Costó y costará digerirlo. El 8-0 encajado este sábado por la tarde en la final de la Copa de la Reina disputada en La Romareda fue un tremendo golpe para la Real. Porque una cosa es perder y otra, hacerlo de esa manera. Siendo arrolladas y atropelladas por un rival que se mostró demasiado superior, a años luz de distancia. Las txuri-urdin se mostraron absolutamente superadas de principio a fin, empequeñecidas. “La final ha sido una bola de nieve que iba bajando; era imposible parar eso”, fue una de las imágenes que expuso Natalia Arroyo al término del choque para tratar de explicar lo sucedido en el verde. Más bien a la Real le sepultó un alud y le costó 90 minutos sacar la cabeza a la superficie. Hasta que la colegiada decidió tocar tres veces el silbato y acabar con la agonía.

Las jugadoras se sintieron impotentes. El primer gol cayó demasiado pronto, pero es que el segundo y el tercero tampoco tardaron el llegar. Y luego el cuarto, el quinto… los minutos pasaban muy lentos, el Barça no aflojaba y las realistas eran incapaces de reaccionar. Cada llegada era casi gol. A eso se unieron los fallos individuales y algún despiste que el conjunto de Jonatan Giráldez castigó sin piedad. La Real fue menos en fútbol, en físico, en mentalidad, en disposición táctica. Sus jugadoras parecieron lentas, abatidas, mientras enfrente tenían máquinas de jugar a fútbol. Significativa fue una jugada en la que, ya con 8-0, Amaiur salió al contraataque pero fue frenada por varias rivales que bajaron a defender como si la vida les fuera en ello.

Todo salió torcido. Natalia Arroyo no acertó con el esquema de cinco defensas. La propia entrenadora llegó a calificar su planteamiento de “desastre”. En la rueda de prensa posterior, asumió el grueso de la culpa. Reconoció que sus jugadoras estaban perdidas. La línea defensiva hizo aguas -no hay que olvidar que hace un mes se fue la mejor defensora, Ana Tejada, y que ese hueco ha sido imposible de cubrir-, el centro del campo no pudo con la medular azulgrana y arriba Jensen y Amaiur no tuvieron nada que hacer. No se apreció falta de actitud, sino pura impotencia, una sensación de estar sufriendo un atropello. Ni siquiera se emplearon con agresividad. En toda la final solo hicieron seis faltas. Las rivales pasaban por los lados como aviones. Daban ganas de sacar la bandera blanca de rendición en lugar de la txuri-urdin.

No llegó bien preparada la Real a la final de la Copa. Diez jornadas sin ganar -racha rota justo una semana antes- no era una dinámica casual, sino la señal de cómo estaba el equipo. Las jugadoras parecieron agotadas. En todos los sentidos. Cabe rescatar una de las últimas frases de Arroyo en su rueda de prensa: “Lo de hoy no es un resumen de lo que hemos sido estos cuatro años, pero sí del punto en el que estamos. Seguramente es un síntoma de que tengo que dejar un poco de aire al equipo”. La necesidad de un cambio de ciclo, de introducir novedades, se hizo patente. Se va la entrenadora y cambiará también parte de la plantilla. Lógico después de un varapalo así. 

“Nos hemos venido abajo”

“Duro, muy duro”, resumía Amaiur Sarriegi ante los medios guipuzcoanos desplazados a Zaragoza. Fueron varias las jugadoras que atendieron a la prensa al término del choque. Tomándose su tiempo, sin una mala cara ante las preguntas pese a lo difícil del momento. En castellano y en euskera. Eso también es parte del camino al que apelaba el club en su lema previo a la final: Pausoz pauso bidea egiten. Arroyo también departió con la prensa después de su comparecencia. La directora deportiva, Garbiñe Etxeberria dio la cara. Bravo para ellas. Roberto Olabe, el director de fútbol, presente en La Romareda, en cambio, pasó de largo por la zona mixta sin ni siquiera saludar a los medios, que no olvidemos que, al igual que la afición, también hicieron 520 kilómetros entre ida y vuelta -muchos en el día- para cubrir una jornada histórica de uno de los dos equipos txuri-urdin de elite, en este caso el femenino. La gente va y viene, pero los momentos, los gestos, quedan.

Amaiur y Nerea, abatidas mientras el Barcelona celebra el título. Pedro Martínez

Ellas han tenido el balón, han metido pronto y se han puesto en modo apisonadora. Nos ha faltado un poco de agresividad, de valentía con el balón para irnos arriba”, seguía diciendo Amaiur. “Nos hemos venido abajo”, admitía Iris Arnaiz, que, incrustada en la línea defensiva, fue una de las que peor lo pasó. “No esperábamos esto”, se lamentaba la asturiana. También sufrió Apari en su retorno a la zaga. Quizás los nervios pudieron con ella. Lógico por otro lado, dada la juventud de la plantilla. “Cada vez que llegaban nos marcaban y eso nos ha hecho mucho daño. Somos conscientes de que hemos recibido ocho goles, y duele quedarnos con esa sensación”, añadía la capitana, Nerea Eizagirre.

Las jugadoras no han estado, no las veías a su nivel, es lo que más pena me da. Las he visto sufrir. No hemos acertado al inicio y con este Barça, cuando se te pone cuesta arriba, es difícil hacer algo. No hemos disfrutado nada”, decía Garbiñe Etxeberria. Desde luego, no fue un día fácil para la expedición txuri-urdin. Se sufrió en el campo, en el banquillo y en el palco. Encajar ocho goles en un escenario importante no es plato de buen gusto.

“Muchos equipos querían estar aquí”

Pero, con todo, quedó algo. Bueno, más bien mucho. Quedó el orgullo txuri-urdin. Primero, el del propio equipo que, no olvidemos, ha llegado a la final eliminando al Levante y al Atlético de Madrid, dos de los equipos más fuertes -y también varios peldaños por debajo del Barça- del fútbol femenino estatal. Quizás ayer no y hoy tampoco, pero con el tiempo se sacará lustre a este subcampeonato. Las finales no se regalan. “A partir del lunes vamos a valorar esto”, reivindicaba Garbiñe Etxeberria. Un 8-0 requiere de unas horas de luto, de soltar la rabia con lágrimas, pero el buen ánimo volverá.

Valoraremos el camino que hemos hecho hasta aquí. Ahora no, porque estamos dolidas, pero lo haremos. Muchos equipos querían estar aquí, pero estábamos nosotras”, decía, en la misma línea, Nerea. También sacaba fuerzas de flaqueza Iris: “Estamos orgullosas de cómo hemos llegado hasta aquí. Hemos eliminado a Levante y Atlético y hemos perdido contra las mejores del mundo”.

Insuperable afición

Y segundo, más importante si cabe que ese bonito camino a la final, fue la huella que dejó la afición. La que nunca falla. La que siempre está con sus equipos. “¿La afición? Un diez”, alababa Garbiñe Etxeberria. Esa es justo la nota que merecen los alrededor de 5.500 seguidores que animaron a su equipo hasta el final en La Romareda. Cabe decir que el club no estuvo a la altura de su gente. Los seguidores del Barça, que llenaron el otro fondo, tenían cada uno una bandera azulgrana esperando en sus asientos. No así los de la Real. Eso es cuidar el producto, valorar al equipo femenino, a su gente. Puede parecer una tontería, pero los detalles también cuentan. Y los resultados se notan.

Franssi y Etxezarreta, con el trofeo de subcampeonas junto a varias aficionadas. Pedro Martínez

La afición txuri-urdin dio todo un ejemplo, dentro y fuera del estadio. El ambiente durante toda la jornada del sábado resultó espectacular. Muchas familias, ganas de pasarlo bien, ningún problema. Solo ganas de disfrutar del ambiente y animar. Y los hosteleros maños, encantados. Al lado del estadio, en uno de los bares más concurridos, se superó cualquier previsión y tres horas antes del inicio del partido se les había acabado el pan… y hasta el café.

“Ha sido increíble. Nuestra afición es especial”, subrayaba Nerea Eizagirre, que, en el palco y con el trofeo del subcampeonato en sus manos, señaló con el dedo el fondo sur, dedicando la plata a los guipuzcoanos desplazados a la capital maña. “Salvo por el resultado, ha sido un día especial gracias a la afición”, comentaba Iris Arnaiz. “Se ha visto el color txuri-urdin por todo lo alto. Esto queda para siempre”, remachaba Garbiñe Etxeberria. No les falta razón a las protagonistas. Los seguidores realistas no cejaron en su empeño de animar y, al final, siguieron aplaudiendo a las jugadoras, que a su vez les respondieron con más aplausos. La conexión entre la plantilla y la grada es lo que quedará de La Romareda. El campo de la mítica Copa masculina de 1987 quedará también como el del mayor desplazamiento de afición con el equipo femenino. Las emociones se mezclaron en los 90 minutos y después. La impotencia, la rabia, la tristeza. Y el orgullo txuri-urdin. Ese que volverá a llevar en volandas al equipo a más finales.