La decisión del Partido Popular de explorar sus opciones de encumbrar a Alberto Núñez Feijóo como presidente del Gobierno dialogando con los soberanistas catalanes y vascos entraba dentro de lo razonable en democracia de no haber mediado una radicalización del discurso de la derecha española. Ya anticipó Aitor Esteban, tras la investidura fallida del líder de los populares, que estos exploraron la vía del acuerdo con diferentes para propiciarla. Entonces, el PNV no quiso incidir al respecto más de lo anecdótico pero pudo ser una ocasión que el propio PP debió aprovechar para normalizar en público la base sustancial de la democracia: el diálogo entre diferentes y el mutuo reconocimiento. Así que los populares pagan ahora el precio de una estrategia de criminalización del soberanismo catalán y vasco al quedar en evidencia lo incongruente de su estrategia de polarización. La transcendencia de los contactos con ERC y JxCat, hayan sido más o menos intensos, como antes con el PNV, no está en el hecho de que no se alcanzaran acuerdos o de que no hubiera margen objetivo para hacerlo. Lo sustancial es que el PP fue consciente en un momento de la necesidad de establecer una normalización de sus relaciones con las fuerzas democráticas pero se vio vencido por el vértigo que le provocaba retratarse en ella mientras cedía al arrastre de la extrema derecha para asegurarse cotas de poder autonómico. Vox no es socio fiable ni siquiera para sus más afines y hoy es azote de Feijóo tras haberlo empujado a la periferia de la normalidad política. Pero la desorientación del PP a 48 horas de concluir la campaña electoral gallega va más allá del temor a perder la mayoría absoluta en esa autonomía. Tiene que ver con una apuesta a todo o nada por romper puentes, de construir esas mayorías absolutas desde el maltrato al rival político para poder gobernar y debilita aún más la posición interna de su presidente con cada fracaso en ese objetivo. Envolverse en la bandera y un discurso nacionalista español excluyente puede ser un buen modo de ocupar las calles, pero no le garantiza ser preponderante en las cámaras legislativas. Si la derecha quiere recuperar un discurso democrático debe girar ya. Pero empieza a ser tarde para hacerlo con su actual liderazgo, mientras a su alrededor medran quienes le empujan en esa estrategia de confrontación.