Aprovechando que recientemente publiqué en las redes sociales un post sobre hongos que tuvo un relativo éxito de lectura y repercusión, quiero aprovechar para hacer públicas unas reflexiones que me rondan la cabeza hace ya un tiempo. Me gustaría saber por qué a lo largo de los últimos años hemos pasado de llamar hongos a los hongos y ahora todo el mundo los llama boletus y se queda tan tranquilo. 

De todos es sabido que la gente se mueve por modas y que nos dejamos llevar por opinadores (ahora influencers) y todo tipo de oráculos. Y el idioma no se libra, siendo víctima de anglicismos, moderneces y degradaciones varias. Así, ya no andamos en patinete, sino que hacemos skateboarding, no corremos, sino que practicamos el jogging, nuestro peluquero de repente es un estilista, no pedimos un combinado al tasquero de toda la vida sino que pedimos un cocktail al bartender, en los bares no hay comida para llevar sino delivery y take away, en las jornadas y concursos gastronómicos no se hacen demostraciones culinarias sino showcookings, los concursos no valoran los pintxos que se cogen con la mano sino que hablan de fingerfood, y cuando uno acude como jurado oculto a probarlos a los bares resulta que no es un cliente oculto, no señoras y señores, ahora es un mistery shopper, incluso en los documentos oficiales. Hasta el desayuno tardío que tanto practicamos en nuestra adolescencia se ha convertido de la noche a la mañana en un brunch. 

Pero si hay un caso que me produce una úlcera intestinal cada vez que lo leo o lo escucho es el de llamarles boletus a los hongos. Porque no es un modernismo ni un anglicismo... es un latinismo o, mejor dicho, un latinajo, ya que encima no se utiliza de manera correcta. Y perdónenme, pero no conozco ningún caso de palabra que en pleno siglo XXI haya sido colonizada por una lengua muerta hace milenios y que, encima, sea utilizada incorrectamente. Y es que, aunque sea una horterada llamar boletus al hongo, decir “unos boletus” ya es pura ignorancia, ya que el plural del término latino sería unos boletuses o unos boleti. Pero claro, como uno diga “voy a preparar unos boletuses” le van a tratar de gañán como al que dice “unos canapeses”, y como digamos “me he encontrado unos boleti” van a pensar que nos hemos confundido o que somos unos presuntuosos (snobs, para entendernos).

Resulta aberrante, descolocante, increíble, que en estos tiempos en los que defendemos a muerte lo local y lo auténtico nos dejemos llevar por modas que nos roban el idioma y la idiosincrasia. Los hongos son un producto con el que hemos convivido toda la vida. Los franceses los llaman cèpes, los ingleses mushrooms, los italianos funghi, los catalanes ceps... Los vascos toda la vida los hemos llamado onddoak, diferenciando, además, entre onddo zuriak los hongos blancos o boletus edulis, y onddo beltzak los negros o boletus aereus. Hasta en las zonas más recónditas de Navarra se les ha llamado así desde los tiempos de Iñigo Haritza, como atestigua mi queridísima Angelita Alfaro, riojana de origen y navarra de adopción que, a pesar de no saber expresarse en euskera, se refiere a ellos con la fórmula mixta de “hongos beltza”.

Es decir, hablamos de un producto ligado a muchas culturas que, lógicamente, tiene su nombre científico en latín, pero que ha sido adoptado por cada zona del mundo y denominado de una manera diferente en cada rincón del planeta. Además de que, ojo, el término boletus hace referencia a un tipo de hongos que comprende cerca de 300 especies, de las que prácticamente sólo comemos el boletus edulis y el boletus aereus, así que, en todo caso, así es como deberían denominarse en un uso correcto del nombre. Es más, el castellano acepta la palabra boleto y su plural boletos para referirse a los hongos, pero estamos en las mismas que con boletuses y boleti: al que use la expresión correcta le van a hacer cantares.

Sea como sea, algún día algún periodista, algún medio, alguien empezó a utilizar la expresión boletus al referirse a este maravilloso fruto de la tierra y poco a poco todos los cocineros han ido repitiéndolo hasta que se ha convertido en habitual en los lugares más insospechados. Y he sido testigo en restaurantes que hacen bandera del Kilómetro 0, del producto de temporada y hasta de nuestra lengua vernácula, de cómo al mostrarme una bandeja de hongos me decían: “Mira qué boletus me han traído”. 

Es una tendencia enfermiza. Vamos a ver... ¿Alguien se imaginaría a una guisandera gallega diciendo “voy a cocer el polypus para prepararlo a feira”; a un aceitunero de Jaén diciendo “qué buena me ha quedado esta cosecha de oleum de oliva”; a un cocinero de la Bizkaia profunda diciendo “voy a preparar un gadus morhua al pil-pil que te vas a morir”? ¿Quién fue, repito, el hortera que empezó a llamar en latín al hongo y por qué la gente lo ha asumido de una manera tan rápida e inexplicable cuando tienen mil maneras de llamarlo? Es que, hasta los italianos, que serían los que, por proximidad, más tendencia podrían tener para usar la expresión latina usan, al mencionarlos, la maravillosa forma funghi porcini. 

UNA EXPLICACIÓN Buscando una explicación a esta degradación del lenguaje, tengo mi propia teoría de que, en este caso, ha venido unido, en cierta manera, a la degradación del producto en sí. En mi infancia, los hongos sólo se comían en temporada (otoño) y, generalmente, recolectados por los de casa o regalados por un amigo o familiar. Y era un producto tan efímero como exquisito. En los últimos años, este producto, que en algunas zonas era despreciado, se ha convertido en un ingrediente imprescindible de cartas y platos en todas partes, lo que ha hecho que se consuma incluso fuera de temporada y su necesidad aumente, con lo que los restaurantes venden como “local” hongo procedente de Centroeuropa que no tiene, ni de menos, la calidad del hongo cercano y recién recogido. Suele ser un hongo que llega ya en primavera, con poco sabor, cargado de tierra que se hace desagradable al paladar… pero como “hay que ofrecer” hongos al cliente, tanto da. Y sospecho que la penetración y adopción del nombre genérico o mundial del hongo ha venido unido a esa “importación” del mismo y su adquisición “venga de donde venga”.

Reivindico, por lo tanto, desde aquí la recuperación de las expresiones locales para mencionar a los hongos antes de que sea tarde y algún día escuche a mi madre referirse a ellos como boletus, hecho ante el cual tiraré la toalla y valoraré la opción de cortarme las venas con una lata de asparagus Navarrae. Por favor, revisad y corregid vuestras cartas, a poder ser ofreced solo el hongo local, evitando bajadas de calidad y huellas de carbono, cuidad vuestro idioma nativo… y, si sentís la tentación de pronunciar el horrible boletus, recordad aquella expresión: “Se está rifando un tortazo… y alguien tiene todos los boletus”... ¡Que no tengáis vosotros el número ganador!