Pensemos qué hubiera sido si esta pandemia llega sin los medios existentes en los hospitales, diagnósticos de terapia, respiradores... hubiera sido devastadora". Así de rotundo se expresa el físico Pedro Miguel Etxenike (Isaba, 1950), presidente de la Fundación Donostia International Physics Center (DIPC) y catedrático de Física de la Materia Condensada de la UPV/EHU. Y es que la covid-19 ha puesto a la ciencia en el escaparate como nunca antes lo había estado. Habrá quien piense que ha llegado tarde por no avisarnos de lo que se nos venía encima cuando hace ya más de un año surgió el virus SARS-CoV-2 en la ciudad china de Wuhan.

Sin embargo, Pedro Miguel Etxenike o el inmunólogo Mario Mellado (1962), director del Centro Nacional de Biotecnología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), tienen una opinión muy diferente: "Se ha revelado no sólo que la ciencia sirva para salir, sino que ha sido decisiva para resistir. No hay que pensar sólo en las vacunas, que también, sino que haya permitido resistir y aguantar", reflexiona el físico navarro. "La ciencia es quien saca a la sociedad de los problemas y la que trabaja para la buena vida de las personas", apostilla por su parte el inmunólogo del CSIC, quien si tuviera que poner una nota a la labor de la ciencia en esta pandemia sería de la "excepcional".

Excepcional y rápido

Tampoco están de acuerdo en que se haya reaccionado tarde al SARS-CoV-2. Todo lo contrario: "No sé en qué se basan para decir que la ciencia ha llegado tarde. La secuencia del virus, es decir, todo lo que necesitábamos trabajar para empezar a trabajar surgió a finales de enero y el desarrollo ha sido absolutamente excepcional e increíblemente rápido -agrega el inmunólogo-, se han construido las vacunas, los test diagnósticos, todo en un tiempo récord... La vacuna de la tuberculosis, por poner un ejemplo, se lleva intentando lograr desde hace un montón de años y todavía se está peleando. Aquí hemos llegado a las fases clínicas hasta el punto de poder aprobar medicamentos. En absoluto se puede hablar de lentitud, más bien al contrario, los científicos se han puesto a toda velocidad. Nadie va a poder encontrar descubrimientos científicos de tanta rapidez y eficacia como lo que se ha desarrollado en esta pandemia", señala categórico Mario Mellado, que recuerda que en su larga trayectoria en ciencia no había visto nunca nada igual: "La respuesta que se está generando a nivel mundial en esta historia es modélica", sostiene."Se ha hecho un esfuerzo infinito, cada uno con sus posibilidades y los medios que tenía". Mario Mellado, inmunólogo del CSIC

Por su parte, Pedro Miguel Etxenike pone el centro de esa rapidez en que se han logrado avances tan importantes como las vacunas en la ciencia básica. "Muchos de los avances claros en la investigación científica han surgido de avances que parecían inútiles que aparentemente no tenían una gran relevancia en los problemas directos. Es decir, de avances y cosas aparentemente inútiles nos llevan a las vacunas, a la penicilina, al ADN recombinante€ Esa idea es importante porque no sólo hay que investigar en los problemas esenciales sino en un amplio espectro que precisamente fue el que permitió que estemos en buenas condiciones para atacar la pandemia", recuerda el presidente del DIPC.

Cooperación internacional

Otro de los aspectos claves para explicar esta extraordinaria rapidez es la cooperación internacional. Por primera vez científicos de todo el mundo han dado lo mejor de cada uno para lograr avances que hace apenas un año parecían ciencia ficción. "Esta pandemia ha traído consigo un espíritu colaborativo entre los científicos y eso tiene una extraordinaria importancia. Esto es vital para las investigaciones, ya que le logra poner de acuerdo a distintas disciplinas que permiten avanzar mucho más rápido y eso en esta pandemia se ha dado a nivel internacional y nacional", apunta el director del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC.

"Las sociedades que más han contribuido al desarrollo de los remedios son aquellas que tenían una gran tradición científica". Pedro Miguel Etxenike, físico

"Ha habido una gran cooperación internacional -corrobora Etxenike-. A principios de enero descifran el genoma del virus de Wuhan y en una semana ya 100 laboratorios comparten esa información y están trabajando en ello". Y fruto de esa colaboración es la inteligencia artificial, que se aplica en los hospitales para analizar una serie de datos que permiten detectar en cada momento y diseñar en cada persona contagiada cuál es la terapia más adecuada para tratar la enfermedad.

Pero ¿cómo han respondido los países ante este reto mayúsculo? La respuesta es la que todos podíamos imaginar: "Las sociedades que más han contribuido al desarrollo de los remedios son las que tenían una gran tradición científica", afirma Etxenike, quien advierte de que "la ciencia no se construye con atracones en momento de peligro, sino que las sociedades que han tenido continuidad en las políticas, y en este sentido el Gobierno vasco lleva muchos años dedicado a estas políticas, son las que mejor han respondido".

Mario Mellado también reconoce que según los presupuestos que se han manejado y la estructura, ha originado que la respuesta haya sido muy diferente. "Evidentemente no es lo mismo comparar un presupuesto como el de Estados Unidos o Inglaterra como el que se ha hecho en otros países como España, por ejemplo". Por ello pide que una vez que "hemos sido capaces de poner de pie estructuras colaborativas, no nos podemos permitir perderlas de nuevo. Las pandemias no son situaciones que aparezcan y no vuelvan nunca más a presentarse, sino que los virus y las bacterias de otros patógenos están siempre en la cercanía del individuo y del ser humano y, por tanto, capaz de afectarle", advierte.

La ciencia frente a una lata de virus

Por Juan Ignacio Pérez Iglesias | Catedrático de Fisiología Animal

EL periodo que va del 29 de diciembre de 2019, cuando se informó en China por primera vez de una neumonía desconocida, hasta hoy, ha sido el más intenso que ha vivido la ciencia en su historia. La culpa la ha tenido el SARS-CoV-2, un ente -no nos atrevemos a considerarlo un ser vivo- del que todas las unidades existentes en el mundo caben holgadamente en una lata de refresco.

Desde ese día de finales de 2019 se ha hecho un esfuerzo científico impresionante. Se ha investigado para averiguar la especie de la que procede el virus, descubrir la vía por la que accedió a los seres humanos, conocer su funcionamiento, saber cómo penetra en el organismo, desentrañar las formas en que ataca a sus víctimas, desvelar como se contagia a otras, indagar acerca de su expansión en las poblaciones humanas, saber de los entornos que favorecen su contagio, aprender a prevenir la enfermedad, diseñar y producir vacunas con las que inmunizarnos, hallar antivirales capaces de acabar con él en caso de contagio, encontrar tratamientos eficaces, y muchas otros aspectos relativos a la enfermedad que causa, la covid-19.

Nunca tantas personas se habían afanado en resolver un problema concreto, se había producido tanta colaboración entre científicos de diferentes países, se había orientado tanta actividad investigadora a un objetivo, se le habían dedicado tantos recursos económicos y se habían publicado tantos resultados científicos sobre un tema. Se compare con el tema que se compare, las cifras de la actividad científica para conocer al virus y combatir la enfermedad no tienen parangón.

Afortunadamente, la empresa se está saldando con éxito, al menos hasta el momento. A la hora de redactar estas líneas ya se administran media docena de vacunas en diferentes países del mundo y, próximamente vendrán más. Se ha empezado a inmunizar a las personas más vulnerables, y en los próximos meses se irán vacunando a segmentos crecientes de población. Vivimos bajo la amenaza de la aparición de variantes más contagiosas y, quizás, más virulentas, pero tenemos la confianza de que los métodos de diseño y producción vacunal podrán hacer frente a las contingencias que puedan surgir.

La ciencia ha adquirido, merced a la amenaza pandémica, un protagonismo enorme durante 2020, para lo bueno y para lo no tan bueno. El aspecto positivo es que en un momento de crisis grave, la empresa científica ha exhibido su solvencia a la hora de abordar un reto nunca antes experimentado.

Pero los éxitos cosechados no pueden ocultar los problemas que han atenazado al sistema: exceso de información científica, comunicación al público desordenada y no siempre profesional, utilización de la ciencia con intenciones políticas a cargo de científicos carentes de escrúpulos, opacidad en el comportamiento de las compañías farmacéuticas a la hora de distribuir y comercializar sus vacunas, y dudas acerca del acceso a la inmunización de los habitantes de los países más pobres. Nada de esto se debe olvidar porque hay importantes enseñanzas que extraer.

Pero si tuviera que quedarme con una idea, con aquello que será recordado cuando hayan pasado muchos años, me quedo con el éxito obtenido por la comunidad científica. El conocimiento que hemos adquirido desde enero de 2020 para acabar con la pandemia constituye la mejor reivindicación de la ciencia y su potencial al servicio del bienestar de la humanidad. No solo se han alcanzado grandes logros, ha abierto el camino para que en cortos periodos de tiempo se pueda abordar la resolución de otras muchas enfermedades que hoy causan gran dolor y provocan la pérdida de miles de vidas humanas.