La primera sesión del pleno de investidura de Pedro Sánchez discurrió por el cauce previsible del duelo descarnado entre el candidato y Alberto Núñez Feijóo. Pero no por previsible dejó de resultar excesivo en retórica descalificadora y escaso en profundidad. Ambos protagonistas se enzarzaron en reproducir mensajes y anécdotas conocidas en un pulso en el que el próximo presidente se encontró más cómodo –hasta caer en la humorada, durante su réplica– y el líder de la oposición llegó lastrado por su propia experiencia de derrota como candidato, de la que no fue capaz de escapar y que le llevó a reivindicarse e hizo girar en torno a su persona buena parte de sus alegaciones. En la estrategia coincidente de hablar para los suyos no hubo guiños para el resto hasta las intervenciones de estos. Sánchez asumió el papel del púgil que sabe que retendrá el título y Núñez Feijóo el de quien reclama ya la revancha. Más de dos horas de cara a cara dejaron un terreno baldío para el debate de ideas, que acabó definitivamente estéril con la grandilocuente y reiterativa intervención de Santiago Abascal –una recopilación de declaraciones previas antes de dejar el hemiciclo– insistente hasta el hartazgo en su concepto populista del patriotismo. El relato de la oposición no contiene alternativa en términos de bienestar social y económico, mucho menos de modelo territorial; en el otro extremo, el que reivindicó para sí Sánchez, con sus compromisos materiales y los ocho ejes sobre los que pivotó la legislatura, fue una autoafirmación por encima de un contrato social. En todo caso, el mayor acierto de Sánchez en la legislatura que comenzará hoy con su investidura será asimilar que ésta llega sostenida por los acuerdos que propician su mayoría parlamentaria, como evidenciaron sus socios catalanes. Acuerdos que reclaman su diligencia, si quiere estabilidad. A la espera de que Sánchez culmine hoy su aterrizaje en las agendas de los socios vascos que intervendrán hoy, la sesión de ayer retrató los motivos por los que esta derecha española carece de interlocución para convertir en mayoritario su modelo. Un modelo que sigue de espaldas a la concertación y el reconocimiento de las lícitas diferencias ideológicas y nacionales que conviven en el Estado y ahora mismo se muestra más cómoda en la calle que en las instituciones.