"Era un híbrido entre los camposantos latinos y los sajones que hay en ciudades nórdicas o los que se ven en Estados Unidos", explica el arquitecto Antonio Vaíllo. Su proyecto de fin de carrera planteaba en Ametzagaina "un gran jardín con pocos edificios pero muy rotundos que se metían en el terreno, casi como taludes", explica.
No iba a ser un cementerio al uso, como el de Polloe (ejemplo del modelo latino), sino un jardín por el que se pudiera pasear. Por eso se cuidaba, sobre todo, el aspecto estético, con grandes zonas verdes y pocas pero muy rotundas edificaciones. La principal tendría unos 300 metros de largo y aprovecharía el desnivel de la zona. Así, en la parte superior se alzaría dos o tres metros pero en la zona inferior el desnivel alcanzaría unos 20 metros.
25 años después, desde su despacho de Pamplona, Vaíllo afirma que, a lo mejor, el proyecto, bautizado como Et in arcadia ego, sí era "un poco utópico", pero recuerda que, efectivamente, la intención del Consistorio era ejecutarlo. Por eso convocó el concurso internacional para elegir el diseño final en 1985, certamen en el que seleccionaron la propuesta de Vaíllo. "Recuerdo que no quería que el proyecto de fin de carrera fuera una pérdida de tiempo y que por eso buscamos un concurso real al que presentarnos", explica el arquitecto.
Ganó el concurso y, durante los siguientes años, recuerda que invirtió mucho tiempo y esfuerzo en el futuro cementerio de Ametzagaina. Llegó a haber, incluso, un proyecto de ejecución, aunque poco a poco Vaíllo fue viendo que el proyecto se iba dejando de lado. Se citaba en el avance del nuevo plan general de la ciudad de 1991 y hubo un plan especial para la zona en 1993, pero, finalmente, cuando se aprobó el Plan General de 1995, no se hacía mención al camposanto previsto en los terrenos de Ametzagain
cambios
Últimos contactos
Ese mismo año Vaíllo recuerda que su último contacto relacionado con el proyecto lo tuvo con Gregorio Ordóñez, entonces concejal del PP en el Ayuntamiento, poco antes de su muerte. Ordóñez, según le confesó al arquitecto, tenía intención de recuperar el proyecto, aunque redimensionado. En sus primeros años al frente del Consistorio, al parecer, también Odón Elorza era favorable al camposanto de Ametzagaina.
Fueron varias las circunstancias que acabaron por desterrar el proyecto. Entre ellas, la aprobación a principios de los 90 de la construcción del hipermercado de Garbera y el vial Intxaurrondo-Martutene, que obligarían a modificar el proyecto. Además, en un Intxaurrondo cada vez más poblado, también iba creciendo una actitud tanatofóbica, contraria a la instalación de un cementerio cerca de sus hogares. Vaíllo recuerda, incluso, que se llegó a plantear la privatización del cementerio.
"Al final, claro que te sienta mal que se quede en agua de borrajas, era un proyecto precioso y metí muchas horas", recuerda Vaíllo. Además, el hecho de ser seleccionado en Donostia hizo que le pidieran o se animara a presentar algunos proyectos más para camposantos, como uno para un cementerio supramunicipal en Madrid. De todos ellos, llegó a realizarse uno, en Irañeta, en la Sakana de Navarra.