on el Giro entrando en su ecuador, se puede hacer un balance de lo sucedido hasta la fecha y, sobre él, un pronóstico. Y éste se orienta hacia un duelo de dos titanes, un enfrentamiento tipo western, de uno contra otro en medio de una calle vacía, desierta. Por un lado Egan Bernal, el colombiano que parece haber superado los dolores de espalda que tanto le lastraban, ocasionados por tener una pierna mucho más corta que la otra; y enfrente la perla belga, Remco Evenepoel, quien se muestra en forma, a pesar de acudir al Giro sin haber competido ni un solo día en diez meses tras su gravísima caída en el Giro de Lombardía de 2020. Ambos parecen tenerse miedo y buscan cada despiste del adversario para robarle tiempo, pelean cada segundo que puedan acumular de ventaja, por lo que pueda venir. Ayer se diputaron la bonificación de una meta volante en un sprint a cuchillo, llevándose dos segundos el belga y uno el colombiano. Y en las montañas donde los hemos visto, en los Apeninos, en los Abruzzos, lo mismo. Aquí Bernal se ha revelado un poco superior, como mostró en el final sobre tierra en el puerto de Campo Felice, pero muy poco. Incluso se benefició de un descuido que llevó a Evenepoel a atacar el sterrato alejado de la cabeza del grupo, viéndose forzado a remontar, con la dificultad que esto supuso en un piso de tierra, resbaladizo, con sendas marcadas y otras más difíciles, pero en la medición de la velocidad relativa de los últimos 500 metros, fue más rápido que el colombiano. Se presentan dos semanas prometedoras en la alta montaña con interesantes incógnitas: ¿Aguantará el joven belga los grandes puertos dolomíticos, alpinos, largos, con duras pendientes, en etapas maratonianas? ¿Veremos al gran Bernal de hace dos años en el Tour? La emoción está servida, con el aliciente de la falta de certezas, de que la sorpresa puede precipitarse en cualquier momento.

Ayer se hizo justicia. Cuando esto ocurre me alegra mucho. El equipo alemán Bora trabajó a destajo los últimos 30 kilómetros de la etapa. Llevó al pelotón a un ritmo tan endiablado que el esprínter Nizzolo se descolgó un centenar de metros y ya no pido enlazar, a pesar de que le esperó su coequipier, el consumado contrarrelojista Campenaerts. Era un espectáculo ver cómo los dos se desvivían con los coches de cola del pelotón a la vista, y eran incapaces de acercarse porque los corredores del Bora tiraban sin desmayo. Lo hacían porque confiaban en su esprínter, el eslovaco Peter Sagan, y éste no falló, imponiéndose en la meta de Foligno.

Esta población, Foligno, está a 18 kilómetros de Asís, el principal destino de Gino Bartali en su empresa para salvar judíos italianos en los años del nazifascismo. En algunos artículos he hablado del gran campeón florentino, escribiendo sobre sus triunfos; sobre sus pugnas contra Fausto Coppi; sobre la petición de victoria que le hizo el presidente democristiano De Gasperi tras el atentado sufrido por el líder comunista Palmiro Togliatti en 1948, para calmar a las masas y evitar una guerra civil; e incluso cuando mencioné a Francesc Boix, el fotógrafo de Mauthausen, pues su última fotografía del Tour para L'Humanité, antes de enfermar, fue la de la victoria de Bartali en la etapa Lourdes-Toulouse en 1948; e incluso di alguna pincelada sobre su labor humanitaria salvando judíos. Pero vale la pena insistir y recordar este trabajo, que fue su principal gesta. Se desarrolló principalmente en el otoño de 1943, cuando el régimen fascista había proclamado leyes antisemitas, igual que los nazis alemanes, y se dedicó a detener a los judíos italianos, como cuenta la película La vida es bella, de Roberto Benigni, para enviarlos a campos de concentración nazis. El cardenal de Florencia, Elia dalla Costa, propuso a Bartali que, aprovechando su libertad para moverse entrenando, y el respeto de la policía fascista a un campeón como él, llevara documentación falsificada para que muchos judíos pudieran cambiar su identidad y evitaran así los campos. A pesar de su fama, fue detenido e interrogado más de diez veces por la policía, a la que contestaba siempre que se estaba entrenando. Incluso, al final, tuvo que pasar a la clandestinidad escondiéndose en la ciudad de Citta di Castello, tras haber refugiado en su propia casa a una familia judía, los Goldenberg. Llevaba los documentos escondidos, enrollados, dentro del manillar y en el tubo del cuadro bajo el sillín. Entre Florencia y Asís, ida y vuelta, hay casi 400 kilómetros que recorría en el día, en cada entrenamiento. Hizo más de 45 viajes, y se estima que salvó directamente a unas 800 personas de los campos de exterminio. Nunca habló de esto. Su hijo Andrea dice que su padre le contaba algunos fragmentos de esas acciones, pero que le hacía prometer que no se las contaría a nadie. Cuando el hijo le preguntaba: "¿Por qué?", Gino le respondía: "Debes hacer el bien pero no debes hablar de ello, si lo haces estás tomando ventaja de las desgracias ajenas para tu propio beneficio". La próxima etapa del Giro pasa por Ponte a Ema, un suburbio de Florencia, lugar de nacimiento de Bartali, y donde existe un museo sobre su carrera ciclista, sobre su vida.

A rueda

Se prevé un duelo de titanes entre Bernal y Evenepoel. Ambos parecen tenerse miedo, y buscan cada despiste del adversario para robarle tiempo