Donostia. Las manos en los oídos. A tan solo cinco minutos de que el reloj del ayuntamiento marcara las 19.00 horas, Juana Galarraga y sus amigas Garbiñe Saldías y Ana Andrés se tapaban los oídos esperando a que el Artillero Mayor encendiera la mecha del cañón, que daría paso al estruendo que anunciaría el pistoletazo de salida a la Aste Nagusia 2012. Junto a ellas, centenares de familias, cuadrillas y turistas se acercaron ayer a Alderdi Eder para disfrutar del ambiente festivo que ya se palpaba por todas las calles de la ciudad.
Minutos antes del esperado cañonazo, grupos como los Bebés de la Bulla o Taupada Batukada iniciaron una marcha desde distintos puntos de la Parte Vieja donostiarra para dirigir la fiesta hasta el ayuntamiento. Tras ellos, Ismael Zabaleta y Lourdes González se acercaron bailando inducidos por el ritmo de la música y los tambores. “Hemos venido desde Miranda de Arga a pasar el día y nos hemos visto envueltos en plena fiesta, cosa que nos encanta”, explicaba Lourdes, al mismo tiempo que su esposo miraba con recelo el cañón, preguntándose si realmente lanzarían una bala.
Entre tanto, Eider Santamaría y su novio Xabi Zarranz, ataviados con sus respectivos pañuelos azules, se fueron haciendo paso entre la multitud para hacerse con un buen sitio. Este año habían llegado un poco tarde y la primera fila estaba ocupada. “El cañonazo siempre me pillaba en la playa, pero desde hace tres años Eider me arrastra hasta aquí, y lo cierto es que se lo agradezco: ¡Es la mejor manera de empezar la Aste Nagusia!”, comentaba Xabi mientras trataba de hacerse con un buen sitio.
Tras un redoble de tambores, el Artillero Mayor dio fuego a la mecha y el estruendo se hizo notar por todo el entorno. A algunos despistados el bombazo les pilló por sorpresa y no les quedó otra que reírse de ellos mismo. Un grupo de turistas se echó al suelo pensando que el cielo se les caía encima, al igual que otro puñado de niños, que con caras de terror, se agarraron a sus padres.
A las que no les pilló desprevenidas fue a Juana Galarraga y su cuadrilla, que curtidas de otros años, reían al contemplar los gestos de los visitantes, que con caras de circunstancia, salían de Alderdi Eder sin saber todavía que acaba de ocurrir. Ellas se quitaron ya las manos de los oídos y se integraron en la fiesta.