A solo un día de las elecciones presidenciales, las campañas de los dos grandes partidos norteamericanos han entrado en su recta final, con sus principales protagonistas aparentemente más interesados en escenas de ópera bufa que en convencer a sus electores de la solidez de sus respectivos programas.
Es algo que parece absurdo, pero tiene cierta lógica si uno cree que la mayoría de los electores han decidido ya y que solo quedan unos grupos que aún dudan y en los que se puede influir.
El último episodio –a la hora de escribir estas líneas, pues nadie puede descartar nuevos eventos semejantes– corrió a cargo del actual presidente Joe Biden y del candidato republicano a la presidencia Donald Trump, quienes provocaron el regocijo –o la indignación– en su propio partido y en el contrario, a raíz de unas infortunadas declaraciones del presidente Joe Biden.
Mientras su aspirante a sucederle Kamala Harris sea hallaba en uno de los múltiples actos electorales de este final de campaña, Biden quiso echarle una mano con otra de sus críticas fulminantes contra el ex presidente Trump y todos cuantos le siguen, a quienes calificó de “basura”.
Naturalmente, el esfuerzo de Biden resultó contraproducente y su afirmación asustó al Partido Demócrata que se apresuró a “aclarar” las palabras del actual presidente, un hombre frecuentemente afligido por fallos de memoria y declaraciones extemporáneas. Los asesores de Harris temieron que la aspirante a presidente saldría perjudicada si su partido calificaba de basura a la mitad del país que apoya a Trump.
Pero el mal estaba ya hecho y los pocos medios conservadores, además de la campaña de Trump, se agarraron con regocijo a las infortunadas palabras de Biden. Las escenas de republicanos bailando en las calles dentro de gigantescas bolsas negras de plástico se sumaron a las imágenes de Trump, sentado de un camión de recogida de basuras y con uniforme de basurero, dirigiéndose a la mitad del país que supuestamente el Partido Demócrata había ofendido.
A tan poco tiempo para las elecciones, semejantes tropiezos son especialmente peligrosos cuando ambos partidos están igualados en las encuestas, pues queda ya poco margen para corregir los errores.
Una larga noche electoral
Tan mínima parece ser la diferencia que ambos partidos están ya preparándose para una larga noche el 5 de noviembre en que tal vez no se conocerá el ganador si los márgenes de victoria o derrota son muy ajustados.
Los demócratas han contratado ya a uno de los abogados electoralistas con más experiencia y los republicanos también están afilando los cuchillos, hasta el punto de que tal vez no sean los encargados de contar las papeletas, sino el Tribunal Supremo quien decida en favor de uno u otro candidato.