El 95% del alumnado del colegio público de Amara, Catalina de Erauso, ha llegado a Donostia desde sus más o menos lejanos países de origen, dejando atrás a buena parte de su familia.

Con el objeto de trabajar tendiendo puentes y creando vínculos, el centro, con el apoyo económico del Ayuntamiento de Donostia a través de Donostia Lagunkoia, puso en marcha durante el curso pasado una iniciativa en la que alumnos y alumnas de diez años, por medio de la expresión artística, crearon equipo con un grupo de mujeres del barrio, sus amonas postizas.

Crear vínculos y vertebrar el barrio es uno de los objetivos de una iniciativa impulsada por este centro público del barrio de Amara, que tendrá continuidad el próximo curso.

Marta Irazusta es la directora del colegio y explica cómo se gestó este proyecto, que nace de la mano de Donostia Lagunkoia a través de sus programas de intergeneracionalidad.

Inicialmente, explica Eva Salaberria, de Donostia Lagunkoia, la invitación que se cursó al centro era para tomar parte en un proyecto comunitario relacionado con la tecnología, Auzotu. “Yo fui a explicarles un proyecto de tecnología, cuidados y comunidad y ellas me explicaron la realidad de la escuela. Me explicaron que el alumnado no tiene aitonas y amonas aquí, ni arraigo en la comunidad y pensamos que había que trabajar en ésto y hacer un proyecto intergeneracional utilizando la expresión artística”, explica Salaberria, que aportaba ya experiencia en esta línea. 

Porque, destaca Marta Irazusta, “siendo el 95% de nuestro alumnado de origen extranjero, no tienen vínculos ni arraigo con el barrio ni con sus habitante y, además, casi todos tienen a sus abuelos y abuelas en sus países de origen”. “Lo que buscábamos era basarnos en una relación horizontal “, destaca Irazusta.

"El 95% de nuestro alumnado es de origen extranjero y tiene a sus aitonas y amonas en su país"

Marta Irazusta - Directora de Catalina de Erauso

De este modo se inició la colaboración entre Catalina de Erauso y el Ayuntamiento de Donostia a través de Donostia Lagunkoia, y se puso en marcha una iniciativa para trabajar en los vínculos a través del movimiento, que articularon Ion Munduate y Blanca Calvo.

Fueron Munduate y Calvo quienes propusieron las edades de los grupos con los que se iba a trabajar. “Nos dijeron que la edad más adecuada para trabajar propuestas de este tipo era en torno a diez años”, explica la directora de Catalina de Erauso.

Se eligió, en consecuencia, al alumnado de cuarto de Educación Infantil. “Explicamos a padres y madres lo que queríamos hacer. El principal problema fue que no encontrábamos sitio para llevar a cabo las sesiones y, finalmente, logramos utilizar el Haurtxoko, donde se juntaban dos horas a la semana, los viernes”. La cita fue en horario lectivo, ya que es ésta una iniciativa incluida en la programación del centro, recuerda Irazusta.

A la convocatoria acudieron  solo mujeres. Los hombres del barrio no se animaron, aunque la esperanza es lo último que se pierde cara al próximo curso. 

Idoia Oteiza, docente de Catalina de Erauso, ha sido testigo de las sesiones de los viernes, que comenzaron, como no podía ser de otro modo, con las oportunas presentaciones. “A partir de la segunda sesión los saludos y los abrazos fueron surgiendo de forma natural y les dedicábamos un tiempo”, explica. 

El segundo paso era seguir las pautas que marcaban Ion Munduate y Blanca Calvo, trabajando espacio y movimiento. “Como no se necesitaba conocimiento previo, todas y todos comenzaban desde el mismo punto. Experimentaban a la vez. Surgió una relación de mucho respeto, porque los niños y niñas se daban cuenta de que había movimientos que costaban a los mayores y los adaptaban, y las mujeres se daban cuenta de que algunos estaban más despistados y los trataban de atraer”, evoca Oteiza, que define a las dinámicas surgidas de “muy enriquecedoras”.

Una tarea que no resultó sencilla fue la de reclutar las personas del barrio que iban a tomar parte en la iniciativa, ya que no resultaba fácil explicar cuál ere su objetivo y desarrollo. Se llegó incluso a buscar, a través de Eva Salaberria, la complicidad de las enfermeras de la zona para que sirvieran de altavoz para la propuesta.

Finalmente se logró conformar un grupo integrado por siete u ocho mujeres, dependiendo el día, y quince alumnos.

Los resultados fueron más que satisfactorios. “Estamos muy contentas, porque ha sido además una iniciativa muy adecuada a las necesidades de nuestro centro”, añaden las representantes de Catalina de Erauso.

Suma Marta Irazusta. “Es que muchas de las mujeres ni conocían que estos alumnos y alumnas estaban en el barrio. Ahora saben que en Amara hay familias con estas características. Nuestro alumnado ha creado vínculos con estas mujeres y contamos con ellas para distintas actividades a futuro”.

“Cuando se encuentran en la calle se paran, se saludan y se las presentan a sus madres y madres. ¡Hay que ver los abrazos que se dan!. Es que estos niños normalmente no tienen cerca a sus abuelas”, destaca Oteiza.

Por eso, la experiencia bautizada con el nombre de Hilo-Hari ha sido tan valiosa y bonita, por que ha servido para tejer un vínculo. 

Entendiendo que las “las prácticas artísticas facilitan el encuentro”, Ion Munduate y Blanca Calvo “acompañan este proyecto y trabajan a partir del descubrimiento y la experimentación con el cuerpo y el movimiento para crear un espacio de posibilidad para el afecto entre personas de diferentes generaciones y el arraigo en comunidad”.

Todo funcionó

“Cuando el centro nos explicó el proyecto nos asustamos bastante. Nos parecía un reto difícil trabajar conjuntamente con personas mayores y niños, porque sus dinámicas son diferentes. Teníamos que pensar qué ejercicios proponer para que ambas dinámicas pudieran funcionar. Y funcionó”, destaca Calvo.

Todo fluyó porque “las mujeres. que tenían mucha energía, se apoyaban en los niños y los niños en ellas”, asegura.

Algunas de las mujeres que tomaron parte en la iniciativa N.G.

“Crear vínculos no es fácil, pero todo funcionó porque estas mujeres han vivido mucho y entendieron lo que proponíamos casi de forma intuitiva”, afirma Ion Munduate.

Los niños, por su parte, “estaban totalmente abiertos, no se quejaban de nada”. La suma de ambos factores da como resultado el éxito de la experiencia.

Los ejercicios que se planteaban, abunda Calvo, “eran muy sencillos, se trabaja la percepción y la armonía corporal, cómo entender que el otro es importante. Para ello hay que estar abiertos”. Eran, especifica, “ejercicios simples, de distancia, reflejos, de tocar el cuerpo del otro, de confiar en el de al lado”.

“Empezábamos respirando juntas, algo que era más nuevo para los niños y niñas. En cada sesión intentábamos armonizar las energías y la armonización se dio desde el primer día”, acentúa Munduate.

Desde el principio las dos partes entendieron que la propuesta iba de trabajar unidos. Grandes y pequeños se mezclaban con naturalidad. “Las mujeres reconocían que hacían cosas que nunca habían hecho antes y que no harían fuera”, asume Calvo.

Pero, pese la existencia de “ritmos diferentes de percepción y atención”, todas las personas participantes disfrutaron de la experiencia. El mejor ejemplo se puede hallar en las palabras de una niña que afirmó que el “el viernes era el mejor día de la semana” porque era el día de Hilo-Hari.

Cambiaron mucho las relaciones. Cuando se trabaja con el cuerpo ocurre eso, porque el cuerpo no miente”, afirma Calvo.

“Se planteó un espacio súper democrático en el que cada cual podía dar su opinión. La evolución fue hacia el amor. Se ha hecho tejido de forma progresiva. Por parte de los niños había necesidad de conocer a esas personas mayores y por parte de las mujeres, de abrazar a la infancia”, subraya.

“Confiar en los demás es necesario, sobre todo para estos niños que han llegado a un lugar donde no conocen nadie. Hemos hecho ejercicios en los que continuamente estábamos cuidando los unos de los otros y ésto es importante”, incide Munduate.