma que “todos conocemos las alubias de Tolosa o los pimientos de Ibarra o Gernika, pero nuestro tomate había quedado en la sombra. Este libro nos permite reivindicarlo como parte de nuestra cultura gastronómica y de nuestra identidad local”.
El huerto que lo cambió todo
El viaje de este tomate empieza en los años 80, en el barrio de Izurieta Azpi. Allí, un joven profesor de euskera, Koldo Zubizarreta, se topó con unas plantas que un viejo hortelano local le ofreció casi por azar.
Koldo cultivó aquellas matas en su propio huerto, y pronto comprobó que los frutos tenían algo especial: dulzor equilibrado, jugosidad, un perfume que recordaba a la huerta de antes. Fascinado, siguió cuidando y seleccionando sus semillas. Su jardín, en una ladera hasta entonces cubierta de pinos, se fue transformando en un edén agrícola: tomates, frutales, hierbas aromáticas… Todo convivía bajo una mirada que combinaba curiosidad, respeto por la tradición y la memoria de lo aprendido de sus mayores.
El tomate de Aretxabaleta se multiplicó gracias a esa misma filosofía. No hubo patentes ni estrategias de marketing, sino intercambios generosos de semillas y consejos entre vecinos, amigos y colectivos agroecológicos. Fue un movimiento horizontal, alimentado por la colaboración.
Que un tomate se convierta en símbolo de un pueblo puede sonar exagerado. Sin embargo, basta probarlo para entenderlo. En ensalada, apenas con un chorro de aceite y sal, el tomate de Aretxabaleta despliega un sabor que atrapa; y en salsa aporta una dulzura y un cuerpo difíciles de encontrar en variedades industriales. Su éxito en ferias y concursos no hace más que confirmar lo que los hortelanos locales ya sabían: que detrás de cada fruto hay una historia colectiva.
Archivo de semillas
Según cuenta Marc, en 2013 la Fundación Cristina Enea puso en marcha el proyecto Haziera. Archivo de Semillas, un banco vivo destinado a conservar y difundir variedades locales. Lo que empezó como un archivo ha acabado convirtiéndose en un movimiento social, con talleres, intercambios de semillas, programas educativos en escuelas y hasta proyectos para rescatar frutales antiguos en espacios públicos.
En ese marco se sitúa también la colección editorial Telecoria, que ha publicado manuales de reproducción de semillas, cuadernos de viaje y, más recientemente, el libro de Badal sobre el tomate de Aretxabaleta. Un gesto más que convierte lo local en patrimonio colectivo.
El concurso
En el fondo, lo que se celebra en Aretxabaleta no es solo la excelencia de una variedad hortícola, sino un modo de entender la agricultura. Una semilla que viaja de mano en mano es también un relato compartido. Un tomate que rescata memorias familiares es también un puente entre generaciones.
El concurso, que celebra su tercera edición, no es solo una competición, sino una fiesta de comunidad, un momento en el que los vecinos muestran con orgullo el trabajo de todo un año y, de paso, recuerdan que la tierra, cuando se cuida, devuelve generosamente.
El concurso de mañana, como cada año, será un escaparate de tomates rojos, brillantes, maduros como Peruca, Rojo de Lerín, Feo de Tudela, Corazón de buey, Majana de Aoiz y un largo etcétera donde cada concursante deberá de presentar dos ejemplares de cada variedad.
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