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icen que uno no debiera preocuparse, al menos en exceso, por aquello de lo que no puede ocuparse personal y activamente. Preocuparte por males ajenos, más o menos lejanos, nos puede llevar a un estrés insoportable con graves consecuencias para nuestra salud.

Eso dice la teoría, esa que usted y yo conocemos perfectamente pero que frecuentemente ignoramos, pero la realidad es que yo llevo desde el martes pasado mirando y remirando el móvil, la televisión y diferentes periódicos norteamericanos para saber quién será el vencedor de las elecciones del pasado martes.

Tanto es así que me he convertido en un verdadero experto y si me colocan frente un mapa, ubico con mayor exactitud el lugar exacto de Arizona en el mapa de los Estados Unidos que algún pueblo vasco o la provincia de Albacete. ¡Moderno que es uno!

Más allá de los mapas y del lamentable espectáculo que está ofreciendo el actual presidente Donald Trump (en el momento de cerrar este artículo, según el New York Times, van 253-214 a favor de Biden), al observar que según avanza el recuento de votos el rojo se va tornando en azul, lanzando graves acusaciones de fraude y calentando el ambiente con soflamas sobre un supuesto robo de las elecciones, me interesaría conocer las verdaderas razones del apoyo masivo de los estados y zonas eminentemente rurales al presidente del pelo dorado.

Desde la distancia, a modo de simple curioso, creo que las medidas económicas adoptadas por el máximo mandatario no han resultado beneficiosas para el campo estadounidense pero, aún así, me gustaría conocer los verdaderos motivos, económicos o no, de dicho apoyo.

Dejándome de cuestiones lejanas, que no por ello dejan de afectarnos, quisiera centrar la mirada en algo más cercano como es la aprobación de la nueva PAC para el periodo 2023-2027, a falta de los últimos retoques fruto del Trílogo. Con ello se da el pistoletazo de salida para la carrera final cuyo fin último no es otro que la aprobación de un Plan Estratégico, único para todo el Estado según unos y según otros, como yo, plural y acorde a la estructura administrativo-política del Estado.

Ahora bien, más allá de que sea un único Plan Estratégico o sean varios, existe una serie de cuestiones a debatir, definir y acordar antes de su entrada en vigor el 1 de enero de 2023, destacando entre ellas la figura del agricultor genuino; la vigencia, derogación o reforma de los derechos de pago básico; la arquitectura verde de las ayudas; el pago redistributivo y el capping, además de otras cuestiones varias, pero hoy me gustaría referirme a dos de ellas, el agricultor genuino y los derechos históricos.

Cada reforma de la PAC, la Comisión Europea muestra una sorprendente capacidad de reinventarse y sacarse de la chistera todo un nuevo léxico para renombrar lo ya existente y así, al actual agricultor activo ahora se le denomina agricultor genuino y bajo esta figura se deben concretar las condiciones que deberán cumplir los beneficiarios de ayudas directas y muy especialmente su grado de profesionalidad.

Todos, sin excepción, dicen defender con carácter prioritario a los agricultores profesionales pero cuando hay que fijar un criterio, como puede ser el porcentaje de ingresos agrarios con respecto a los ingresos totales, comienzan las dudas, los miedos y las peleas.

Si fijas alto el listón, miles de agricultores pluriactivos (en nuestro léxico sectorial, mixtos) se quedan fuera con toda la presión que puedan ejercer sobre los responsables y gobiernos. Si fijas el listón demasiado bajo, entran tantos posibles beneficiarios que, a la postre, los beneficiarios se quedan, permítanme la expresión, sin beneficio alguno.

Otro tanto ocurre con el mantenimiento, reforma o derogación de los derechos históricos de pago básico. Mientras algunos proponen aplicar la máxima lampedusiana "Que todo cambie para que todo siga igual", algo ya aplicado por el ministro Arias Cañete en la anterior reforma, otros proponen derogar el sistema actual, con grandes diferencias entre los perceptores y donde los productores actuales cobran en base a referencias de hace casi 20 años (independientemente de que haya variado o no su situación productiva particular) e ir hacia una tarifa plana por hectárea (ya aplicado en algunos países y/o regiones europeas) para así abrir la puerta a subsectores como la viña, huerta, fruta... que hasta ahora no han tocado bola en el apartado de ayudas directas, aunque sí en otras medidas del segundo pilar. Finalmente, hay otros muchos, los moderados, que seguramente verían con buenos ojos una vía intermedia y progresiva del primer al segundo escenario.

Si escribiésemos las directrices de la nueva PAC sobre una página en blanco, es decir, sin tener en cuenta la realidad actual y la trayectoria histórica tanto de la propia PAC como de cada una de las explotaciones afectadas, seguramente obtendríamos un planteamiento radicalmente diferente al que teóricamente, todos y cada uno de nosotros, podríamos considerar como admisible o positivo.

Ahora bien, como siempre, la realidad, además de discurrir por otros derroteros, es difícil de gestionar y más aún en un contexto como el actual, de merma de fondos europeos destinados a la PAC.

La literatura de la Comisión Europea propone "hacer más, con menos" pero la realidad del campo, la que se escribe sobre los surcos en la tierra, en los pastos de montaña y/o entre las hileras de olivos tradicionales es, cuando menos, bastante más cruda y por ello, resulta harto difícil convencer a los productores, con rentabilidad ausente y márgenes inexistentes, que sí se puede "hacer más con menos" y asumir que cualquier movimiento en el reparto de ayudas pone a muchas explotaciones al borde del abismo.

En este panorama, complejo donde los haya, tendrá que lidiar el ministro Luis Planas, que hasta ahora he bautizado como "el plano". Soy consciente de sus dotes de toreo y de esquivar peligrosos morlacos así como de no mojarse, ir de bienquedao, etc. Ahora bien, creo que en la situación actual, Planas tendrá que mojarse y no sólo un poquito, ¡hasta los mismísimos! diría yo, si quiere sacar adelante lo que predica.