- En la periferia de Poitiers, Ángel José Sarrapio descubrió el futuro en el Tour de Francia. Unió su nombre al de Futuroscope en 1986. Sarrapio conquistó su mejor triunfo por pura fuerza después de parasitar en el lomo de Jean Claude Bagot. Entonces las fugas no eran un viaje a ninguna parte. Aquella victoria fue su Epifanía. Años después, Lance Armstrong dejó otra huella para la historia de la carrera francesa en ese mismo escenario, un parque temático cuyo eje gravitacional es la ciencia, lo multimedia y las nuevas tecnologías. Armstrong llegó a la Luna subido en un cohete. Su contrarreloj fue estratosférica. Completó los 57 kilómetros del recorrido a más de 50 kilómetros por hora. Era 1999. Un extraterrestre había nacido. Años después, el Tour sepultó al texano. No quería recordar al pistolero de los siete Tours, al campeón de la soberbia, al rey de la trampa.

Armstrong ocurrió aunque todo en él remitiera a una marcianada. El norteamericano era un parque temático de sí mismo. En el extrarradio de Futuroscope, aguardaba Poitiers, donde no se esperaban extraordinarias gestas porque la etapa tenía el aspecto de las excursiones que finalizan en un alegre e inofensivo picnic. Error. Le Tour, c'est le Tour. Donde apenas se esperaba nada, hubo gloria para Caleb Ewan, dolor para Ion Izagirre y penalización para Peter Sagan. El australiano festejó su segunda victoria en un cerradísimo esprint mientras el de Ormaiztegi era atendido tras su caída en un hospital, donde le diagnosticaron una fractura de clavícula que le arrancó del Tour. Al ciclista eslovaco, los jueces le mandaron a la cola de la clasificación por su temeraria acción contra Van Aert en el esprint.

Mathieu Ladagnous quiso impedir aquello, pero no logró alcanzar el futuro. El orgullo ciclista le duró un mundo: 123 kilómetros abriendo la planicie en solitario. Suya fue la fuga más larga del Tour. Superó el listón de Cousin, cuya marca era de 110 kilómetros. Ladagnous, criado en la pista, campeón de Francia y de Europa, acudió a los Juegos Olímpicos de Pekín para competir en el anillo. Después se casó con la carretera. En su huida, el ciclista galo sumó el equivalente a 492 giros sobre la cuerda de un velódromo olímpico, que cuenta 250 metros. Ladagnous era una hámster por la llanura. No tenía escapatoria. Rodaba la carrera en estado zen, sin más alicientes que masticar asfalto a la espera de explotar el globo del esprint. Sucede que incluso en días que no lo parecen por su levedad, asoma un gato negro en la carretera. Así ocurrió ayer.

La onza de mala suerte se inmiscuyó en la trazada de Ion Izaguirre. El corredor de Ormaiztegi se cayó en la panza del pelotón. Fue un impacto duro. Crac. Huesos contra el suelo. Dolor. Izagirre se quedó sentado sobre una acera, con la espalda apoyada en una pared y la mirada perdida, grogui. Aturdido pero consciente, la sangre le pintaba el rostro y el pecho. "Veníamos todos por el lado derecho, ha sido en una entrada a un pueblo, en la bajada, y es una de esas situaciones en las que tocan dos cabezas de manillar juntas. A veces puedes librar, otras vas al suelo", contó Carlos Verona, testigo del accidente. Izagirre fue evacuado al hospital de Poitiers, donde se certificó la rotura de clavícula. No habrá más Tour para Izagirre. En la misma secuencia se fue al suelo Rojas, que continuó con el maillot roto. No había tiempo para pasar por la sastrería.

En el callejero de Poitiers, Pöstlberguer se aventuró a quebrar el engranaje del esprint. El austriaco sabe que Sagan, sin el verde, no posee el duende ante rivales más jóvenes y con más reprís. El Bora buscó una alternativa imaginativa. Jungels y Asgreen, peones del Deceuninck de Bennett, salieron al paso. Se armó un esprint con un toque de locura. Fue un baile de alto voltaje entre Sagan, Bennett, Van Aert y Ewan. Arrancó Van Aert, un gigante. Un par de zancadas y estaba a nada de lograr su tercera victoria. Asomó Sagan, que codeó con él. Peligro. El eslovaco, envejecido, le embistió. Cargó con el hombro y con la cabeza. Ariete contra Van Aert, que soportó el empuje pero perdió la trayectoria.

Parecía que Sagan al fin vencería porque Bennett se tufó. En ese entramado de músculos y tipos corpulentos, brotó el chupinazo de Caleb Ewan. El velocista australiano, ajeno a la bronca a su lado, aprovechó el parapeto de Bennett para sobrepasarle mientras Sagan y Van Aert peleaban. El cohete de bolsillo les explotó en la cara. Ewan sonrió en la foto finish, Ion Izagirre sufrió en los rayos X y Sagan fue multado.