Los billetes de 500 euros nunca se han prodigado en exceso, no son materia palpable, y su existencia teórica para la mayoría de los ciudadanos les ha valido el sobrenombre de los Bin Laden, porque aunque son moneda circulante -está documentada su salida del Banco Central- nadie sabe dónde están. La crisis ha contribuido a que sus caminos sean todavía más insondables, algunos de ellos, la mayoría según los expertos, ligados a actividades delictivas como el blanqueo de capitales procedentes de mafias, la economía sumergida y el pelotazo inmobiliario.
Hay de hecho una corriente político económica que propugna su desaparición. Gran Bretaña, que no está en el euro, prohibió el pasado mes de mayo a las cajas de cambio dispensar billetes de 500 euros después de que la policía detectara que bandas criminales estaban detrás del 90% de las operaciones. La aplicación de la medida es más compleja en la eurozona, donde es moneda de curso legal, pero en países como Francia ya se ha abierto el debate. El Gobierno Sarkozy ha propuesto la eliminación del billete en reuniones de G-20, será posiblemente un tema a tratar cuando las economías se estabilicen.
Lo cierto es que el ciudadano medio no utiliza el papel moneda morado y su puesta en marcha respondió en su momento a las demandas de Alemania, que enterró con el euro su billete de 1.000 marcos. El papel de 500 euros es hoy la moneda con mayor valor del mundo, una herramienta seductora para las redes de blanqueo de capital, que en muy poco espacio -un millón de euros pesa poco más de dos kilos- pueden transportar grandes cantidades de dinero negro.
El sindicato de técnicos de la Hacienda española (Gestha) considera que son fraudulentas el 80% de las transacciones realizadas en el Estado con Bin Ladens. A pesar de que esas prácticas también han caído en letargo durante la recesión, el 20% del papel moneda con mayor valor del mundo circula por la península. Según datos del Banco de España hechos públicos las semana pasada, el número de billetes de 500 en circulación no ha parado de caer durante la recesión, porque básicamente hay menos personas interesadas en disponer de ellos. Los expertos consideran que existe una estrecha relación entre las fases expansivas de la economía y las actividades que generan ingresos catalogados como sumergidos. Cuando la economía se frena ocurre todo lo contrario.
Un líder desaparecido
Fuera del alcance del ciudadano
En los años del lanzamiento del euro, España crecía a un ritmo superior a la media de la UE gracias a el sobredimensionamiento de la construcción, precisamente uno de los nichos habituales de las prácticas fraudulentas asociados al billete con más valor del mundo. El Estado se puso entonces a la cabeza de las peticiones del papel moneda morado y un cuarto de la producción era destinado a la península.
El enfriamiento de la economía y la vigilancia de las administraciones han retraído esas actividades que exprimen la principal virtud de los Bin Laden: en muy poco espacio es posible almacenar y, sobre todo transportar, grandes cantidades de dinero. Así, en agosto circulaban sólo 105 millones de billetes de 500 euros en el Estado español, más de dos billetes por cada ciudadano. La cifra ascendía 114 millones de billetes a finales de 2007, cuando las turbulencias financieras eran todavía sólo una oscura amenaza.
Los volúmenes de distribución contrastan con sus contadas apariciones en las transacciones de la mayoría de los ciudadanos. De hecho, los bancos no tienen habitualmente billetes de quinientos, sino que los solicitan cuando un cliente los necesita. El objetivo es evitar que la moneda se convierta en refugio de acciones delictivas y la mejor manera es restringir su uso.
Y a pesar de esas cautelas, el papel moneda de 500 euros supone el 69% del importe total de dinero oficialmente en circulación sin contar las monedas. Hay en curso 76.056 millones de euros en billetes y de ellos, 52.600 millones están impresos en el billete morado. A pesar del descenso registrado durante la recesión, España continúa monopolizando una quinta parte del total de la emisión en todo el continente.
Los 'nichos' de circulación
Economía sumergida y "ladrillo"
Las cifras son exorbitantes y es lógico preguntarse dónde están los billetes, pero la cuestión principal a responder es para qué los utilizan los que tienen acceso a ellos. Los expertos consultados consideran que gran parte de los billetes están hoy cerrados a cal y canto en las cajas fuertes de los inversores, por eso no es necesario solicitar más al Banco de España. Se trata en parte del dinero negro que está ligado a la construcción, los pagos B que no aparecen en las escrituras. Si la facturación A del ladrillo está estancada, las contabilidades negras también se resienten.
Otro polo importante de rotación del billete morado es la denominada economía sumergida. No hay una estimación fidedigna de cuánto dinero se mueve bajo la superficie de la legalidad. Algunas administraciones se atreven a aseverar que supone en torno al 20% del PIB. Las que trabajan directamente en la lucha para erradicarlo opinan en cambio que ese nivel está fuera de toda realidad a tenor de las bolsas de fraude que se detectan cada año.
La mayoría de los ciudadanos ha contratado a profesionales que cobran en negro todo o parte de su trabajo y algunos piden hacerlo en billetes de 500 euros. Un error, según fuentes bancarias consultadas por este periódico, porque las entidades financieras tienen que informar al Banco de España de las operaciones en ese papel moneda. Es más fácil seguir su rastro que el de los billetes de cien o doscientos euros, dos monedas que también permiten ocultar bajo el colchón grandes ingresos.
Cómo ocultarlo
Prácticas fraudulentas
Las policías y los inspectores de hacienda han detectado varias fórmulas para volatilizar el dinero y hacerlo opaco frente a la administración. La economía sumergida, más modesta en cuanto a los medios y sobre todo más relacionada con la supervivencia que con las prácticas delictivas, cobra en billetes grandes que, por lo general, nunca ingresa en un banco.
La compra de un coche, un artículo de valor medio alto que puede pasar desapercibido, permite poner en circulación -blanquear en definitiva- una gran cantidad. También tienen la posibilidad de comprar un piso y escriturarlo a un precio más bajo, las constructoras tienen unos volúmenes de negocio que les permiten más tarde sacar a flote los pagos en negro. Si el vendedor del piso es un particular posiblemente tendrá que comprarse otro y el circuito se cerrará.
El sector inmobiliario que trabaja con dinero B tiene más recursos. Por ejemplo, una constructora solicita un préstamo para la compra de un terreno, pero tiene el dinero para pagarlo en la caja fuerte y las cuotas del crédito se abonan con dinero sucio. Los préstamos también son utilizados por otros blanqueadores, que llaman a la puerta de un banco con la intención de abrir un negocio o incluso invertir en una empresa al borde de la quiebra con posibilidades de ser reflotada. El dinero se blanquea al pagar el crédito y, si el negocio tiene éxito, además se activa otra vía de ingresos.
El narcotráfico, las mafias o las redes internacionales de blanqueo -muchas veces interrelacionadas- utilizan las estrategias anteriores, pero tienen a su alcance otras más sofisticadas. La más habitual es realizar ingresos periódicos en billetes pequeños en un banco y cuando se haya alcanzado un volumen suficiente hacerlo líquido en billetes de 500 euros, y transportarlo en coche a los considerados paraísos fiscales europeos -Bélgica, Luxemburgo, Suiza y Londres, capital financiera de varias islas consideradas opacas-, donde el secreto bancario les garantiza el anonimato.
La operación pasa desapercibida si se realiza en diversos bancos, con cantidades relativamente pequeñas, y pagando a testaferros para que la identidad no se repita. España es muy frágil ante esas prácticas debido a que es la entrada en Europa de droga procedente de Marruecos y Sudamérica. Los flujos del dinero negro también llegan al Estado a través de las organizaciones delictiva del Este de Europa.
Una vez ingresados los billetes de 500 euros en un banco impermeable a la inspección puede acabar en cualquiera de los países considerados paraísos fiscales en el mundo. Por ejemplo, en las Islas Vírgenes británicas donde hay más de 800.000 empresas registradas para una población de 20.000 habitantes.