La soledad de la crono marchitó al floreciente Pello Bilbao en el Giro. El gernikarra, aún tercero, palideció ante las manecillas. Le castigaron. Le pesó el reloj al vizcaino. El tiempo, juez supremo e insobornable, se le amontonó en las piernas, a cada rato más cansadas. El Tour se le coló en el petate del Giro a Pello Bilbao, que cedió 1:22 en la crono de Valdobbiadene respecto a Joao Almeida, el líder que enfatizó su reinado en la corsa rosa. El portugués pegó otro estirón. No bromea. Va en serio. El gernikarra le pierde de vista antes de que la carrera se suba a Piancavallo. Necesita prismáticos para verle. El vizcaino acumula un retraso de 2:11 con Almeida.

También se alejó de su radio de acción Wilco Kelderman, segundo en la general. El neerlandés, el único que sostuvo la mirada al líder en el salón de la aristocracia, saluda al vizcaino desde la lejanía. Le saca 1:15. Pello Bilbao está obligado a alistarse a la resistencia porque el paso del tiempo va contra él. Es el único entre los que giran la ruleta del podio que estuvo presente en la campaña francesa. Lo sabe su organismo, que necesita reposo. Ocurre que en una crono no existe escapatoria ni una rueda en la que refugiarse. El aire que golpea en la cara solo se combate a puñetazos. No hay quiebro posible que lo evite. En ese ecosistema, Pello Bilbao se agarró a la aerodinámica para mitigar pérdidas, pero a su motor le faltó caballaje. No carburó el gernikarra como le hubiera gustado en el test del tiempo.

Honra al pasado el Giro, que no teme subrayar la tradición, su mayor tesoro, donde se agolpan los incunables y el álbum familiar. La corsa rosa es una carrera de aliento largo, que no oculta en el cajón las cronos, aniquiladas en estos tiempos por el Tour, convertidas las luchas el reloj en seres exóticos que provocan sarpullidos. La carrera italiana, con sus cordilleras majestuosas y sus veneradas e idolatradas cimas, abrió la compuerta a la segunda contrarreloj de la carrera, otro trofeo para Filippo Ganna, vencedor en Palermo y Valdobbiadene. El campeón del mundo de la especialidad corría contra sí mismo. Así que solo podía medirle el reloj, su gran aliado.

Ganna fue un proyectil de principio a fin. Ni el barrigudo Muro di Ca’del Poggio, una pared con rampas con picos del 19%, frenó a Ganna, que avanza con botas de siete leguas cuando del reloj se trata. Como Joao Almeida, crecido como las olas de Nazaré, que elevan la adrenalina en el océano Atlántico y alimentan la mirada del portugués. Almeida nunca ha cogido una tabla, pero surfea como nadie en la cresta del Giro.

El líder saturó su rosa entre las manecillas, donde aventajó en 1:22 a Pello Bilbao, atravesado, atascado por el cansancio, que le apolilló las piernas. El gernikarra no pudo limar al portugués, una roca. La presión no afectó a Almeida, que recorre el Giro con los ojos del descubridor pero con el paso firme de un veterano de guerra. A Pello Bilbao se le cerraron las amplias vistas de la carrera rosa en soledad. No encontró el swing necesario el vizcaino, demasiado rígido, incapaz de aliviar su carga. No dio cuerda a su reloj. A Pello se le acumula el tiempo sobre la bici, el extenuante viaje del Tour. La fatiga interfiere en el gernikarra, al que se le estira el Giro como los relojes blandos de Dalí. Nada que ver con Wilco Kelderman. El neerlandés funcionó con exactitud, el engranaje de la maquinaria intacto, y se alejó de Pello Bilbao, al que laminó la crono y le colgó 1:06. El de Gernika salvó el podio por un puñado de segundos. No tanto por el empuje de Nibali, con el que se emparejó en la tabla de tiempos, si no por la aparición de Brandon McNulty, que se afiló en la cita con el tiempo, el latifundio de Filippo Ganna.

El italiano corría en paralelo, ajeno a las vidas cruzadas de los favoritos, en un pleito soto voce porque no se veían. Solo se intuían. Sabían del resto por la información que les llegaba por los pinganillos. Las referencias siempre fueron buenas para el líder y grises para Pello Bilbao, que no alcanzó su mejor nivel. Le faltó fotogenia al gernikarra. El soliloquio de las cronos, donde uno se refleja en su espejo, le rebotó un gesto incómodo. En ese laberinto de espejos, envasados al vacío con el mono de crono, los calcetines largos al límite y el casco de astronauta, Pello Bilbao no se reconoció. En las duras rampas del tercio inicial, el vizcaino subió a espamos, peleado con la bici, hasta que sobre el llano encontró una posición acorde con su estilo. Sus piernas, sin embargo, estaban lejos de su deseo.

Entendió de inmediato Pello Bilbao que no sería su mejor tarde. Se equiparó con el resto de candidatos, pero a cada metro se alejaba de Almeida. El líder, apenas 22 años, recorrió los 34 kilómetros entre Conegliano y Valdobbiadene, con solidez, sin desviarse ni una pulgada de su estatus. Fue el mejor entre los que persiguen la maglia rosa. Mañana aguarda otro debate. Esta vez de montaña, con la ascensión final a Piancavallo: 14,5 km al 7,8% de desnivel medio, con rampas del 14%. Allí Pello Bilbao quiere florecer.