espectacular victoria de Evenepoel en la Lieja-Bastogne-Lieja, a la vieja usanza, confirmando su clase, y de un modo equiparable a como ganaba de junior. Atacó en la cumbre de La Redoute, la cota más dura, cuando las piernas de todos están rígidas por el esfuerzo. En el mismo lugar donde atacaba el italiano Bartoli. Los 30 kilómetros que restaban fueron una contrarreloj en la que fue cazando a los supervivientes de una fuga que iban por delante, sin que pudieran seguirle. Una caída eliminó a Alaphilippe y brindó una imagen muy deportiva, la del francés Bardet bajando al prado adonde cayó y yacía inmóvil, para interesarse por su estado, a pesar de ser un adversario.
Las clásicas de esta primavera han restituido el equilibrio generacional. Cuando parecía que sólo íbamos a oír hablar de Evenepoel, Roglic, Pogacar, Ayuso; cuando parecía que todos aquellos veteranos, más allá de la generación de Alaphilippe, Van Aert o Van der Poel, estaban condenados a la derrota, en las Ardenas se ha producido la sorpresa. En Lieja ganó el jovencísimo Evenepoel; pero Kwiatkowski, de 32 años, en la Amstel; y Teuns de 30, escoltado por Valverde, de 42, en la Flecha Valona. ¡Y ojo, Froome dice que, por primera vez tras su caída, se siente al 100%, esa sí que sería una resurrección!
La carrera de ayer fue memorable por la valentía del joven belga, pero me gustaba más la carrera con el final antiguo. Encadenaba la cota de San Nicolás, o de los italianos, y la de Ans, un suburbio de Lieja. Ésta última, una recta de 1,5 kilómetros con una pendiente del 6%, tras 260 kilómetros de carrera, resultaba decisiva. El que tenía fuerza para mover desarrollo a esas alturas, como Valverde en 2017, era imparable. Pero el deseo de llevar la meta al centro urbano ha suprimido este aliciente.
De todas las clásicas, mi preferida es la Lieja, No solo por el sabor añejo que tiene al ser la más antigua, la primera se disputó en 1892, sino porque atraviesa la historia de la clase trabajadora europea, y ver el paisaje tras los ciclistas evoca esa memoria, recuerda nuestro pasado. Lieja fue una los polos industriales más importantes de Europa en los siglos XIX y XX, con sus minas y sus grandes fábricas metalúrgicas. Es cuna de un pueblo industrioso, humilde, trabajador y luchador. Pionero del sindicalismo. Aunque no aparezca entre las grandes metrópolis que ocupan la escena y donde parece que sucede lo único importante. Así que un recorrido por Valonia, por las inmediaciones de Lieja, se convierte necesariamente en una ruta obrera, atravesando torres de minas, grúas, instalaciones fabriles.
Y también allí sucedieron hechos relevantes en ambas guerras mundiales. La Batalla de Lieja se considera la primera de la I Guerra, cuando Alemania invadió Bélgica; y entre esas colinas que subían los corredores, los tanques libraron la Batalla de las Ardenas, en la II, que hemos visto en el cine, y que ahora, al recordarla, en el dramático contexto de la actualidad, no puede sino provocar mi deseo de que no vuelva nunca más una guerra mundial.
Anteayer se conmemoró el Día del Libro, con motivo de ser la fecha de fallecimiento de Cervantes. Pienso en él y me vienen a la memoria los hermanos Dardenne, dos afamados directores de cine de esa región. Sus películas comienzan siempre con la expresión: "En el pueblo de Seraing, cerca de Lieja". Es un arranque similar al de Don Quijote y su célebre "En un lugar de La Mancha". Se trata de una manera de comenzar el relato, que no es indiferente al sitio, y de esa manera, al anclar la historia en un lugar preciso, nos quieren avisar, de entrada, que nos van a contar algo sobre la vida de la clase obrera del territorio de Lieja. Igual que Cervantes, al situarnos en La Mancha, nos indica desde el principio que vamos a adentrarnos en un territorio extenso, impreciso entre la realidad y la fábula, el de la novelas de caballerías. Es el mismo mecanismo. Precisar, apuntar bien el tiro de entrada. Lieja es un escaparate de la vida obrera, de sus sueños, de sus derrotas, de su declive, de su desorientación actual. Y detrás de los ciclistas, mientras suben y bajan las cotas, podemos ver las cicatrices de toda esa rica vida societaria.
A Lieja, a trabajar en sus fábricas, llegaron muchos republicanos españoles. Bélgica fue uno de los países más generosos en la acogida de niños vascos de la Guerra Civil. Para los que se quedaron allí fue un lugar amable, donde desarrollaron su vida, sin olvidar su origen, organizándose como exiliados. Lieja se movilizó contra el fusilamiento de Julián Grimau, y contra el proceso de Burgos. En las manifestaciones obreras de la ciudad era habitual ver pancartas de solidaridad con la lucha antifranquista. A los que regresaron, a los que murieron allí, Lieja no los olvidó. Lieja guarda en su memoria a nuestros republicanos. En la explanada de Saint Leonard construyó un espacio para su recuerdo. Sobre el enorme muro de piedra que cierra la plaza, construido con grandes letras de acero, hay un texto, en francés, de Federico García Lorca: "En la bandera de la libertad bordé el mayor amor de mi vida".