on el covid amenazante, mostrándonos que en cualquier momento puede reanimarse con otra variante que ponga en entredicho nuestro optimismo, aparece la guerra. Así que de nuevo, mi primera crónica ciclista de la temporada, se ensombrece. Y planean sobre este 2022 las mismas incertidumbres de 2020 y 2021, cuando no sabíamos cómo se alteraría el calendario ciclista en función de las olas del virus. A las que ahora se añade el imponderable de la guerra en Ucrania. Y yo, que en mis artículos he escrito sobre aquellos ciclistas británicos del club Clarion que vinieron a defender la República, y de tantos otros resistentes, luchadores, no puedo obviar lo que está pasando, que nos tiene frente a un escenario de impredecibles consecuencias, en el deporte, en la vida, y para la supervivencia del mundo, un horizonte de horror que esperábamos que nunca iba a producirse más. Y recuerdo cómo, del mismo sitio que han salido los blindados, partieron en 1924 tres ciclistas soviéticos, Freidberg, Kniazev y Plesch para dar la vuelta al mundo en bici, porque querían conocer otros clubes ciclistas, ampliar la hermandad del deporte con las ideas de la revolución. Del mismo sitio pero tan lejos; aquellos tres ciclistas y su mundo nuevo lleno de curiosidad naciente; del de los oligarcas rusos y los tanques. Así que, por favor, como dijo John Lennon, Dad una oportunidad a la paz.

Ya es una tradición arrancar mis escritos con la Strade Bianche. Una prueba que, al verla transcurrir por los caminos de tierra blanca de la Toscana, parece mítica. Como si viéramos a los ciclistas pioneros disputando las primeras carreras de la historia, cuando el asfalto no cubría aún todas las carreteras. Sin embargo, se trata de un mito moderno, reciente. Y, como señalé alguna vez, con una dirección opuesta a la que siguió el ciclismo. Las primeras carreras buscaban las rutas asfaltadas, y cuando encontraban recorridos de interés por caminos de tierra, se proponía a la organización su asfaltado para el paso de la carrera. Así ocurrió con el descubrimiento de los grandes puertos pirenaicos. Aunque era un asfalto áspero, imperfecto, que, al padecer las inclemencias meteorológicas y no renovarse, enseguida quedaba muy bacheado y parecía un camino. Pero esa era la tendencia. Ahora, deseando el no va más, la imagen heroica de los corredores frente a las dificultades, se buscan caminos como los de la Strade Bianche, que además introducen el factor fortuna para desequilibrar las fuerzas, un pinchazo, una caída, impredecibles en ese terreno. Son pruebas espectaculares, que, por añadidura, permiten adentrarse en los paisajes menos visitados y frecuentados del lugar, lo que supone una mirada nueva, virgen, en la que podemos hallar una belleza desconocida.

La Strade Bianche no es la única carrera que ha hecho esa apuesta. Cada país con tradición ciclista hace su viaje al polvo de los caminos rurales, con esas carreras locas. En Francia, en Bretaña, desde 1984 se disputa la Trop Bro León, que introduce en su recorrido muchos tramos de ribinous, como se llaman en bretón los caminos agrícolas que unen las granjas. Esta prueba nació para recaudar fondos para las escuelas en idioma bretón, algo similar a nuestros Kilometroak. El prestigio de la carrera fue creciendo, y el vencedor en 2021 fue Connor Swift. En Bélgica está la Port Epic, en Amberes. Aquí se ha creado este año la Clásica de los olivos, en Jaén, ganada por el kazako Lutsenko con una superioridad aplastante. Fue una prueba durísima, en la que a la dificultad de la tierra, donde las cubiertas no agarran, se añadió la de los grandes porcentajes de las subidas alrededor de Baeza.

La victoria de Pogacar en la Strade Bianche fue sensacional. Es un ciclista sin miedo. Y esa valentía le reporta aún más triunfos. No atacó subiendo, sino bajando, en el sterrato, y a 50 km de meta. Sacó una ventaja nimia, que mantuvo en el llano, y cuando Alaphilippe se le acercó a diez metros, llegó una subida donde apretó y ya no le vieron hasta Siena. Valverde, al contraataque, incombustible a sus 42 años, fue segundo. ¿Entramos en la hegemonía despótica de Pogacar? Creo que no, porque tiene mayores oponentes de los que tuvieron antaño otros dominadores del ciclismo.

Al final del año pasado soñábamos con una temporada repleta de duelos gloriosos, pero algunos accidentes han cercenado esa posibilidad. En las clásicas, el duelo entre Van der Poel y Van Aert, no se producirá, pues el holandés aún no ha debutado, debido a los dolores de espalda que arrastra desde su caída en las Olimpiadas. En las grandes vueltas por etapas, al enfrentamiento entre Roglic, Pogacar y Bernal, los vencedores de Vuelta, Tour y Giro del año pasado, le faltará el colombiano. Se chocó contra un autobús cuando entrenaba. Las lesiones fueron gravísimas. Pienso en Bernal y le imagino antes del accidente, cuando circulaba a 65 km/h. En ese momento Bernal sentía el éxtasis de la velocidad, de la potencia. Recuerdo así mis caídas, precedidas por el éxtasis. En el momento anterior al drama, se vuela, la cabeza escapa de la lógica y se emborracha de plenitud, placer, ligereza. Estoy seguro de que cuando Bernal piense en su accidente, volverá al recuerdo del dolor, pero también evocará el momento sublime previo. El yin y el yang.

A rueda

¿Entramos en la hegemonía despótica de Pogacar? Creo que no, porque tiene mayores oponentes de los que tuvieron antaño otros dominadores