Atribuyen al dramaturgo griego Esquilo, hace ya 2.500 años, el aforismo de que la primera víctima de la guerra es la verdad. Ese consenso convierte la desinformación en herramienta habitual en los conflictos y la presencia de testigos y profesionales de la comunicación, en una molestia a erradicar por quienes quieren controlar la construcción de su propia verdad. Con varios conflictos en vigor, es una lamentable realidad que la integridad de los periodistas está amenazada en distintas partes del mundo y se ven sometidos a sospecha, cuando no a acoso y hasta a eliminación. El más reciente informe de Reporteros Sin Fronteras constata, sin embargo, un fenómeno que merece no pasar desapercibido: los entornos en los que más acoso reciben los informadores no coinciden con escenarios de conflicto bélico. El año que está a punto de terminar ha registrado un récord de 533 periodistas encarcelados y los tres primeros países en número de arrestos no están en guerra con nadie –China, que ha detenido a uno de cada cinco informadores en prisión en todo el mundo, Birmania e Irán–. Sí son, en cambio, países que restringen la información que permiten que trascienda a sus ciudadanos y al exterior. Igualmente, de los 57 profesionales asesinados en todo el mundo, las dos terceras partes lo han sido en países en paz. México encabeza el vergonzante ranking y le siguen Haití y Brasil. Un clima de inseguridad que favorece la impunidad tanto desde la incapacidad de las autoridades, cuando no con su desinterés o, en ocasiones, incluso connivencia. Más de otro centenar permanecen secuestrados o desaparecidos y el silencio que se cierne sobre casi todos ellos los sepulta bajo una capa de ocultación. La persecución y el asesinato por grupos criminales violentos, por estructuras paraestatales o directamente mediante la aplicación de una justicia represiva que crea entornos de impunidad logra que lo que no se cuenta no exista; sean mujeres asesinadas en Juárez, minorías perseguidas en extremo oriente, indigenistas acosados en el Amazonas o informadores arrestados en el marco de la invasión de Ucrania, con sus derechos en suspenso en Rusia o en Polonia. Todos son testigos incómodos y su ausencia es la merma del derecho a estar informados, se coincida o discrepe de sus relatos. No es precisa una guerra para que la verdad incómoda sea victimizada.