El Giro era una tortícolis, las vértebras doloridas de tanto mirar hacia arriba antes de salir en busca de Forcella Valona, Monte Bondone, Passo Durone y Madonna di Campiglio, una eternidad por las crestas de los Dolomitas. Allí en las alturas, se juega la carrera de la subsistencia. Donde la nieve no es un ente extraño si no el decorado blanco de la corsa rosa, que entra en la zona roja. Cuando se sube tan alto, irremediablemente se mira al suelo, a la rueda. Cuando los colosos aparecen en todo su esplendor, cuando las subidas son dañinas y duelen en el alma después de atravesar las fibras musculares e incluso los huesos, los ojos caen al asfalto, a modo de un rezo. Mejor no mirar para arriba para que uno no se desmoralice. En ese ambiente de supervivencia, donde resistir es vencer, el retrovisor de los recuerdas enfoca a Pantani asaltando Madonna di Campiglio.

El Pirata al abordaje. Pantani descubrió al mundo aquella cumbre el 4 de junio de 1999. El Giro era suyo. Aquel día, sin embargo, murió de alguna manera cuando se supo que superó el límite de hematocrito. Madonna di Campiglio fue su tumba. La lápida, el hotel La Rose de Rimini en 2004. Años después, Mikel Landa otro ciclista libertario, con ese estilo que emparenta con el de Pantani en lo visual, se encaramó a la cima en 2015 tras una actuación soberbia. En la tercera visita a la montaña clavó su bandera Ben O’Connor. Reivindicó su nombre. El australiano borró el recuerdo del día anterior cuando maldijo a Tratnik. Entre los que pelean por Milán, se cruzó el flashazo del Stelvio, que espera mañana. Atemorizaos ante semejante leviatán, que como Saturno devorará a sus hijos, los favoritos se dieron la mano en el vals de Madonna di Campiglio. Danza Almeida, feliz.

Forcella Valona, 21,4 kms al 6,7% y Monte Bondone, 20,5 kms, al 6,6% fueron territorio virgen para los favoritos, dispuestos para el peritaje en Madonna di Campligio. Eso era demasiado futuro para otros, que emprendieron la huida pensando en el jornal. Entre los 19 fugados, Víctor de la Parte y Óscar Rodríguez se agolparon en esa idea que lideraba Hermann Pernsteiner. El austriaco era el más dañino de la fuga porque en la tabla de tiempos no tenía aspecto de paria. En el pelotón dejaron que la cometa tomara aire, pero no le soltaron del todo el sedal por la presencia de Pernsteiner, que podía aproximarse al podio.

Thomas De Gendt, el Houdini del ciclismo, el hombre para el que no existen cierres ni esposas, no podía faltar en la trashumancia por los bellos parajes de los Dolomitas. El sol acariciaba con su calor como una mano amiga que ofrece bienestar. El cielo, raso, azul como lo pintan los niños, evocaba un ambiente bucólico y pastoril. Ilnur Zakarin, Rohan Dennis, Davide Villella y Ben O’Connor también buscaban su oportunidad. Guerreiro, verdugo de Castroviejo en Roccaraso, fue otro que se coló en el reparto y fue el primero en poner pie sobre Forcella Valona y Monte Bondone. Rey de la montaña.

El reinado del Giro se discutía en los salones de la alta sociedad. Almeida, el líder, encolumnó a su equipo. Detrás, Kelderman dispuso a su muchachada para enfocar Madonna di Campligio. Pello Bilbao, Geoghegan, Nibali, Fuglsang… no perdían detalle. En el frente, O’Connor sacudió el pajar. Solo quedaron los granos de Zakarin, De Gendt y Pernsteiner. El austriaco, con el maillot abierto a dos aguas, trató de seguir la estela del australiano, que un día antes se quedó corto ante Tratnik. De Gendt compartió sidecar con Zakarin. Entre el repicar de cencerros, la banda sonora de las montañas, O'Connor era un cohete.

En el grupo de favoritos, elevaban el tono los tambores de guerra. Jay Hindley, el rastreador de Kelderman, se movió. Kelderman quiso impulsarse en el australiano, pero el líder le encoló de inmediato. Almeida pastoreaba la ascensión con la cobertura de Masnada. Torre de control. El resto de los candidatos ronroneaban, a la espera. Solo McNulty se desconchó. En una subida sin trallazos, más próxima al vals que a los espasmos y la electricidad, con el Stelvio presente en la mente de todos, se impuso el temor a quedar desnudo. Almeida sigue vestido con el mejor ropaje. La maglia rosa.