Muros almenados con grandes torreones. El símbolo se diseñó entre 1868 y 1870, tras el derrocamiento de la reina Isabel II de España. La I República lo utilizó para sustituir con él unas cuantas coronas reales molestas para el nuevo régimen. 60 años después, la II República siguió el ejemplo y retomó la corona mural, convertida ya en símbolo de la república en todo el Estado.

Quien no consiga recrear la imagen de los torreones, no tiene más que pasear por el paseo de La Concha de Donostia y mirar la fachada de la actual sede de la Federación de Piragüismo. La que fue caseta real de baños ha sufrido una rehabilitación y limpieza y, una vez retirados los andamios, muestra sobre la puerta el original escudo real, flanqueado por dos leones (también de la estructura original) y cubierto por una corona mural.

En realidad, en la edificación original, diseñada en 1911 por el arquitecto de la Diputación de Gipuzkoa Ramón Cortázar, el escudo sostenía sobre sí una corona real, que se mantuvo en su sitio hasta que, recientemente, desapareciera junto con la cabeza de un león como consecuencia de algún acto vandálico. Aunque en la fachada trasera de la edificación, la que se asoma a la playa de La Concha, el conjunto escultórico sí se alteró.

El historiador Alberto Fernández-D"Arlas explica que no está claro en qué momento pero, a lo largo de su siglo de historia, se decidió retirar la corona real del escudo de la fachada trasera y sustituirla por la mural. Así, la reciente rehabilitación de la estructura ha copiado el molde de la fachada trasera para adecuarlo a la principal, a pesar de que ésta nunca había lucido los torreones republicanos.

Fernández-D"Arlas critica que esta actuación supone un ataque al patrimonio de la ciudad y que una rehabilitación debe conservar los elementos originales siempre que sea posible, sin introducir cambios que alteren el sentido y la identidad de la construcción. Y, en este caso, considera que la corona real es clave para hacer una lectura de la construcción y ubicarla en su contexto.

mármol, piedra y dorados

94.000 pesetas

La caseta real se estrenó en el verano del año 1911 después de varias edificaciones temporales que acogían a la familia real española cuando veraneaba en Donostia. El palacete, de piedra caliza y mármol blanco, se integró en el conjunto de edificaciones de la playa (las dependencias actuales de Eguzki, La Perla, Bataplán y el Atlético de San Sebastián). Incluía, además, un equipamiento de hidroterapia puntero para la época, "con bañeras que podrían surtirse con aguas saladas, templadas o corrientes", según explica el historiador en un artículo publicado en la Revista de Estudios Marítimos del País Vasco. Además, la fachada combinaba blancos con dorados y acabados en oro, como los de los leones. La caseta costó 93.900,33 pesetas de la época.

Además del escudo real y la corona rematando los accesos principales a la instalación, las barandillas de las dos terrazas incluían la flor de lis. En la actualidad, sólo se conservan esas figuras en algunos de los sectores.

En su momento la caseta fue clave para que Donostia se impusiera como playa preferente de la familia real frente a rivales como Santander, que construía en esos momentos el Palacio de la Magdalena, inspirado en el de Miramar. En la actualidad, la de La Concha sigue siendo la única caseta real de principios del siglo pasado que se conserva en Europa, según añade Fernández-D"Arlas.

evolución

Decadencia y abandono

Tras la Belle Epoque, la edificación, sin embargo, entró en un periodo de decadencia importante con la llegada de la II República, la Guerra y el franquismo. Los símbolos monárquicos eran incómodos y la caseta fue dejándose perder, hasta que se cedió la instalación a la sociedad Eguzki para actividades deportivas en los años 50. Ésta se la cedió, después, a la Federación de Piragüismo, actual ocupante de la caseta.

En el año 1984 se emprendió, visto el mal estado de la construcción, una rehabilitación profunda. En aquel momento se conservó la corona real que lucía la fachada principal y la mural que se mostraba en la trasera. Aunque las obras no rehabilitaron los colores originales de las paredes y las igualaron en tonos blancos y grises.

Este año, la nueva rehabilitación que ha emprendido la Diputación (constructora de la caseta en 1911) ha seguido el mismo camino, blanqueando y limpiando la fachada sin recuperar la policromía de sus inicios. En ese sentido, el historiador comenta que hay suficiente material conservado que prueba que, por ejemplo, los leones eran dorados y no blancos.

Más grave se antoja la alteración de la corona real. En este caso, parece que para reproducir la corona sobre el escudo (cabe recordar que la original desapareció recientemente), se ha copiado el molde de la que sí se mantiene en la fachada trasera, que en este caso es la mural debido a una modificación previa. "El cambiazo operado en la fachada del Paseo de la Concha resulta sumamente llamativo y carece de justificación, tratándose de un adorno heráldico espurio e incongruente en el contexto en que se ubica", declara el historiador.

Cabe recordar, en ese sentido, que el edificio en cuestión, así como el resto de construcciones contiguas, forman parte de la fachada marítima de la ciudad y de su patrimonio histórico, de ahí que cuenten con el mayor grado de protección que otorga el Ayuntamiento. Eso implica que cualquier actuación que se vaya a llevar a cabo en la edificación debe cumplir las condiciones que se establecen para los monumentos catalogados como tales.

Así, las intervenciones deben realizarse desde el más escrupuloso respeto hacia los elementos tipológicos, formales y estructurales de la edificación, y deberían "rescatar el carácter del monumento sin alterar su mensaje original", según insiste Fernández-D"Arlas.

ofensa

"No se trata de ser monárquico"

En este caso, sin embargo, el resultado de la rehabilitación de la estructura ha dado a conocer a los donostiarras un nuevo símbolo republicano que, para muchos, había pasado desapercibido en la fachada trasera del edificio. Para algunos ciudadanos interesados en el patrimonio de la ciudad, sin embargo, resulta una ofensa grave.

"No se trata de ser monárquico o no, se trata de respetar un monumento", insiste el historiador. Mientras, los torreones de la puerta podrían llevar a la confusión a algunos escolares donostiarras: si coronan con un símbolo republicano su escudo, puede que las reinas que visitaban Donostia no fueran tan monárquicas al fin y al cabo.