La amenaza nuclear regresa con fuerza al panorama de las relaciones geopolíticas internacionales. La conjunción en el tiempo del resurgir de nacionalismos imperialistas –con matices militares, políticos, económicos o culturales–, y el consiguiente final aparente del multilateralismo, y de líderes apegados a personalidades narcisistas y carentes de empatía, ha facilitado la irrupción en el tablero político el uso del poder de disuasión atómica para intimidar al rival, aunque solo sea desde el punto de vista dialéctico. Desde luego, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, sus maneras hiperbólicas de manejarse en la diplomacia y su tendencia a revestir de falsedades su discurso para hacerlo efectivo ha elevado el tono del cruce de declaraciones con intención soterrada. El magnate norteamericano aireó a los cuatro vientos su orden de reiniciar los ensayos nucleares de manera inmediata, que después fue matizada por mandos militares y responsables políticos intermedios, pero sin restar un ápice de trascendencia al mandato presidencial. Al tiempo, en el otro lado del mundo, Vladímir Putin no se ha movido ni un paso de su estrategia expansiva para volver a los límites geográficos de la extinta Unión Soviética, ni siquiera a la hora de exhibir sus últimos ingenios nucleares, capaces, al parecer, de generar por sí solos la hecatombe. Bien es cierto que el discurso ruso sobre el particular está íntimamente ligado a sus dotes de intimidación hacia todo aquel que pretende ayudar a Ucrania, en guerra con Rusia, con el envío de armas que puedan igualar la contienda. Este contexto de recuperación de la amenaza nuclear como aviso a navegantes llega cuando la vigencia del último tratado de limitación y control de los citados arsenales está a un paso de concluir. Al llamado New START le quedan cuatro meses y su conclusión abre, al menos, en lo teórico, una nueva etapa de incertidumbre sobre un eventual reinicio de la carrera armamentística nuclear. Esta, aparte de a EEUU y a Rusia, que concentran el 90% de las ojivas nucleares, implica, desde luego a China, líder ya en las carreras económica y tecnológica, y a países protagonistas ubicados en focos de tensión sin aparente solución, como India y Pakistán, Israel e Irán y, desde luego, Corea del Norte. La existencia de la amenaza y su asunción no eximen del riesgo real del uso, abriendo de paso de par en par las puertas a una nueva época de Guerra Fría.