es una expresión que se le atribuye al premio Nobel Herbert Simon, y describe las implicaciones económicas en una sociedad, la actual, donde el valor de la información ha llegado a cero, mientras que el valor que se ha incrementado exponencialmente es el de la atención de las personas. Dicho de otra forma, la saturación de fuentes e impactos informacionales propia del contexto actual genera un nivel de reducción o pobreza proporcional en la calidad de la atención del destinatario al que esta se dirige.

Se estima que cada persona recibimos alrededor de 3.000 estímulos publicitarios y más de 50 correos electrónicos diarios, por no hablar del nivel actual de posibilidades de acceso, creación, distribución, y porque no decirlo, manipulación de la información existente, inimaginable hace pocas décadas.

No es baladí el detalle de que el medio principal que acapara gran parte de los estímulos, con una creciente y abrumadora diferencia con respecto a la prensa escrita, radio y tv, es el digital, presente a través de múltiples dispositivos (teléfono, tablet, portátil, reloj, etc.)

Nos guste o no, esto está cambiando de arriba abajo el panorama económico mundial. La OCDE estima que a día de hoy, la economía digital está aportando entre un 20/25% del crecimiento del PIB global, y que supone aproximadamente el 12% del PIB de los países desarrollados. Como para no tomárselo en serio. Es más, la parte de la economía que no es digital debe utilizar así mismo los medios digitales para darse a conocer, transmitir sus ofertas y/o diferencialidad, o generar imagen de marca. Ningún mensaje llega a su destinatario sin la atención de este último. La atención está en los medios digitales, y donde va la atención va el dinero y la economía. Si no estás en el medio digital, salvo excepciones, sencillamente no existes. Como se suele decir, “blanco y en botella”.

En la medida en que el posicionamiento y visibilidad en la red está condicionado, entre otros factores, por el nivel de actualización de los mensajes e impactos, esto ha derivado en una carrera continua para generar contenidos, independientemente de la calidad de estos. Ya no hay tiempo para leerse 300 páginas de un libro. Lo que hay que decir, en unos párrafos, con imágenes y/o audiovisuales cortos, a poder ser que toquen alguna fibra sensible, y rápido. Hay que causar impacto de forma continuada, como sea.

Según Chartbeat (empresa de análisis web), se estima que el 55% de las personas que visitan una página web no pasan más de 15 minutos en ella, y las más valoradas son las que más tráfico llevan, no en las que más tiempo pasan las personas en ella, ni las que mejor calidad tienen.

No es casual que la estrategia de muchos medios políticos y económicos sea apelar al nuevo concepto incorporado por el diccionario de Oxford llamado como Post-truth (posverdad). Para que nos entendamos, otra palabra pomposa más para referirnos a mentiras, propaganda y manipulación populista disfrazada con emociones para apelar a sentimientos primarios. El asunto es que la mentira y la manipulación funciona, funciona muy bien, y ahora más que nunca. La pobreza de la atención trae consigo la carencia en la profundidad de análisis, en la lectura, en la búsqueda de fuentes contrastadas y/o datos objetivos que soporten cualquier afirmación. Es la consecuencia de una sociedad que solo lee los titulares y los primeros párrafos, que prefiere el comentario fácil al rigor, y que ha olvidado que las cuestiones son más complejas de explicar y entender de lo que puede ofrecer cualquier titular, y/o los 140 caracteres que permite una comunicación por Twitter.

Uno de los peores problemas que está ocasionando esta carrera sin fin es que, al final, está prostituyendo a quien genera contenidos. Su misión está pasando de generar calidad a captar el interés, cuando no para luego revender este interés a empresas, o a quien esté dispuesto a pagar por él, hasta tal punto de que hay modelos de negocio perfectamente estructurados bajo este paradigma.

Volviendo al ámbito empresarial más “convencional”, esto hace que la forma de manejar la publicidad por parte de las empresas en Internet cambie con respecto a medios como la televisión, radio o prensa escrita. Es necesario adaptarse a un medio donde lo que debe primar es buscar respuestas instantáneas, cambiando las implicaciones de toda acción comercial y por ende las políticas de marketing. O bien las organizaciones adaptan los mensajes a los medios actuales (multicanal y multi dispositivo), o pueden terminar siendo irrelevantes.

No solo los medios tradicionales corren el riesgo de terminar siendo meros creadores de contenido para plataformas online, sino que es el conjunto de empresas quienes pueden terminar relegadas si no son capaces de adaptar sus mensajes y generar contenidos valiosos y relevantes para monstruos como Facebook, Google, Youtube, Instagram, Twitter y análogos.