El pasado mes de noviembre alerté, desde esta misma sección, de la proliferación en nuestro entorno de las hamburguesas, un producto de nulo valor gastronómico antaño residual en nuestra cultura culinaria que se está imponiendo a pasos agigantados. Menos de un año después, esta colonización gastro-cultural ha alcanzado unos picos significativos con la reciente parada en Donostia y Bilbao de The Champions Burguer, un festival ambulante de hamburguesas que ha permanecido durante nada menos que diez días en el Estadio de Anoeta y 12 en Barakaldo, donde sigue activo. El evento en cuestión consiste en la instalación de cerca de 25 food trucks en los que se ofrecen hamburguesas muy vistosas en presentación y en colorido cobrándolas a 12,50 euros del ala, rodeadas de toda una parafernalia de marketing poco sostenible pero muy efectista.
Y a la vez que estos circos de la carne picada atraen a miles de personas, observo con curiosidad, tristeza e impotencia cómo docenas de comunicadores, personas vinculadas al turismo y a la difusión de nuestra gastronomía, algunas de ellas a las que consideraba defensoras de la buena mesa y poseedoras de un cierto buen gusto, están potenciando y defendiendo este evento, competencia desleal de la hostelería convencional.
Hablo, y quiero dejarlo claro, de competencia desleal, porque mientras en las ciudades, pasada la pandemia, se ha obligado a la hostelería a retirar y reducir terrazas, y se han aplicado otras restricciones como no permitir a la gente consumir de pie en la calle entre otras, en estos eventos la gente puede comer y beber alcohol de pie en un espacio abierto, fumar, gritar de noche y otra serie de privilegios que en los cascos urbanos las autoridades se encargan celosamente de prohibir “premiando” a los infractores con ejemplares y dolorosas multas. Todo ello por no hablar de las dificultades, trabas, impuestos, normativas... a las que es obligado cualquier establecimiento que quiere desarrollar una actividad hostelera sencilla. Estas ferias sin embargo son, durante estos días, una orgía de carne, salsas y pan brioche en la que todo está permitido.
"Y a la vez que estos circos de la carne picada atraen a miles de personas, observo con curiosidad, tristeza e impotencia cómo docenas de comunicadores están potenciando y defendiendo este evento"
Finalmente, y esta apreciación obedece al plano personal, estos eventos generan un movimiento económico que se está negando a la dañada y paciente hostelería local justo en una época, la veraniega, en la que puede compensar el paupérrimo balance de unos inviernos cada vez más complicados y una primavera climatológicamente penosa. Con la llegada del buen tiempo y el aumento de afluencia turística, nuestras instituciones permiten la instalación prolongada de unos caballos de Troya que hacen que los bares y restaurantes locales se vean privados de una buena parte de los ingresos que legítimamente les corresponderían en esta época del año.
La antigastronomía y el mal gusto
El tema, en cualquier caso, no solo es económico. El aspecto gastronómico del evento también tiene lo suyo. Porque tengo que admitir, eso sí, que tiene un gran mérito que 25 establecimientos juntos que ofrecen exactamente lo mismo den la imagen de preparar 25 productos diferentes. Pero una vez retirado lo accesorio (envoltorio, imagen, marketing…), básicamente nos encontramos, en el 99% de los casos, con un pedazo de carne entre pan brioche, inundado con queso, diferentes salsas ahumadas, picantes, especiadas... y, para rematar el despropósito, la última tendencia: coronar la hamburguesa con diferentes snacks (Chaskis, palomitas de maíz, Takis, patatas fritas, kikos...) para aportarle, dicen, un toque crujiente. Si las hamburguesas convencionales, con la mostaza, el ketchup, la mayonesa... eran ya un exponente icónico de la antigastronomía y el mal gusto, lo que se está ofreciendo en estos casos es el sumun de la gochería.
"Y ahí entran los mencionados comunicadores, influencers… que están acudiendo día sí y día también a estos recintos, invitados por la organización, para degustar las diferentes propuestas de los “cocineros” ambulantes"
Y ahí entran los mencionados comunicadores, influencers… que están acudiendo día sí y día también a estos recintos, invitados por la organización, para degustar las diferentes propuestas de los “cocineros” ambulantes y retratarse en sus redes en posturas que van desde lo sensual hasta lo directamente glotón y zampabollos, y es que hay una tendencia actual entre los creadores de contenido de retratarse llenándose la boca de esas masas de carne, mostrando el rostro bien pringado de salsas varias.
Por algún motivo que no alcanzo a entender, las antiguas normas cívicas de no masticar con la boca abierta, no hablar mientras se come, pasarse una servilleta por la comisura de los labios... han sido sustituidas por la exhibición impúdica de los restos de lo deglutido sin importar ética ni estética. La cuestión es dar la impresión de que estamos teniendo un orgasmo gastronómico y, al igual que en el porno, parece ser que la exhibición de fluidos excita al público y hay que darle carnaza y líquidos multicolores para que fluyan también los likes, “me gustas” o como quieran ustedes llamar a esos aplausos virtuales que alimentan a esta nueva generación de narcisos cibernéticos.
Invasión de la comida rápida
Quede claro que esta reflexión no es aislada. Es, por supuesto, complementaria al artículo mencionado al inicio y a mi teoría personal sobre la clarísima invasión que la gastronomía mundial está sufriendo por parte de la comida rápida americana capitaneada por las hamburguesas. Eventos como éste, que pretenden presentarlas como un producto gourmet, además de hacer exactamente lo mismo que las grandes corporaciones, únicamente sirven de caballo de Troya de éstas, banco de pruebas gratuito del que las grandes cadenas, cada vez más presentes en nuestro territorio, cogen ideas.
Resumiendo. Nuestras capitales, tan dadas a sacar pecho por su calidad gastronómica, acogen estos días lo más guarro de la gastronomía, un evento formato Port Aventura en el que los visitantes, tras tragarse colas kilométricas como la del Dragon Khan acceden, previo pago de 12 euros y medio, a unas masas deformes y chorreantes de carne, salsa, pan brioche y chaskis o similares que no justifican, ni de lejos, el desembolso efectuado con la ayuda de no pocos “comunicadores culinarios” convertidos por arte de magia en eficientes embajadores de la comida basura, justificando el despropósito y haciendo de altavoces del mismo. Pasado este circo, no lo duden, los usuarios del mismo seguirán diciendo que un pintxo artesano o un buen menú cobrado como es debido es caro... ¿Qué nos jugamos?