- El corredor urnietarra fue el protagonista de un impactante suceso el 7 de abril de 2018, cuando cayó, mientras disputaba el Maratón de los Pastores de Portudera (Asturias) en un agujero de quince metros de altura y logró sobrevivir. Pero, al margen de las lógicas secuelas físicas de aquel percance, después ha pasado por una época muy dura. Perdió la visión del ojo izquierdo en un 30%, ha pasado por "muchísimas pruebas" para descartar que sufriera incluso un tumor cerebral o un problema neurológico grave y ha necesitado tratamiento psiquiátrico y psicológico para superar todas estas dificultades.

Ahora se encuentra "estable" en cuanto a salud -aunque se sigue haciendo pruebas de forma periódica- y está animado, tranquilo, disfrutando del día a día. Ejerce como profesor en Beasain, ha vuelto a correr y el sábado afronta un reto de 28 kilómetros por los montes que rodean Urnieta (Onddo, Adarra, Onddi, Santa Barbara y Buruntza). En una tranquila charla con este periódico, en una terraza de su localidad natal, habla de un suceso que inevitablemente le ha marcado. Con calma, con un discurso claro y racional, pero exponiendo sin tapujos sus sentimientos.

Tres años. ¿Cómo está? Ha sido una época complicada para usted.

-Sí, así es. Ya tres años. Me acuerdo bien del accidente. Han pasado muchos días y por medio muchísimas cosas, y bastantes de ellas graves. Ha sido largo y duro. Está ahí la caída, las vivencias... lo tengo todo bien marcado. He pasado un tiempo durillo desde entonces.

¿Todos los problemas de salud que ha tenido y sigue teniendo vienen a raíz del accidente o son independientes de aquello?

-En realidad creo que todo ha sido derivado del accidente, aunque los médicos no se atreven a valorar las causas. Lo derivan un poco no al impacto del accidente, sino a ese estrés postraumático, al desajuste corporal y hormonal. Al principio me hice daño en el hombro, las costillas, el tobillo, la espalda, los pies... una vez recuperados esos dolores iniciales, a los seis meses perdí la vista del ojo izquierdo y ahí surgieron posibilidades de enfermedades graves de las que me podían venir esos problemas de vista, como problemas neurológicos o posibilidades de un tumor cerebral. He perdido un 30% del nervio óptico, en pasivo veo bien pero en cuanto la temperatura corporal sube, pierdo la vista del ojo izquierdo. Cuando corro se me nubla el ojo izquierdo. Esa secuela la tengo asumida, pero lo más duro ha sido enfrentarme a las muchísimas pruebas cerebrales y neurológicas que me han hecho y estar a la espera de los resultados. Por suerte no voy a peor, estoy bastante estable. La degeneración se ha parado, pero cada cuatro meses me hago pruebas oftalmológicas y cada seis neurológicas. No se sabe por qué tengo lo del nervio y por ahora no se puede descartar nada, pero me encuentro bien y estoy confiado en que no tengo nada grave.

Cuando volvió a correr, unos meses después del accidente, tenía muchos dolores. ¿Ahora?

-Tengo días medio normales, que son días con molestias en la planta del pie y en el talón, y otros días bastante jodidos en los que no puedo ni correr. Al principio salía y me volvía a casa a los 200 metros. Me he concienciado de que me tengo que sacrificar un poco más que antes, me he acostumbrado a correr con dolor. Por lo menos salgo. Es bastante masoca, pero me he acostumbrado. A los cinco o seis meses pude volver al monte y correr, luego he tenido recaídas. No he podido darle una continuidad de un mes seguido corriendo, que es lo que más me gusta. El año pasado desde junio hasta noviembre estuve cojo, con dolores de espalda. A causa del accidente doblé el sacro y el coxis y eso me trajo problemas en la planta del pie. Estuve haciendo bicicleta. En noviembre empecé en serio a ir al fisioterapeuta, acertó, y esos dolores se han medio pasado, aunque sigo con molestias en los pies. Al menos el cuerpo me deja correr algo, no sé hasta cuándo, no pienso mucho en el futuro.

Volvió al agujero.

-Sí. Volví a los cinco meses del accidente. Tenía la necesidad. Fui con mi mujer y mi hija pequeña y un amigo íntimo, Gotzon, que es bombero. Y también con dos personas de la zona que conocían el terreno para buscar la sima. Quería bajar al agujero, verlo, quería sobre todo saber por qué estaba aquí. Lo normal hubiera sido fallecer allí, por suerte estoy aquí y quería conocer los entresijos de aquella cavidad. Era algo que necesitaba y montamos un viaje relámpago de un fin de semana. Bajé y vi que todavía era más peligroso de lo que recordaba. Había vértices muy abrasivos por todos lados. Todavía fue un poco más milagroso cómo caí sin abrirme todo el cuerpo. Estuve allí, le di las gracias al agujero, dejé una foto y un escrito allí metidos en una roca. Espero volver algún año y a ver si siguen la foto y la dedicatoria ahí. Es un sitio kuttuna para mí. Fue duro el fin de semana, pero estuve a gusto. Recogí el silbato y el reloj y unas mantas térmicas que me tiraron, y saqué basura.

¿Qué pensó cuando estaba otra vez ahí abajo?

-Visualizo de nuevo lo que pasó. Repaso todo. Localizo el punto al que accedí escalando. Me sitúo en él. Abajo pienso en todo lo que pasó, en los niños. También en lo bien que actué en vez de quedarme a la espera. Recuerdo todo eso, pienso por qué estoy aquí. Había huesos de animales y calaveras, que fue algo que me movió un poco, porque ellos caen ahí y no tienen esa suerte que tuve yo. Saqué unas fotos, al final fue un día agradable.

Se dio cuenta de que ese trozo de agujero que subió aquel día no era nada fácil escalarlo...

-Bajé con arnés, bajé rapelando. Cuando empecé a escalar, me di cuenta de que me podía caer y le dije a Gotzon: Tensa aquí, que no voy tan fácil. Era una pared vertical, me dijo que era un quinto grado o así en escalada. Sobre todo me quedé con la suerte que tuve de no abrirme heridas, no perder mucha sangre o quedarme inconsciente del golpe de la caída. El milagro lo veo en no haber fallecido al instante.

Esas fuerzas que sacó para subir esos metros, ¿de dónde salieron? ¿Rabia? ¿Ganas de vivir?

-Uno ni lo sabe. Mi reacción fue la de intentar superar los obstáculos, lo relaciono con las ganas de vivir, pero en esa situación uno no sabe cómo actuar. Lo más fácil hubiera sido hundirme y verlo imposible. Por suerte lo imposible se hizo posible a base de esfuerzo y de tener un poco la cabeza fría.

Unas horas después, esa misma tarde, fue capaz de hablar en directo en 'Hiru Erregeen Mahaia', un programa de Euskadi Irratia.

-Caí a las 11.30 o así, me sacaron a las dos y media más o menos e ingresaría a las tres en el hospital. Ahí tengo un vacío que no recuerdo ni el trayecto en helicóptero, ni el ingreso, ni la primera atención médica. Recuerdo ver a Ainhoa (su mujer) en los pasillos preguntándome si podía mover los pies. Me dice que le pedí mogollón de comida, sobre todo bollería, que la devoraba, me debí comer media docena de palmeras y cosas así, pero no me acuerdo. Y sí recuerdo la llamada de Txetxu Urbieta (periodista de Euskadi Irratia). Escuché luego la entrevista y creo que fue buena, estaba medio grogui de lo que me metieron, pero estaba consciente y fui capaz de hablar. Me llamó y la verdad es que tenía la necesidad de contarlo. Hablé también con amigos aquel día.

A los días habló con este periódico e impactaba su discurso tan claro, pero a la vez desnudando todos sus sentimientos.

-En mi vida me han pasado pocas cosas tristes. Hace seis años mi madre falleció por un tumor cerebral en tres meses. Entonces contarlo me vino bien, no me guardé ni el dolor ni la miseria que provocaron esa enfermedad. Igual lo de contarlo es una estrategia para superarlo. Me vacío y me siento apoyado. Y con el accidente pasó algo parecido, empecé a contarlo con detalles y me hacía bien. No me cuesta hablar de lo que he pasado, que tengo problemas neurológicos, que he estado en tratamiento psiquiátrico, que he trabajado con psicólogos. Las cosas buenas y felices las contamos, así que las malas también.

Contó entonces que los primeros días tuvo miedos, pesadillas. ¿Los ha superado?

-Los primeros meses fueron durillos, caía al agujero algunas veces, repasando las vivencias que tuve allí, pensando en la muerte. Soy afortunado, tengo un poco menos de salud que hace tres años, pero puedo estar en la naturaleza, que es lo que más me gusta, tengo una familia genial, tengo un trabajo que me gusta y dinero suficiente para mis caprichos y aficiones. Todo es bueno. El no querer perder eso te trae dolor de cabeza. Valoro mi vida y el miedo a perderlo me quitó sueño. Tuve muy mala suerte por caer en ese agujero, pero muy buena por otro lado. No todo es correr rápido ni ganar, se puede disfrutar de la vida. Estar en la naturaleza, las relaciones sociales... eso lo valoro. La pandemia nos ha hecho abrir a todos los ojos: con eso es suficiente.

Da clases a chicos y chicas de 16 años. ¿Le preguntan por aquello?

-Ahora estoy trabajando en Beasain. Enseguida se supo, sobre todo entre los padres. Alguno pregunta detalles. Les cuento o les paso alguna entrevista que me han hecho.

Por cierto, se casó a los pocos días de lo que le sucedió.

-Fue uno de los momentos duros que tuve en el agujero porque pensaba que le dejaba sin nada a Ainhoa. Decidimos por lo menos hacer el trámite. Me comentaron que en aquella época se apuntaron 30 o 40 parejas de Urnieta a hacer los papeles... por lo menos están ahí hechos, tiene ventaja en caso de fallecimiento.

Quiere volver a correr.

-Quiero ponerme un dorsal. Quiero pelearlo. No tiene sentido salir con dolor, pero es un poco ya obsesión, quiero correr como sea, no dejar de hacer lo que hacía antes, lo que me gusta. Quería hacer algo en casa y se me ocurrió dar una vuelta por los txokos que rodean Urnieta. Es una manera de dar las gracias también al pueblo, a los amigos, siempre me he sentido apoyado. Creo que correré solo, lo más rápido posible, dejaré una marca ahí y que la gente se anime otro día. Es una vuelta bonita, son 28 kilómetros por los cinco montes que nos rodean.

¿Qué se echa en falta: correr, el público, ganar?

-Creo que ganar no. Por suerte, ganar no ha sido el primer objetivo cuando participaba en las competiciones. Me gusta la competición, medirme a otros, sufrir. La competición no tiene nada negativo en mí, porque no cumplir las expectativas no me afecta. Si hago quinto, no me crea una frustración. Los últimos años he disfrutado de competir, ganar es un plus y te sube la autoestima, si salimos 500 y eres el ganador, lo valoras. Lo consigues a base de esfuerzo y es meritorio. Ahora mismo no pienso en ganar, igual algún día gano una prueba de barrio, pero se trata más de estar en contacto con otros corredores y amigos en el trail. Sería una manera también de encontrarme en la misma situación que antes.

La carrera que más le gusta y quiere volver a disputar es la Zegama.

-Sí, por todo lo que conlleva. El recorrido es bueno, la carrera es dura, los parajes espectaculares y vienen los mejores corredores del mundo. Se junta todo eso con la mejor afición del mundo. He corrido muchos años y me haría ilusión repetir.