El pulso de Totti
habla de su fría relación con el técnico de la roma y este le aparta del equipo, lo que puede ser el fin de ‘el capitán’
CON 39 años la carrera de un futbolista solo puede estar en la etapa de decrépito. Francesco Totti está en su ocaso. Sus vetustas piernas se arrugan. Se apaga la magia, la que nace en el cerebro y se plasma con los pies. No hay comunión entre ideas y acciones. Cuando el físico no responde la mente se nubla, y si no hay aceptación de la situación se da paso a la frustración, la que disparó El Capitán en los micrófonos de Rai Italia: “Así no puedo estar, estoy mal yo y está mal la gente cercana a mí. Estaría bien tener respeto, por lo que he dado a este club y a este equipo. Siempre di la cara”.
Considera Totti que es un incomprendido, un maltratado, piensa que la actualidad sobre la que se acuna no se corresponde con su calado futbolístico. Lo que a Totti le duele, y a todo jugador ambicioso y con carácter competitivo, es no gozar de las oportunidades de otrora. De hecho, esta temporada 2015-16 se ha fajado en un total de 213 minutos de juego repartidos en 6 partidos; el curso pasado compareció en 36 ocasiones. De ser el eclipse de todo un vestuario, su participación, su aportación, ha pasado a ser anecdótica.
El técnico Luciano Spalletti es quien ha defenestrado a Totti, quien ha tomado la decisión de sentar a la leyenda de la Roma, con 24 campañas a sus espaldas vistiendo la zamarra del club y siendo el jugador que más encuentros ha disputado (749) y el que más goles ha anotado (300) de giallorossa. Quizás aún quede algo de fútbol en las botas de El Emperador, pero en los últimos días de fútbol ha sido hombre de banquillo. Eso hasta ayer, cuando su presente se enturbió aún más: pasó a ser futbolista de grada o de televisor.
Con razón o sin ella, el caso es que Totti ha terminado explotando. Su paciencia caducó el sábado, cuando exigió respeto, cuando se mostró infravalorado, cuando vomitó detalles que solo conocen quienes conviven en el vestuario. Un órdago del jugador; para Spalletti, una traición, a juzgar por su maniobra. “Mi relación con el técnico es de buenos días y buenas noches, pero le respeto como entrenador y como persona. Esperaba que algunas cosas que leí en los periódicos me las dijera a la cara”, confesó Totti. Tal vez sujeto a su dimensionada figura, puede que apoyándose en su dilatada trayectoria, confiado por su peso específico en la entidad, ha extendido el brazo para presentar una batalla de egos. Pero el primer pulso con el entrenador lo ha perdido. Y puede que esto implique que su caída no sea progresiva, sino que haya tocado ya el suelo y esté a punto de caer sobre su tumba. Porque Totti fue ayer apartado del equipo como consecuencia de sus declaraciones. Aunque jugaba poco, sin minutos sí que es imposible tratar de renacer a los 39.
Nada más terminar el desayuno junto a sus compañeros de la Roma, concentrados para medirse por la noche al Palermo, se le comunicó que no sería convocado. La incredulidad se propagó en el ambiente, todos perplejos salvo Spalletti, que ejerció su poder, un poder real, tangible, objetivo, no romántico, como el de Totti, ilustre pero como parte del pasado. Ahora solo el pueblo, el clamor popular, apelando precisamente a la historia de El Capitán, en lo que él mismo se ha sujetado para rajar ante los medios de comunicación, puede devolverle su sitio. Y darle unos placenteros últimos días pegado al balón. De lo contrario, se está ante una jubilación precipitada. Y eso que el presidente de la Roma ofrecía un año más de contrato si era deseo del jugador.