ay periodos del ciclismo marcados por un dominio personal, como fueron los de Merckx, Hinault, Induráin, Armstrong, o Froome; y hay otros ciclos gobernados por el enfrentamiento entre dos, frente a frente, protagonizando duelos como el de Solo ante el peligro, donde los demás desaparecen de escena, y solo la pareja absorbe toda la intensidad del drama. En los primeros, la medida de la gesta la da la magnitud de la marca del campeón. En los ciclos de las parejas, el enfrentamiento tiene tintes más apasionantes, y ha escrito páginas muy brillantes de este deporte. Fueron así los duelos Coppi-Bartali, Loroño-Bahamontes, Poulidor-Anquetil, y parece que ése va a ser el signo de éste, con la doble pareja, la eslovena Pogacar-Roglic rivalizando en las vueltas, y la de Van Aert-Van der Poel en las clásicas.

Esta rivalidad, definida por una nítida superioridad sobre el resto, posibilita que a veces pierdan carreras por su estrecho marcaje. Es lo que ayer le pasó a Roglic. Tras controlar a Pogacar en Erlaitz, dejó escapar al nuevo líder, McNulty, en la bajada. Incomprensible. Máxime cuando llevaba dos compañeros de equipo. Se desentendieron. Me recordó aquella Vuelta que Perico le birló a Millar, despistado, mal informado, aunque entonces no había pinganillos como hay ahora, para dar órdenes desde el coche. El equipo Jumbo no se maneja bien tácticamente, y Roglic ya perdió el Giro de 2019 frente a Carapaz, y el Tour de 2020 frente a Pogacar, siendo el más fuerte, por fijarse solo en un contrario, y permitir otras fugas peligrosas.

Existen montes impregnados de tanta historia del ciclismo, que esa historia forma parte indisoluble de su identidad. Pasa con los grandes colosos pirenaicos, alpinos, dolomíticos, del Tour, del Giro, con el Aubisque, el Tourmalet, el Stelvio, la Marmolada, el Mortirolo, entre otros. Aquí, aunque con una orografía más modesta, también ocurre. Hay montañas que gracias al paso reiterado de las carreras, o a las batallas allí libradas, están, en la memoria popular, ligadas al ciclismo, son montañas ciclistas. Si a cualquiera se le menciona a su nombre, no las imaginará sólo como un espacio para excursiones montañeras, sino que verá también a corredores coloreando la carretera que las asciende. Ayer la etapa atravesó dos puertos de estas características, Jaizkibel y Erlaitz. Este ejercicio tiene que ver con la memoria y la imaginación, las dos armas con las que el pensamiento y el lenguaje se abren camino por la realidad. Deben haber concurrido hechos deportivos sobre sus rampas, y debe haberse explorado la posibilidad real o imaginaria de emularlos sobre nuestra bicicleta, real o soñada. Así se construye el hito, como elemento significativo de un lugar, señalado por la memoria colectiva. Jaizkibel, cincelado por la Clásica de Donostia, pero también por múltiples carreras, por escapadas y retos personales. ¿Quién no ha intentado medirse sobre sus rampas? En soledad o en compañía, apostando su honor ciclista. Lo mismo sucede en Erlaitz, quizá el puerto más duro por estos lares de Donostialdea y Bidasoa. Me doy cuenta con estas reflexiones de que la realidad de las montañas aloja al menos dos significados: es la montaña geográfica y es la montaña ciclista, con toda su poesía. Recuerdo un pasaje de la vida de Lenin exiliado en Londres. Le gustaba pasear por la ciudad, andando o sobre los famosos autobuses Double Decker de dos pisos, y cuando se adentraba en zonas de la ciudad humildes y proletarias, exclamaba ante su compañera Krupskaia: "Dos ciudades". Dos ciudades en lo que era solo una nominalmente. Lo mismo ocurre con las montañas. Dos montañas.

Erlaitz, Jaizkibel, además, encierran otra memoria, que conviene recordar. En ambos casos las carreteras que recorrieron ayer los ciclistas fueron construidas por presos republicanos en la posguerra. En Jaizkibel, antes de la guerra, la única carretera existente era la que subía desde Hondarribia a Guadalupe; en Erlaitz la que subía, como ayer hicieron los corredores, desde Irun al lugar desde el que se asciende a las Peñas de Aia, donde existe un viejo nevero. Trabajo esclavo de presos. También se hizo así la cercana carretera de Aritxulegi y Agiña. Erlaitz, además, fue escenario de intensos combates en la Guerra Civil, entre los franquistas que querían tomar esa posición para caer desde allí sobre Irun, y los republicanos que la defendían. Uno de ellos fue Agapito Domínguez, un joven comunista irunés de 23 años que dejó allí su vida por amor. Agapito había subido a Erlaitz con una docena de elegidos para reconquistar los cuarteles que hay en la cima, cuyos muros siguen allí, en ruinas. La reconquista fue fácil, porque no había nadie. Un comando franquista había tomado los cuarteles, asesinado a la guarnición, y se había ido. Desde Erlaitz, Agapito, en lugar de descansar o volver Irun, decidió ir a otra posición de defensa cercana, Pikoketa. Sus compañeros intentaron disuadirlo diciendo que necesitaba descansar tras el estrés de la misión, Agapito no les hizo caso, porque en Pikoketa estaba Mercedes, su novia. Marchó por el sendero para carros que hoy es la carretera hecha por los presos y por la que bajaron los ciclistas, y se encontró en Pikoketa con Mercedes. Fue su fatalidad. Poco después la posición fue tomada y fusilados los dieciocho defensores. A Mercedes y Agapito les quedó el consuelo de morir juntos, como unos Romeo y Julieta republicanos.

A rueda

Roglic ya perdió el Giro de 2019 frente a Carapaz, y el Tour de 2020 frente a Pogacar, siendo el más fuerte, por fijarse solo en un contrario y permitir otras fugas