- "Tenemos mucho trabajo por delante", advirtió Lewis Hamilton en la vuelta de honor, cuando sacaba brillo a su victoria número 97. La diferencia que se observa en la clasificación del Gran Premio de Portugal esconde matices: Red Bull realizó una parada extra con Max Verstappen para buscar la vuelta rápida -la consiguió pero se anuló por sobrepasar los límites de la pista y fue a manos de Valtteri Bottas-. La distancia real entre Hamilton y Verstappen fue de apenas cuatro segundos. Un margen en el que además intervino Bottas, que frenó a Verstappen en su empeño de desbancar a Hamilton del liderato del Mundial. De ahí la alerta del británico. Algunos números engañan. Los que no mienten son los de la clasificación general: después de tres carreras, la diferencia entre Hamilton y Verstappen es de ocho puntos.

El Mundial lo lidera el mismo piloto que lo ha hecho durante los últimos años, pero no se atisba ese dominio abrumador. Hamilton tuvo que recurrir a su mejor versión para sobreponerse a errores impropios que son signos de la igualdad, de la presión a la que está sometiendo el acechante Verstappen. El síntoma de lo ajustado que está el campeonato es que Mercedes y Red Bull luchan por cada punto. No había más que ver cómo Verstappen festejó la vuelta rápida y la cara que puso al ser notificada la pérdida de la misma.

"Hoy no ha sido todo perfecto", analizó Hamilton, siempre exigente, meticuloso, contemplador de fatales escenarios. Una actitud que le mantiene en eterna alerta. Inició la tercera prueba del Mundial desde la segunda plaza de la parrilla, por detrás de Bottas. Ambos defendieron sus posiciones de la amenaza de Verstappen.

La aparición de un safetycar nada más dispararse la carrera obligó a una salida relanzada. Entonces sí, Hamilton se durmió en los laureles y se vio superado por Mad Max. El neerlandés rueda con el cuchillo entre los dientes. Es un revolucionario. Un inconformista. Posee talento como para serlo. No termina de llegar su momento en la Fórmula 1. Y el tiempo, mal de humanos, se va agotando.

Hamilton dio ayer una lección de que su papel de cada domingo no es tan sencillo. Al menos, no lo es para Bottas. El británico aguardó agazapado, observando cómo Verstappen, ya segundo, preparaba su asalto al liderato. Bottas tenía las vueltas contadas en cabeza. Cuando todo apuntaba a un cambio, Hamilton, analítico, dio un zarpazo y recuperó la segunda posición. Verstappen, rebelde con causa, no claudicó. Jamás renuncia.

Pero deprisa Hamilton cazó la primera plaza para evitar el contragolpe de su máximo rival. El ataque fue la mejor defensa del británico. Rebasó con prodigio a Bottas, por el exterior, inventando de manera einsteniana el espacio-tiempo en la curva. El finlandés, segundo, pasó a ser un colchón para detener las acometidas del piloto de Red Bull.

Verstappen reaccionó. Se adosó a Bottas para completar el adelantamiento y así frustrar el plan de fuga de Hamilton. Pero Bottas levantó un muro como el que defendía la Guardia de la Noche comandada por Jon Nieve. Y ahí se congeló la sangre caliente de Mad Max, para quien la frustración ya no es el problema de antaño, cuando cometía fallos juveniles. Esperó con paciencia a la ventana del cambio de neumáticos. Llegado ese momento, realizó un undercut a Bottas. Se alzó de nuevo en el segundo puesto. Pero a esas alturas Hamilton ya había fabricado otro muro, este invisible, de casi cinco segundos. Y así fue muriendo la carrera. En esos compases, Hamilton proyectó su habitual conducta: "Las ruedas están bastante acabadas"; "está habiendo mucho desgaste". A la par de estos avisos, marcaba vueltas rápidas. Lo típico.

Red Bull apuró sus opciones. Trazó un plan. Era la única alternativa, la última bala para tratar de herir el avance de Hamilton. Dejó a Sergio Pérez en pista durante 50 vueltas, de manera que el mexicano se aupó al liderato para buscar entorpecer la llegada de Hamilton. El británico no perdió ni una milésima ante el paraguas de Pérez, que tenía más agujeros que un colador.

Es más, Verstappen tuvo que echar vistazos a su retrovisor para calcular la ventaja sobre Bottas, quien se rehizo afianzando el mayor ritmo en pista. El finlandés no es piloto de fortuna y reportó un pequeño problema técnico que le apartó definitivamente de la segunda plaza, que fue para Verstappen tras su intento frustrado de apoderarse de la vuelta rápida.

"Ha sido una carrera bastante decente", juzgó Verstappen, como jamón del sándwich que cocinó Mercedes con Hamilton y Bottas. Si bien, al igual que el ganador, demandó a su fábrica más rendimiento: "Nos faltaba ritmo". Pérez finalmente fue cuarto, por delante de un Norris que confirmó que McLaren es, hoy por hoy, el primer coche de la clase media.

Ferrari sufrió en Portimao. Leclerc acabó sexto y Carlos Sainz, con una estrategia condenatoria -arrancó con gomas blandas y todo el que realizó esta apuesta salió mal parado-, acabó undécimo. "Todo salió mal", dijo el madrileño, que llegó a ser cuarto. Alpine, sin embargo, mejoró sus prestaciones. Ocon fue séptimo, pero más brillante fue la actuación de Fernando Alonso. El asturiano se vio 17º, engullido en los primeros metros. No obstante, escaló hasta el octavo lugar. Al término admitió que "teníamos mejor coche que para hacer octavos". Y es que fue penalizado por su discreta posición de salida. Alonso emprendió el viaje desde la 14ª pintura, mientras que Ocon lo hizo desde la sexta, lo cual hizo positiva su actuación, la más lucida desde su retorno, pero subrayó: "Tengo que ponerme las pilas".